Texto y fotos: Estela Zatania
'Romería'…la palabra parece estar inevitablemente ligada en el recuerdo colectivo al Rocío, una de las romerías más conocidas y concurridas del país, y que anualmente atrae a millares de personas que abandonan la comodidad de sus hogares para ?hacer el camino?, venerar a la Virgen del Rocío y disfrutar de unos días de campo y cantes rocieros.
[foto1] Pero la romería anual al santuario de la Virgen de los Remedios, «la romería de los gitanos», como dicen los de Fregenal de la Sierra en plena sierra extremeña, es otra cosa. De hecho es una de las concentraciones gitanas más importantes de España, un evento flamenco por excelencia, y relativamente poco conocido fuera de determinados círculos. No tiene la fama ni las proporciones de la romería del Rocío, y quizás precisamente por eso se siente como algo muy auténtico ? una manifestación espontanea y genuina del pueblo gitano, sin señoritos ni disfraces. Hace años que mis amigos de Utrera están convencidos que Huelva «pilla de camino» a Fregenal, a pesar de que los puntos Utrera, Huelva y Fregenal demarcan un triángulo casi equilátero en el mapa de Andalucía occidental. A las diez y media de la noche del sábado, día 28 de octubre, cuando las hembras de la familia están cuajando tortillas y empanando filetes para la excursión a Fregenal el día siguiente, Manuel recibe una llamada telefónica y sus ojos brillan de repente…cuelga el teléfono y está visiblemente inspirado: [foto2] «¡Vamos al Rocío, que hay fiesta!» «Pero Manuel, tú estás loco, ¿cuándo?, si mañana vamos a la romería y tenemos que preparar toda esta comida» dice la sufrida esposa Mercedes. «¡Pues ir preparándola, que más tardáis en el cuarto de baño por la mañana!». Las protestas siguen del contingente femenino, pero Manuel pone el CD de Gitanas de Utrera a todo volumen, como siempre hace cuando ha decretado una moción poco popular, y pronto sólo se escucha el chissss del aceite caliente recibiendo el primer filete de los tres kilos que Mercedes acaba de empanar. [foto3] Una servidora en pijama pregunta a Manuel con voz temerosa «¿esta noche quieres decir?» Y como no hay respuesta: «¿…al Rocío Rocío, allá donde la Virgen y Almonte y todo eso?» Manuel golpea la mesa de cristal con tal fuerza que hace que salte el centro de flores de plástico: «¡Hombre claro! ¡¿Acaso conoces tú otro?!» «¿A qué hora?» «Ahora…en cuanto esté la comida». Desde la cocina se escuchan murmullos, y otra vez el aceite chispea…. Ya son las dos pasadas de la madrugada cuando todos nos hemos duchado y arreglado, y tomamos la carretera con el maletero cual tienda de comestibles: filetes y tortillas, embutidos y quesos, vinos, más pan de lo que podrían consumir dos familias hambrientas en varios días, refrescos, cerveza, el 'wiki' y la 'Coca'… Como es la costumbre, las cuatro mujeres estamos atrás, estrujadas a más no poder, y a los cinco minutos he dejado de tener sensación en las piernas. El primo Beni que va delante es el primero en pegar golpecitos al cuadro de mandos y el son de fiesta llena el reducido espacio… Dos horas, y muchos cantes más tarde llegamos al Rocío, un lugar que cada primavera sale en las noticias, con sus anchas calles desbordadas de seres humanos y bestias, el polvo del camino, fandangos y sevillanas, un mar de faralaes, devotos al borde de la histeria… Pero esta fría madrugada de octubre parece el paisaje imaginario de una película de ciencia ficción. Las avenidas de tierra están desiertas, las casas cerradas, y la luna llena de otoño viste todo de una misteriosa luz azul plateada. Nos detenemos unos minutos delante del santuario de la Señora para contemplar la concha gigantesca que cada año es testigo de la desmadrada aglomeración que allí se reúne. La noche es fría y callada. Localizamos la fiesta sin dificultad – es un bullicio de vida y calor en medio del vacío: luces, coches, risas, compás… Es una fiesta contratada y el ambiente es correspondientemente estirado. Lo primero que salta a la vista es que las sillas no están dispuestas en círculo, sino en filas, dando la apariencia de un pequeño teatro. El Lebrijano está cantando por soleá y su hermano Pedro le acompaña. Cuando acaban, todos aplauden efusivamente. Luego Inés Bacán con unas bulerías…más aplausos. Gaspar, el eterno bohemio, se niega a cantar diciendo que sólo tiene ganas de bailar. ¡Ea!