Es imposible hablar del flamenco sin hablar de Jerez. Y al hablar de Jerez no se puede ignorar dos constantes que conforman la vida flamenca de esta localidad: las familias y los barrios. Para los no jerezanos a menudo nos cuesta comprender la importancia de esta tradición jerárquica, y mucho menos, qué representa en términos concretos. Aquí el profesor Pierre Lefranc define y describe las identidades de los principales barrios flamencos de Jerez, Santiago y San Miguel, y aporta una perspectiva histórica que nos ayuda a desenredar la madeja sociocultural.
Pierre Lefranc Traducción al castellano por Estela Zatania, con autorización del autor
A mediados del siglo XV, cuando la Reconquista de la España musulmana parecía estar a punto de terminarse, tuvieron lugar unos acontecimientos importantes en los movimientos demográficos de las ciudades del suroeste de Andalucía. El suburbio o arrabal de Triana situado más allá de los muros de Sevilla, al otro lado del río Guadalquivir, experimentó un crecimiento considerable y tres nuevos arrabales similares surgieron en Jerez de la Frontera y Cádiz. Estos fueron San Miguel y Santiago en Jerez, y Santa María en Cádiz. Siglos más tarde, mucho después de haber sido otorgada la condición de 'barrios', estos tres distritos, además de la misma Triana, fueron los centros más importantes de la población y cultura gitanas de Andalucía.
Los gitanos se interesaron por ciertas tradiciones de esa muchedumbre abigarrada
Entonces parece sumamente probable que cuando los gitanos andaluces abandonaron el nomadismo en alguna época sin precisar del siglo XVI o XVII, optaron por instalarse en estos nuevos centros urbanos, además de en Triana, un barrio más antiguo donde han permanecido sus descendientes a través de los siglos, y donde sigue habiendo un número importante de ellos a pesar de ciertas alteraciones urbanísticas en algunos sectores. Es probable que estas personas no tuvieron opciones viables: las ciudades amuralladas eran vedadas por la noche para las minorías que eran consideradas posiblemente peligrosas y que de esta manera fueron tajantemente «invitadas» a limitarse a los distritos extramuros. También existen pruebas que indican la propensión a un intercambio cultural entre algunas de aquellas minorías cuyo lugar dentro del esquema social era ambiguo o incierto: juglares y trovadores, los descendientes de los esclavos africanos, la anterior servidumbre de los musulmanes que vagabundeaba sin amo, y más tarde, los musulmanes conversos, o moriscos. Los gitanos se interesaron por ciertas tradiciones de esa muchedumbre abigarrada que empezaban a perder su habitual modo de transmisión, pero no su atractivo popular, y las cuales entraron a formar parte del conjunto que llegó a llamarse «flamenco».
Hoy en día un breve paseo por Jerez desde el Alcázar permite seguir los restos y los recuerdos de sus muros, en sentido contrario a las agujas del reloj, de la siguiente manera: noroeste de Arenal, luego las calles Agustín, Larga, Por-vera, Ancha, Muro, Ronda del Caracol, Puerta de Rota, y de nuevo al Alcázar. El arrabal de San Miguel se desarrolló en el lado sur de la ciudad amurallada, con vistas hacia el río Guadalete y hacia el este y el sur. El arrabal de Santiago se encontraba en el otro lado al norte de la ciudad, con acceso directo al abanico de tierras fértiles que se extienden entre Rota y Lebrija. Hoy en día el barrio de Santiago se centra en las calles Merced, Nueva, Cantarería, Taxdirt (antiguamente De la Sangre) y Marqués de Cádiz, mientras que el barrio San Miguel se extiende hacia el oeste de la Plaza San Miguel e incluye las calles Empedrada, Álamos, Sol y Corredera. A menudo los gitanos de San Miguel se refieren al barrio como la «Plazuela» – una pequeña plaza de la mente.
A menudo los gitanos de San Miguel se refieren al barrio como la «Plazuela» – una pequeña plaza de la mente
Plazueleros: Loco Mateo, Serneta, Agujetas padre, Chacón
Un interesantísimo aspecto de estas condiciones es la distribución asimétrica del cante entre los dos barrios, no tanto en términos numéricos sino en sendas características, como se observan en las respectivas formas del cante y las grandes figuras. A San Miguel pertenecieron Manuel Molina, el creador de cinco siguiriyas, casi todas impresionantes; el Loco Mateo que dio un nuevo giro a la siguiriya; Diego el Marrurro que creó la más conmovedora de todas; y Joaquín la Serna que abogó por una vuelta a la austeridad y la altivez. También de San Miguel fue la inmensa figura de Merced la Serneta que reconfiguró la soleá centrándola en las emociones, principalmente en Utrera por cierto, aunque mantuvo sus enlaces con San Miguel y volvió a menudo al barrio. También de San Miguel, pero muy a lo suyo, fue el cantaor no gitano Antonio Chacón cuya creatividad tomó otros senderos aunque grabó un número de cantes de la Serneta, Manuel Molina y Marrurro, todos paisanos suyos de San Miguel. Tampoco se cierra el desglose con estos nombres. Entre los grandes cantaores grabados, algunos de los cuales dejaron su impronta en determinados cantes, se sitúan Manuel Torre, Agujetas padre, Manuel Agujetas, Rubichi y el Tío Juane. También Juanito Mojama era de San Miguel, pero en sus venas corría también sangre de Santiago.
