Catalina León Benítez . Editorial Almuzara (2008)
Texto: Rubén Gutierrez
Fiel a su compromiso con el flamenco cada dos meses, la editorial Almuzara ha publicado el último trabajo de Caty León. Si anteriormente esta investigadora afincada en Sevilla publicó con dicha editorial un estudio sobre el flamenco en Cádiz, para esta ocasión ha elegido una de las figuras emblemáticas del arte jondo. Difícil labor la de concretar el bagaje humano y artístico de Manuel Ortega Juárez en un manual, pues sin duda estamos ante uno de los pilares de lo que hoy en día entendemos por flamenco. Manolo Caracol fue testigo de la evolución de esta manifestación artística desde muy temprana edad, y su incorporación al profesionalismo se produce a raíz de su participación en el Concurso de Granada de 1.922. De este modo, la profesora gaditana nos conduce por una obra que trata más sobre la propia historia del flamenco, que de una biografía al uso, pues parte de unos planteamientos próximos al ensayo donde va efectuando una revisión del escenario flamenco.
Si el maestro Caracol fue genio y figura, no se discute en este libro, sino mas bien atribuirle a este cantaor el verdadero sitio que le corresponde en la historia del cante y por ende, de toda la estética flamenca. De origen humilde, de una de las familias cantaoras por antonomasia de Cádiz, cuyas raíces entroncan con el mismísimo Planeta, los Ortega, igualmente tuvieron una estrecha relación con el matadero gaditano, así como con la torería de aquella época, siendo loable el estudio genealógico que se realiza. El traslado familiar a Sevilla, cuna de Manolo Caracol, supone afianzar esos lazos con la tauromaquia, pasión confesa de nuestro protagonista junto con el fútbol, amén del flamenco. Poco a poco se van desgranando las distintas etapas por las que pasó el cante de Caracol, desde la Ópera Flamenca y sus teatralerías, los éxitos junto a Lola Flores o su hija Luisa Ortega, sus zambras con orquestas, sin olvidar el papel desarrollado en la cinematografía flamenca, todo lo que le convirtieron en un ídolo del pueblo, pero enemigo de la flamencología más ortodoxa. Aunque se echa de menos un estudio biográfico mas pormenorizado, y que pudiera haberse completado con alguna de las entrevistas que se citan indirectamente en el libro, aunque sí recogen declaraciones de los descendientes de Caracol, sí es de agradecer el análisis que se realiza en comparación con otros fenómenos ocurridos en el flamenco, tales como el olvido producido sobre las figuras de Pepe Marchena y Juan Valderrama. También se pone de relieve la rivalidad que hubo entre Antonio Mairena y Manolo Caracol, más bien por el movimiento mairenista que por lo obrado por el de los Alcores, y de este modo el Concurso de Córdoba es igualmente objeto de análisis. No puede faltar el estudio del fenómeno de los tablaos, en los que Caracol también fue pionero, y donde se retiró del mundanal ruido para dedicarse a escuchar a los artistas y a ofrecerse como cantaor cuando le placía, porque Caracol ante todo era un gran aficionado, siempre oído avizor para de este modo haber podido crear una escuela, que es precisamente lo que más valoraba, el hecho de crear y recrear una estética y unos estilos que lo distinguiera de los demás, como lo refrendó uno de sus alumnos más destacados, nos referimos a Camarón de la Isla. |