Texto : Marcos Escánez Carrillo Fotos: Rafa Manjavacas (Click sobre las fotos para verlas tamaño grande)
El pequeño reloj de Enrique Morente salió a mediados del 2003. No podemos decir, por tanto, que esta reseña goce del atractivo que ofrece la rabiosa actualidad. Se trata más bien de una observación reposada, tranquila, aprovechando el tiempo como elemento fundamental de su contenido, dejando que éste sea una parte importante de las reflexiones que a continuación volcaré sobre este papel que con cada segundo que transcurre va ganando blancura y extensión, y que, después de un año de estar el uno frente al otro, ha acabado por mirarme desafiante y sin respeto alguno.
Y entenderán mi retraso como necesario si tienen en cuenta la dificultad que implica reseñar un disco como el de Morente. Para cualquier otro disco flamenco basta con hacer un recorrido por cada uno de los cortes con cierto espíritu crítico, sin más, porque en casi todos los casos, los temas suelen ser inconexos. Por tanto, no hace falta un análisis de conjunto alguno ni reflexión sobre la obra como tal.
La primera excepción a este argumento la encontramos en el disco Persecución de Juan Peña ‘El Lebrijano’, donde desarrollaba la idea de la marginación que los gitanos han sufrido a lo largo de la historia. Incluso hay una creación personal en el cante por galeras. Pero casi todo el desarrollo se circunscribe a las letras.
Morente llega mucho más lejos con este último disco. El maestro del cante ha roto el concepto que tradicionalmente teníamos los aficionados de un disco flamenco presentando una obra discográfica como una obra de arte, desarrollando el concepto del tiempo desde ópticas distintas como si de un libro de poemas se tratase, estructurando el orden de las letras y de las músicas; un disco donde cada poema es una obra en sí, y la fusión con el resto de poemas altera y complementa el mensaje final, donde todo es un juego y todo vale, donde el lector forma parte de la obra y la cambia a su entendimiento, donde Morente crea su propio lenguaje incidiendo en sus obsesiones desde un punto de vista musical y dejando rienda suelta a su naturaleza creadora.
En su coqueteo con el tiempo, conjuga lo tradicional, lo añejo, con la tecnología. Mientras deja constancia de una época fundamental del flamenco, con cantes clásicos sobre toques clásicos (a la cual perteneció y ahora engrandece con su aportación constante), experimenta con nuevas y sorprendentes armonías que aún no han llegado al flamenco moderno.
Claro… que hablamos de Morente, ése que tuvo el valor de grabar un disco para ensalzar la figura de don Antonio Chacón, tan ultrajada y vilipendiada por Mairena y su séquito, y en el año 1977, cuando más fuerte andaba el movimiento; ése que tuvo el atrevimiento de hacer un disco fuera de los cánones del flamenco, que tenía hasta guitarra eléctrica, que parecía que estaba «despegando» el cante de la raíz y que lo que realmente hizo fue arrancar el corsé que tanto asfixiaba y coartaba la libertad del artista.
1977 fue un año muy importante para Morente, y en su transcurso aportó cosas que tuvieron una notable incidencia en el flamenco. Tuvo lugar la primera dualidad del granaíno al grabar el Homenaje a don Antonio Chacón y el Despegando. Clásico, ortodoxo y solemne el primero; moderno, heterodoxo, sofisticado el segundo; reivindicativos y artísticos ambos. Ángel y demonio, ying y yang, D. Quijote y Sancho, provoca sentimientos encontrados, dualidad que estalla en el aficionado, el cual, por un lado, aprende a valorar la figura de Chacón y, por otro, renuncia de las formas musicales de Morente. Dualidad que se repetirá siempre en este personaje en el que se encuentran valores de peso para concederle el Premio Nacional de la Música o el Premio Nacional de la Cátedra de Flamencologia de Jerez, y que no estaba «bien visto» en Andalucía Occidental mientras cantaban sus tangos por las calles de Jerez sin saber que eran del granaíno.