…de la cocina contigua salen mujeres redondas con enormes bandejas de pepitos de ternera, chorizo a la brasa, queso… Cuando hayamos saludado a todo el mundo, e ingerido suficientes calorías para seguir nuestro camino, ya son las siete pasadas. Tomamos la carretera y ya falta muy poquito para que nadie recuerde que haya pasado una noche entera sin que hubiéramos visto una cama. Cuando llegamos a Fregenal de la Sierra el aviso a la entrada del pueblo informa que estamos a 160 kilómetros de Huelva, 100 de Badajoz y 120 de Sevilla. Son las nueve y pico de la mañana de domingo y el pueblo duerme. Hay unos ocho kilómetros hasta el santuario y muchos peregrinos han recorrido ese tramo final descalzos, llegando con llagas en los pies que según cuentan, se cierran milagrosamente al llegar ante la Virgen. Llegamos al final de la carretera y detrás de una colina entramos en un valle que a primera vista parece un enorme campo de amapolas blancas. Pero son las caravanas, tiendas y casetas de las familias que han llegado el día anterior y han pasado la noche. Bajamos del coche y nos dirigimos al santuario donde hay una fiesta tamaño olímpico en la entrada. La cantaora extremeña la Caíta está en medio de un círculo de cientos de personas turnando con otros cantando unos jaleos. El sabor de los cantes me ubica al instante: estamos en Extremadura. La gente da palmas, baila…los niños chicos lloriquean pidiendo su desayuno…el sol empieza a calentar y desfilamos dentro del santuario para saludar a la Virgen y tocar sus ropas. Buscando donde acampar nos encontramos con gente conocida – amigos y familiares – y a su insistencia nos instalamos en su acampado. Nos dan café, aguardiente casero y bollos para empezar el día. Ricamente calentados después de tan acertado desayuno, damos un paseo por el campo para chafardear y buscar caras conocidas. Años atrás nunca hubiera faltado el mismo Marqués de Porrinas con su numerosa familia… Ramón el Portugués, La Marelu, Los Montoyas con Lole y Manuel, Remedios Amaya, el Indio Gitano…a veces Camarón… [foto4] Hay marcha a cada dos pasos ? qué hermoso ver cantar y bailar entre árboles y matorrales: una imagen romántica que inevitablemente recuerda tiempos menos prósperos cuando no todas estas personas hubieran tenido casa a donde volver por la noche. Aquí no se escuchan las típicas tópicas sevillanas que suelen asociarse con las romerías. Dominan los tangos y las bulerías, siempre en clave extremeña con su sello peculiar, primos palurdos de los cantes de Sevilla, Jerez y Cádiz, salvados del olvido gracias a la popularidad que los dio Camarón. A menudo se aplica el término «jaleo» a estos cantes, pero es un calificativo poco definido ya que un «jaleo extremeño» bien puede ser tangos o bulerías. Baste decir que son cantes en general con un sabor primitivo, a veces propensos de ser cantados en coro, poco estilizados, pero hermosos precisamente por su frescura. La imagen de Camarón está en todas partes…banderas, medallas, pegatinas, las copas de plástico donde se sirve cerveza para acompañar las sardinas asadas que se venden en los puestos improvisados… Hay un ambiente de feria, y una fuerte presencia evangelista. La misa que se celebra en el patio del santuario a media mañana con el sol pegando fuerte está arropada por baile, cante y guitarra y el cura pronuncia un sermón lamentando la plaga de drogadicción que lleva años arrasando cruelmente la comunidad gitana. En el acampado pasamos interminables horas alternando cantes y bailes con carnes asadas, buen humor, vino, más cante…a comer otra vez…a cantar… Llega el cuñado con su guitarra…cante, baile…comida… Y así hasta el atardecer cuando empiezan a aparecer hogueras por todo el campo. La noche cae, otra vez el frío…recogemos…hay sueño. Según vamos escalando la cuesta para abandonar el valle, a la distancia escucho un coro de voces por tangos:
Ay sí sí, ay no no
la Virgen de los Remedios
patrona de Badajoz