El poder de la minera
Texto: Juan Vergillos
Escuchando este disco de Miguel de Tena se me antoja pensar que la minera, la minera de La Unión, es el único género flamenco cuyo poder de sugestión trasciende la personalidad de su intérprete. Es algo muy extraño, porque el flamenco es un arte, tan comunal, que resulta personal en grado sumo. Tena, ostentador de la última Lámpara Minera hasta el próximo día 12 de agosto, es el de la voz fina, delicada, aguda. Un estilo claro y también bronco, siempre en sutil equilibrio con la afinación y que tiende a lo grandilocuente. El estilo, en fin, que en los últimos años ha triunfado en el Festival Internacional del Cante de las Minas. Tena necesita pues nueve minutos para decir dos letras por mineras. Está bien, no tenemos prisa. Tena, con la guitarra de Antonio Muñoz Fernández, nos trasporta a los paisajes mineros, a las entrañas de la tierra de La Unión vueltas hacia el cielo. Una cosa rara, una tierra dolorida.
Este tercer disco de Tena, segundo de la colección ‘Lámpara Minera’, dedicada a los triunfadores en el festival murciano, tiene la hermosa, generosa, virtud, de transcurrir en buena parte de sus minutaje por aires levantinos. De la épica minera a la taranta sentimental. Canta reposado, reticente. Tena anula el ritmo a favor del rito. Tena se hace tierra y se confunde con el paisaje. Canta tan demorado que se nos olvida, casi, que está cantando y el tercio sobresaltado nos devuelve a nuestra realidad. Semejante intimismo en la granaína, donde irrumpe de repente el color de la melodía como una caricia en el corazón. Los arabescos, el melisma, nos salvan de la tierra y nos devuelven la flor por nuestros pies. Vallejo es la fórmula y la estética, así que no cabe otra cosa que el color. Del pardo, del gris, a la rosa, al verde frutal. Eso sí, lo que Vallejo nos daba en tres minutos aquí se nos ofrece en ocho y medio. Algún día los flamencos del condado inventarán a Shostakovich o Mahler. La malagueña está dicha también de esta manera sencilla propia de los años 30, como los fandangos de Vallejo, en donde se introduce ya el compás de bulerías. Esta entrega es sin duda la más brillante del disco, pese al negro existencialismo de verbena de las letras. En el mismo compás la copla ‘María de la O’: seguimos en los años 30 a lo que se ve. El final por fiesta extremeña, la tierra natal de nuestro cantaor: tangos y jaleos. Los primeros morosos, casi acancionados. Los jaleos los expone el guitarrista sobre el ritmo amalgamado. Es una de las melodías más bellas y flamencas del flamenco tradicional. |