Decía Sábato que vivimos sin llegar a pensar en la trascendencia de pequeños detalles que serán cruciales en nuestra vida, y que podremos percibir muy a posteriori, con una reflexión profunda y asociacionista de todo lo que nos ha sucedido. Imagino que para el maestro uno de esos pequeños detalles será su relación con la palabra ‘Estrella’ que seguramente mantiene cierta intimidad con su carácter rebelde y quijotesco. Y después de tanta desavenencia con molinos de viento y otras mastodónticas arquitecturas, ése que a lo largo del tiempo ha luchado contra el tétrico inmovilismo y ha terminado venciendo, se nos presenta con un pequeño reloj en la mano, confesándonos al oído que se siente atrapado en él, que ha entendido que el tiempo es la exacta dimensión de la tragedia humana, la única dicotomía, la paradoja esencial que nos lleva hacia adelante y nos hace crecer, pero que no nos permite parar y nos aniquila; y a ello no se le puede hacer frente ni siquiera desde la pobreza moral, la ignorancia ni desde la desesperación.
El disco Despegando tiene 27 años y es un clásico del flamenco. Su hija Estrella es cantaora de primera línea. Enrique tiene «tó’s los premios der mundo» a pesar de haber hecho 7 saltos mortales en distintas direcciones. Siempre dándonos una vuelta de tuerca más para demostrar que los caminos del flamenco son inescrutables. Y ahora aparece con una obra de arte en formato disco que se pierde, como todas las obras de arte, en la búsqueda del absoluto, la quimera de todos los artistas.
Una de las muchas innovaciones que Morente introdujo en el flamenco fue la de musicar poetas cultos. Sigue esta línea al utilizar el título de un poema de León Felipe para poner nombre al disco. Un poema que desarrolla la idea de que el tiempo se puede medir de muchas formas distintas, y para ello Morente utiliza las olas del mar, con su cadenciosa eternidad y asemejando la ola con la unidad mínima de medida. Otra forma de romper los cánones es abandonar el segundo como concepto, adoptemos las olas que crecen y se rompen eternamente, «más olas que estrellas y que granos de arena…».
El tiempo es una categoría absoluta, y él ha querido, no imitar esta cualidad, sino construirla, refundarla, y para ello es necesario construir distintas dimensiones, alejarse del detallismo más o menos artístico, e ir a lo esencial, de manera que cada una de las partes tiene interés en sí misma y, a su vez, adquiere sentido en su relación con las demás, hasta formar la imagen perfecta se la mire desde donde se la mire. Y eso es lo que hace el maestro con la selección de las letras, con el orden de los cortes, con la elección de los guitarristas, y con su propio registro. Y quiero que me entiendan que cuando hablo de dimensión no me refiero al detallito más o menos sobresaliente, sino que les hablo de líneas artísticas de desarrollo del trabajo.
La primera dimensión (y quizás la de más importancia) es la que crea utilizando para el acompañamiento de su voz: guitarras tan importantes como la de Montoya con su mítica rondeña, la de Manolo de Huelva, extraordinario guitarrista y piedra angular del acompañamiento por bulerías, y Sabicas, una de las guitarras más prodigiosas de la historia del flamenco y referencia obligada.
Lo que Enrique defiende es la atemporalidad del flamenco, del arte. En definitiva, recrea lo que siempre ha sido bueno con su propia actualización, con la propia experiencia sobre las notas de la guitarra. Son muchas las soleares que se pueden cantar, pero Enrique sólo ve «Los lamentos de un cautivo…», una de las letras conocidas que gozan de mayor antigüedad y le da un nuevo significado. En el toque que Manolo de Huelva grabara hace 40 años, Enrique sólo ve a los africanos que vienen en patera y no llegan a tocar tierra peninsular.
Consideremos el particular recorrido por la historia del toque flamenco en las formas de Ramón Montoya, Manolo de Huelva, Sabicas, Tomatito, Pepe Habichuela y Niño Josele. Para estos dos últimos utiliza toques totalmente actuales, ya que con Tomatito recurre a una grabación en directo de 1996, cuando Tomatito aún era guitarrista de acompañamiento.