El gran logro acumulativo de San Miguel se inclina hacia la expresión poderosa de la pena más profunda y desnuda
El gran logro acumulativo de San Miguel se inclina hacia la expresión poderosa de la pena más profunda y desnuda – el cante como una invitación a la exacerbación – con toques frecuentes de rebeldía u ocasionales de altivez. Por supuesto hay excepciones: se trata de un nido de individualistas. Y siempre la Serneta queda como punto y aparte: su genio nació de su feminidad y hubiera dado fruto en cualquier lugar, pero la misma urgencia emotiva de los cantes que nos ha dejado probablemente proviene de San Miguel.
Los logros del barrio de Santiago son muy diferentes. El área adquirió importancia algo más tarde con Paco la Luz cuya siguiriya principal llegó a representar un modelo de clasicismo en la evolución de este cante. Dicho cante fue desarrollado con infinita discreción por José de Paula cuya capacidad para limitarse a lo esencial sin una sílaba o nota superflua es inigualable. Pero el legado de Santiago también adquirió una dimensión colectiva con una red de familias que desplegaba una concentración de cantes y una galaxia de grandes cantaores: Antonio Frijones, Juanichi el Manijero y El Gloria entre los creadores; Borrico, Terremoto, Sernita, los Pableras y los Sorderas, además de los talentos más actuales, José Mercé, Fernando de la Morena, Luis el Zambo y otros. La aportación colectiva de Santiago es menos dramática y menos apasionada que la de San Miguel, pero es notable por otros motivos. En Santiago la pena profunda es simultáneamente expresada y controlada, y la disciplina sustituye la exacerbación. Asimismo, mientras que San Miguel ofrece una serie de individualistas, Santiago se compone de dinastías en las cuales determinadas formas, además del cante en sí, se convierten en tesoros de familia y una herencia colectiva.
En Santiago la pena profunda es simultáneamente expresada y controlada
Santiagueros: Sordera, Borrico, El Gloria, Sernita
Comparemos brevemente las diferencias entre los cantes festivos. Mientras que los de Santiago disparan una serie aparentemente inagotable de bulerías, en San Miguel parece que se prefiere la forma más austera de la bulería por soleá (o para escuchar). También en Santiago las bulerías han eclipsado incluso aquellos dos cantes fundamentales en las bodas gitanas, los romances cantados (o corridos), y las alboreás.
Evidentemente hay que resistir el impulso de buscar causas para todo lo que acontece a nuestro alrededor, pero en este caso no es necesario ir demasiado lejos para encontrar las respuestas. San Miguel se ha quedado dentro de la ciudad, rodeado de perspectivas urbanísticas – los oficios de herrero y carnicero – probablemente tan confinados como aquellos de Triana; pero Santiago ha gozado de otras posibilidades aprovechándolas al máximo. En algún momento que no se puede precisar del siglo diecinueve, posiblemente antes, los grandes terratenientes jerezanos empezaron, año tras año, durante largas temporadas, a contratar equipos de gitanos, o gañanías, organizadas en torno a las familias o incluso las calles, coordinadas por los capataces gitanos, o manijeros. Esto representaba un trabajo muy duro a lo largo de muchos meses, con escaso pago y unas condiciones de vida austeras en las grandes barracas de los cortijos, pero era una vida sensiblemente mejor que las condiciones precarias de la vida en la ciudad donde el hambre era una constante. Por las noches o cuando el tiempo imposibilitaba el trabajo, el recurso más a mano y que nunca fallaba era el cante, sin guitarra pero ocasionalmente con baile, y estos valores compartidos de la comunidad llegaron a formar parte de la vida en el barrio. Los cantes se limitaban a siguiriyas, soleares y bulerías, con ocasionales tonás: son los cantes más practicados por los gitanos entre ellos.
Por las noches o cuando el tiempo imposibilitaba el trabajo, el recurso más a mano y que nunca fallaba fue el cante
La industrialización de la labor agrícola acabó en gran parte con este estilo de vida en la década de los sesenta, pero ya para entonces los gitanos de Santiago habían experimentado un cambio social. Habían sido valorados, se había confiado en ellos, eran respetados y eran libres para cultivar «lo suyo». Algunos de los terratenientes incluso habían desarrollado un auténtico interés en el cante, mientras que otros se habían ocupado de que la capacidad intelectual de los gitanos no quedara desaprovechada. Sin llegar a ser asimilados del todo, los gitanos de Santiago se han integrado plenamente en la sociedad, y parece que no queda entre ellos ningún recuerdo de la época anterior de persecución.
Pierre Lefranc
Fuentes: La información aquí expuesta de forma muy resumida procede de investigaciones en curso y de: mi libro Le Cante Jondo/ El Cante Jondo […] (Niza y Sevilla, 1998, 2000, 2001); Ladero Quesada, Andalucía a fines de la Edad Media (Cádiz, 1999); Pasqualino, Dire le Chant […] (Paris, 1998); los recuerdos de La Piriñaca y del Borrico como vienen publicados por José Luis Ortiz Nuevo (1977, 1984); Álvarez Caballero, Gitanos, Payos y Flamencos, […], Madrid, 1988; de La Plata en Historia del Flamenco, i.185-95; los vídeos relevantes de la serie televisiva Rito y Geografía […]; y la sección referente a Jerez del vídeo Un Voyage andalou, mencionado en mi lista de películas. Para Mojama, vean Ramón Soler Díaz en Candil, 127 (2000), y le quedo muy agradecido por algunos detalles todavía sin publicar.
Pierre Lefranc fue Profesor de Literatura Inglesa en varias universidades de Francia, América del Norte y África. Su interés por el flamenco comenzó en 1955 y cerca de dos horas de grabaciones realizadas por él entre 1961 y 1964 están incluidas en la antología Historia del Flamenco (Tartessos). Es autor del libro El Cante Jondo publicado en francés (Facultad de Letras de Niza, 1988) y en castellano (Universidad de Sevilla, 2000, 2001).
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