El corazón a tres pasos
JUAN VERGILLOS Han pasado seis años y no veas como ha cambiado el panorama. Si en su disco de debut (BMG, 2001) la cantaora trianera firmaba para una multinacional una obra protagonizada por la canción aflamencada, ahora nos ofrece, en una suerte de autoedición (en concreto, una coproducción de una discográfica pequeña y la propia cantaora) un disco estrictamente flamenco. La cantaora ha visto que puede prescindir de los aparentes arreglos de su primer disco, y también de la supuesta capacidad promocional de las multinacionales. El disco está en franca recesión. Obviamente no es la causa de ello la democratización de los sistemas de reproducción, como afirman las grandes discográficas. Es su propia ambición y su falta de imaginación, así como la espuria pretensión de que de los avances técnicos han de aprovechar sólo los ricos. De eso nada. Si la tecnología ha abaratado los costes de los discos, eso tiene que repercutir en el comprador. Como no ha sido así (no se rebajó el precio del producto final, y tampoco se ofreció nada a cambio para compensarlo), éste ha optado por la solidaridad en red. ¿De qué se quejan entonces?
También los artistas le han echado ganas e imaginación. Ya saben que el disco se ha convertido en un aval de sus directos. Y es por ello que la producción se ha ido haciendo cada vez más austera, verdadera. Ello, que ha sido una revolución en otros ámbitos musicales, ha significado para el flamenco que nos encontremos con obras tan frescas, a la vez que claras y pulidas, como estos ‘Recuerdos’. Fernández se ha acordado de lo que hace en directo, el cante que aprendió en el seno familiar. Y de ello ha resultado un disco fresco, espontáneo. Mejor cuanto menos sofisticado. Por eso los tres cortes grabados en directo, con los guitarristas habituales de la cantaora, son lo mejor del disco. Soleares y cantiñas con Miguel Ángel Cortés y seguiriyas con Paquito Fernández. El resto de la obra está producida e interpretada por la guitarra imaginativa de José Antonio Rodríguez. Ahí se permite Esperanza el estribillo para el cante festero (tangos trianeros) y dos canciones por bulerías protagonizadas por dos grandes voces del siglo que se nos fue: ‘Manolo Reyes’ de la Niña de los Peines y ‘Antonio Vargas Heredia’ de Imperio Argentina. El contrapunto de sofisticación y frialdad melódica lo pone Rodríguez. El estribillo de los tangos del Titi nos retrotrae a la infancia trianera de la cantaora en una sorprendente modulación desde los tonos mayores de la melodía tradicional. ‘Manolo Reyes’ abre el disco con toda la fuerza de su estribillo en la guitarra de Rodríguez y el coro masculino, es decir, una forma de comercialidad que no traiciona la tradición de este arte. A la entrega y virtuosismo rítmico de Fernández le corresponde Rodríguez con imaginación. Si ‘Manolo Reyes’ se impone por estribillo y fuerza rítmica, ‘Antonio Vargas Heredia’ es una sutileza de melodía. Los gitanos lorquianos de los años 30 vestidos de limpio. Impecable. Rodríguez conduce a Fernández con toda delicadeza de la mano, o la sigue a breve distancia espoleándola rítmicamente y disparando las melodías hasta ámbitos sorprendentes. Digamos que toda la experiencia acumulada en los estudios de grabación, y en los directos, por Rodríguez, está presente en este disco sin necesidad de utilizar otra instrumentación que la tradicional flamenca. Quiero decir que, en su apariencia y verdad de tradicionalismo, este disco expone más que el anterior de la cantaora, también en su compromiso con los tiempos que nos están tocando. Y ¡cómo la voz de Fernández va ganando en intensidad conforme la interpretación avanza! Dos entregas fandangueras, las dos a ritmo. Huelva y Lucena. En la primera el estribillo más prescindible de la obra. Lo mismo que la letra: también la más prescindible y autoreferencial por demás. Más compromiso en Lucena con el ritmo acelerado hasta los jaleos o bulerías a golpe. Rodríguez dibuja un territorio aéreo para la guitarra que la Fernández trae a la tierra en aras de unas melodías que están entre las más bellas y directas y raras de este arte. No se corte y emociónese hasta las trancas. Evanescente y terrenal, directo y evocativo. El equilibrio a esta sofisticación lo ponen los tres cantes en directo. El corazón a tres pasos. Las cantiñas con aire de tierra adentro, la que va de Lebrija a Utrera. La guitarra a medida humana de Cortés en directo, meciendo a la cantaora. Una interpretación que hemos escuchado cientos de veces y cuya justeza y verdad no admite duda alguna. Sólo quedan dos pasos para llegar al centro. Por soleá. Esto es un baile, el jaleo, el baile de un corazón. Cortés acuna el dolor del cante, la memoria de lo que se fue. La frustración que fue. Queda un solo paso. La austeridad de la forma tiene su porqué: el mostrar la carne viva. La carne viva de la seguiriya. La guitarra tensa de Paco Fernández es un contraste con las otras dos sonantas, sofisticada la una y austera la otra. El universo que bosqueja Paquito es el del dolor en pura llaga. El quiebro del ser. La seguiriya. El puro grito. Civilizado, domesticado por los sistemas musicales modales mediterráneos. Es la civilización más pura, el equilibrio exacto entre la naturaleza y la polis, el grito y la escena. El dolor y su representación artística. Acaso el disco del año. Ya que prueba la viabilidad de una fórmula, el registro sonoro, clave en la música del siglo XX. Viabilidad como testimonio y como producto artístico. Claro que es una bofetada a una industria que se declara en crisis desde hace años. Una muestra de confianza en uno mismo y en lo que hace, más allá de engañifas de mercado. Con su pan se lo coman.
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