Otra línea de desarrollo está en la disposición de los primeros cortes, ya que después de la rondeña de Montoya, con espectaculares armonías, encontramos el cante levantino y azambrado que le da título al disco. No es la primera vez que Enrique construye una copla por levante aunque en esta ocasión busca la cadencia ruidosa del tiempo sobre el reloj demostrando una extraordinaria valentía al cantar el «tic tac» que, como primer impulso, provoca una sonrisa hasta que descubres la profundidad de la «broma». Después de la sobria y ligada soleá con Manolo de Huelva, entra la futurista guitarra de Niño Josele con el no menos futurista cante del de Graná, y lo mismo sucede con la alegría que rescata de su disco con Sabicas y la que adelanta con Pepe Habichuela.
Reconoció en una entrevista que la idea vino por un disco que sacaron con toques de Manolo de Huelva, que eran acompañamientos, pero dice con humildad que sólo faltaba saber qué cantes les pertenecían. Acopio de humildad injustificada si consideramos la relación que tuvo con Manolo de Huelva. El resto es simplemente desarrollo. Unir escuelas de toque antiguo y su propia evolución utilizando a Sabicas y a Pepe Habichuela en las alegrías, que se reconoce discípulo del primero, a Manolo de Huelva y a Niño Josele en la soleá, guitarristas de compás y percusivos.
Especial mención merece la alegría que no incluye ninguna letra relacionada con el tiempo. Podríamos considerar como tradicional la tendencia del maestro de Graná a crear armonías para este palo, aunque también podríamos interpretarlo como una guerra con sus propias obsesiones, y en esta batalla va un paso más allá de lo que en otras anteriores inició con la cantiña de Belmonte.
El cante tradicional versus la evolución más vanguardista. Estos dos últimos cantes (soleá y alegría), son sin duda el flamenco que oiremos dentro de 20 años.
La Policaña es una creación personal que nada tiene que ver con el corte que le precede, la caña del Tío José el Granaíno, que según Morente se caracteriza por tener los tercios de doble duración con respecto a otras versiones de caña. Lo cierto es que cada vez que escucho la Policaña me acabo acordando de la bulería “Pá mi Manuela”, y eso que ahora se ralentiza el ritmo y se prioriza la armonía. Seguimos por tanto, con el desarrollo de las obsesiones o por el contrario, ha intentado construir el eslabón que une la caña con la bulería.
Los tientos Plaza Vieja son un regalo para los aficionados de ese Morente que siempre hemos disfrutado por su sentido de la responsabilidad y de la improvisación. Éste, como el resto de los cortes del disco, gira en torno al tema del tiempo de una u otra forma «Hasta el reloj de la audiencia, tiene venganza conmigo».
Caramelo cubano es un pianista afincado en Madrid. Este corte está basado musicalmente en guajira aunque el cante más podría catalogarse como cabales.
La Bulería de Bécquer se caracteriza por su trepidante ritmo y por tener las falsetas dobladas con el bajo de Alain Pérez. Vendiendo flores son Tangos granadinos, que llegan al sumum con la letra «Casi te lo agradecí».
«Alegato contra las armas», basada en un fragmento musical de Claro de luna, es una joya de protesta de la mano de un clásico de lo clásico. Beethoven y Morente nos invitan a la conciliación desde la música, que es apátrida, porque es de quien la disfruta y la regala. La confrontación de dos mundos distintos que se funden en las notas de un Beethoven melancólico y ordenado, apacible y sereno.
Y se despide diciéndole al molesto reloj «Déjame pasar las horas a ritmo de tango» y lo dedica a Lula, en el que reconoce la esperanza de Brasil. Un poquito de esperanza para el tiempo que viene…
Terminaré por el principio, tal y como empecé, reconociendo la falta de actualidad de esta reseña. Aprovecharé también la ocasión para poner en duda la cordura de quien hasta aquí me haya leído, que ¡ya tiene ganas…!. Y cómo no… agradeciendo al maestro Morente este trabajo que sin duda lo reafirma en su inmortalidad.
Y como dice un poema de alguien a quien el tiempo me ha enseñado a querer como si fuera yo mismo:
«Inexorables, como hojas de caída eterna, los segundos van cayendo…».