Estela Zatania, Ediciones Giralda 2.007
por Rubén Gutierrez AMAPOLAS DE UN TRIGAL Con sólo coger el libro entre nuestras manos la mente nos transporta a otros tiempos, pues la foto de portada de El Choza cantando en mitad del campo es digna de cualquier museo etnográfico. Un poco más arriba se nos dice que nos vamos a adentrar en una mirada al flamenco en los cortijos históricos del bajo Guadalquivir, ante lo que nos pusimos raudos y veloces. Hoy en día la flamencología está dando a luz magníficas investigaciones basadas en un rigor científico donde priman las hemerotecas, los archivos civiles y eclesiásticos o la reedición de antiguos volúmenes, pero en esta ocasión debemos volver a lo artesanal, al trabajo duro de campo, y nunca mejor dicho, para documentarse a través de los pocos protagonistas que todavía conservan en sus retinas y en su mentes recuerdos de un tiempo pasado, que dudo fuese mejor como postula José Manuel Gamboa en el prólogo.
La historia del flamenco se ha ido escribiendo en función de lo acontecido en las ciudades, y se ha olvidado de un aspecto muy importante, cual es que la mayoría de los intérpretes provienen de las clases mas bajas de la sociedad, y que han encontrado en este arte el remedio para evadirse de tareas más pesadas. La geografía andaluza esta plagada de cortijos donde los braceros han sudado la gota gorda para poder llevarse un plato caliente a la boca, en la mayoría de las veces limitándose el menú a unas pocas legumbres. En este interesante estudio, Estela Zatania nos presenta la otra realidad del flamenco que se vivió entre Jerez, Lebrija y Utrera. Esa campiña salpicada de gañanías donde pasaban sus escasas horas de descanso los verdaderos artífices del progreso y desarrollo de estas tierras en la actualidad. Payos y gitanos convivieron en distintos grados de integración trabajando azarosamente en las explotaciones agrarias de las familias pudientes, sin más consuelo que el habitar todos juntos en grandes habitaciones después de larguísimas jornadas de trabajo. Estos peones, al llegar la noche, organizaban verdaderas fiestas flamencas, pies ni había televisión, ni radio, ni siquiera luz, y su felicidad se nutría de estos encuentros festeros en lugares tan emblemáticos como la Zangarriana, La Torre, El Rulo, La Mariscala, Atalaya, Espartinas o Monterrey como se nos narra en este volumen que cuenta con una lujosa edición. Sin duda alguna estos cortijos han sido lugares claves para la forja de diversos estilos de soleares y seguiriyas, como así los demuestra el capitulo relativo a la letras flamencas agrarias, pues en ellos han trabajado ni mas ni menos que Juaniquí, El Chozas, o Fernando de la Morena. El libro, amén de un estudio digno de un doctor en antropología, también presenta un gran número de interesantísimas entrevistas donde cantaores mas o menos profesionales como Luis El Zambo, Ana Peña, Tio Enrique Sordera, El Caneco, Juana Vargas o Maria Bala, entre otros, cuentan las experiencias vividas en los cortijos con anécdotas tan interesantes como fingir la celebración de una boda por el mero hecho de estar de fiesta. Pero no quiero desvelarle el contenido de este gran trabajo y les invito a que se trasladen a esos tiempos por un rato. Muestra.
|