Un cantaor de formación tradicional y conocimientos largos busca su hueco en el mercado actual
Texto: Estela Zatania
Mientras Madrid y Barcelona estuvieron discutiendo cuál
de los dos merecía llamarse la novena provincia de Andalucía
en cuanto al flamenco se refiere, nos llegó Juan Antonio Santiago
Salazar de la comunidad autonómica extremeña. Nace en Zafra
(Badajoz) en 1954, se cría en Huelva, debuta con quince años
en Madrid en el legendario tablao Los Canasteros, se instala definitivamente
en el pueblo de Utrera donde ha vivido durante muchos años y realiza
frecuentes viajes profesionales a Japón.
Es un potaje geográfico que ha dado buenos resultados, porque
«Enrique el Extremeño» como es conocido profesionalmente,
posee una flamenquísima voz que emplea para cantar por derecho,
tanto en solitario, o «p’alante», como para el baile,
aunque su mayor fama proviene de éste último. Ha cantado
durante años a las máximas figuras del baile como Mario
Maya, El Güito o Cristina Hoyos, pero con la que hizo fama fue la
bailaora Manuela Carrasco que también participa en este nuevo trabajo
discográfico del Extremeño, «Tierra de barro».
El guitarrista Pedro Sierra, productor del disco, está rellenando
un vacío que las grandes discográficas ya apenas trabajan,
registrando grabaciones más que dignas de cantaores interesantes.
El disco goza de las colaboraciones, no sólo del mismo Sierra en
el acompañamiento, sino de Manuela Carrasco, de La Susi, cuñada
de ésta, o del popular cantaor José Valencia. La Tobala,
familia del Extremeño y esposa de Pedro Sierra pone voz en algunos
de los cortes, y participan con sus guitarras el Domi de Morón
y Ñoño, hijo del cantaor.
El disco abre fresca y acompasadamente con el primero de cuatro cortes
por bulería, una canción con momentos inconfundibles de
bulería extremeña, o «jaleos» como dicen los
nativos. Aficionados mayores de cierta edad pueden encontrar algo molestos
los coros armonizados y repetitivos que aparecen a lo largo de la grabación.
Es un sonido caduco destinado en el futuro a identificar la actual época
del cante. No obstante el Extremeño cura todo con su aire flamenco
y su compás, y la guitarra, aunque a menudo es tapada por los otros
instrumentos, lleva el marchamo de Pedro Sierra, modernismo inteligente
con trasfondo tradicional.
La rumba del nuevo milenio se llama «tango-rumba», pero entre
una cosa y otra no hay más que un suspiro de rasgueado para diferenciarlas.
La canción «El aire se lleva el trigo», en la escala
flamenca, ostenta un sonido neo cañorroto, y otra vez se presentan
los coros armonizados que aquí pegan mejor.
«La telera» es una versión actualizada de las clásicas
bulerías de Cádiz. La voz del Extremeño alcanza una
alta concentración salina como es propio del material, pero sabemos
que Pericón y Manolo Vargas dejaron de vender papel de Alcoy hace
décadas, porque la guitarra no puede sonar más actualizada.
Enrique lucha valientemente para conservar el aire, y lo logra una y otra
vez a pesar de los mejores esfuerzos del coro y un ligero exceso de batería.
Estamos ante un cantaor de formación tradicional y conocimientos
largos que busca su hueco en el mercado actual con la ayuda de los jóvenes
que lo rodean.
«El corazón sufre», figura como «tangos»
pero es otra canción al ritmo de tangos: no es criticar sino aclarar.
Ya vamos cuatro números seguidos con el mismo tipo de coro, aunque
el Extremeño sigue rescatando el aire flamenco. Un taranto para
baile, es decir, a ritmo de zambra, se llama «Pastora divina»
y es decorado con el taconeo de Manuela Carrasco. El final por tangos
luce el aire relajado que dan los acordes extendidos que relacionamos
con el jazz y con el «nuevo flamenco», mientras que el Extremeño
no se aparta de su camino rigurosamente tradicional, y la cosa marcha.
Enrique Extremeño – foto: Estela Zatania
«El pañuelo que te di te lo compré en la Habana,
que huele a Cái por la muralla» es el coro de voz digitalmente
multiplicada que ancla estas alegrías. Sierra y el Extremeño
dan rienda suelta al deseo de revolcarse en el flamenco tradicional, y
de bien p’arriba que lo hacen. El sonido fresco que anhelan está
aquí y hasta el coro es asimilable.
Un cambio radical llega con «Juguete pasajero», una hermosa
bulería romanceada al más puro estilo de Utrera, reflejando
los aires de Bambino que siempre soplan por ese pueblo. Unos originales
sonidos salen del departamento guitarrístico, y no es fácil
sorprender hoy en día con las seis cuerdas. Esto es seguido de
«La luna llena», una vidalita, forma «de ida y vuelta»
procedente del folklore argentino y que gozó de mucha popularidad
junto con la milonga en la época de la ópera flamenca. Actualmente
se está recuperando gracias a cantaores como Diego el Cigala, Mayte
Martín y otros, pero quizás al Extremeño le sobren
facultades y poderío para esta forma libre, dulce y sentimental.
En «Tembló aquel día», etiquetada como «malagueña
personal», el cantaor se defiende con dignidad y luego nos conduce
al mundo del ritmo abandolao de Frasquito Yerbabuena donde se encuentra
más a gusto. «Los cabales» son bulerías clásicas
donde el Extremeño se mueve con la mayor soltura y derrocha personalidad
en un formato «fin de fiesta». Los coros quieren restar flamencura
pero La Susi, José Valencia, La Tobala y Guillermo Manzano no lo
permiten.
El disco pudo y debió haber acabado allí mismo, pero hay otra vidalita, o mejor dicho, la misma en versión orquestada: «La luna llena». Aquí El Extremeño vuelve a lanzar sus considerables recursos, pero no acaban de combinar bien con el suave acompañamiento con aire de piano bar.
Tierra de Barros es un CD atrevido, con algunas pegas y muchos méritos,
el mayor de ellos siendo la combinación de los buenos instintos
de Enrique el Extremeño con la cerebral creatividad y musicalidad
de Pedro Sierra en un amistoso mano a mano generacional que refleja el estado actual del flamenco.