Un disco perfecto y languido
JUAN VERGILLOS Es una de las grandes voces del flamenco actual. Voz profunda, oscura, plena de color y de matices. Marina Heredia Ríos (Granada, 1980), la hija de Parrón, es dulce y dolorida, sensual y distante.
El disco se inicia con una versión del ‘Tango de las madres locas’ de Carlos Cano. Superar la intensidad cantaora del original es un reto imposible, que sin duda Marina no ha pretendido. Es, por tanto una versión más relajada y, si quieren, distanciada. El tempo de bolero no beneficia al radical contenido. Es raro, porque la facultad del flamenco para versionar consiste en eso, en añadir pasión al original. Pero es el sino de las grabaciones contemporáneas. Está todo tan medido, tan justificado, que el resultado se me antoja algo “esterilizado y plastificado” para todos los públicos. Y no hablo sólo de esta canción o de este disco, sino de casi todo el flamenco y la música grabada contemporánea. En gran medida la técnica ha ido en contra de las emociones, erradicando la libertad y la verdad, errores incluidos, del directo, de lo que pasa aquí y ahora, aún para ser registrado para el mañana. La perfección es una exclusiva de Dios y los muertos; los vivos erramos. Y eso se echa de menos en la producción discográfica flamenca de los últimos tiempos. Algo de vida. ¿De dónde ha venido este virus que afecta al flamenco actual? No quiero decir con esto que la precariedad, grabar un disco en una tarde, como se hacía en los sesenta y setenta, beneficie al flamenco. El problema es cuando se usa la técnica como distancia, para evitar errores, rítmicos o de afinación, a base de cortar el fraseo y el sentido de los temas. El disco lo conforman básicamente estilos rítmicos, por bulerías en su mayor parte, en forma de canciones ligadas como ‘Rosa tardía’ o ‘El calor de un beso’, canciones por bulerías, con estribillo y, en ocasiones, con formales y clásicos arreglos de cuerda. Lo mejor con todo son las versiones de poemas clásicos como ‘Illo y Romero’ de Bergamín o ‘Balada del que nunca fue a Granada’ de Alberti, sin duda los dos temas más destacados del disco, especialmente por la riqueza melódica que firma El Bolita. Lo mismo digo de ‘La gran faena’ de Manuel Benítez Carrasco: qué rica melodía a ritmo ternario ha firmado El Bolita. La fiesta, modesta, la ponen los ‘Tangos de la Penca’, el sabor del Sacromonte, del tango reticente del Camino. El final de este disco es el principio, es decir, un cante por tonás campesinas y pregones, popularizados por Manolo Caracol, con los que Marina suele abrir sus recitales en directo. La voz en solitario y los efectos de grillos y agua a ritmo de seguiriyas. Una petición personal tiene que ver con el libreto que, una vez más, como suele ser habitual, maltrata la métrica tradicional flamenca, trascribiendo las seguidillas y las cuartetas octosílabas sin propiedad ni sentido. La petición es, lógicamente, que respeten la poesía tradicional flamenca. Y, que quieren que les diga, yo echo de menos en este disco una soleá, una soleá clásica, de esas que tan bien se han cantado en Granada, de esas que tan bien canta Marina. Total que ‘La voz del agua’ es un disco amable pero lánguido, musicalmente impecable, correcto, pero al que le falta algo de impulso vital, eso que desde siempre ha caracterizado a este nuestro arte del sur favorito. Más información:
|