No cobre, sino oro viejo. No sólo este disco, buena parte
del archivo de Ricardo Pachón.
Esta grabación no tiene desperdicio. Ni siquiera el libreto.
En él, como en la portada del disco, se dice (el texto va sin firma,
así que hemos de atribuirlo, también por el estilo, al editor,
esto es, a Ricardo Pachón) que se trata de las últimas grabaciones
del cantaor. En efecto, como antes se ha señalado en esta publicación,
no es así. La grabación se llevó a cabo en 1999 y
‘Mis 70 años con el cante’, el último registro
de Chocolate, se hizo dos años más tarde. Esta no es su
última grabación pero sí su obra póstuma,
ya que sale a la luz pública por vez primera. La despedida de Antonio
Núñez ‘Chocolate’ del ruedo flamenco, del ruedo
de la existencia.
El libreto también expresa el tópico de la falta de dominio
rítmico de nuestro cantaor. Es curioso que se señale esta
circunstancia por parte del propio editor de la obra. Ricardo Pachón,
como digo, un hombre fundamental en la historia de este arte, al que tanto
debemos todos los aficionados al flamenco. Responsable, en lo que le toca,
de momentos tan impactantes del flamenco contemporáneo como ‘Nuevo
día’, ‘Veneno’, ‘La leyenda del tiempo’,
‘Blues de la frontera’, ‘Soy gitano’, etc.
Chocolate:
‘Cobre Viejo’. Guitarra: Diego Amaya. Producción:
Ricardo Pachón. Flamenco Vivo/Nuevos Medios
1. Debla (tonás)
2. El sol sale más temprano (fandangos)
3. Cobre viejo (seguiriyas)
4. Es peligroso beber (malagueñas)
5. Los Caganchos (soleá)
6. Yo no le temo a la muerte (fandangos)
7. Pregonao me tienes (seguiriyas)
8. He visto raso llover (soleá)
9. Pobre de los mineritos (tarantos)
10. Despedida (recitado).
Lo cierto es que asistimos a los últimos estertores de esta estética
sobrevaloradora de una dimensión, metronímica, del flamenco,
de la música, en detrimento de otra. En otra época pasó
lo contrario, y es de suponer que con el tiempo dé otra vez vuelta
la tortilla. En otra época era la voz dulce, sentimental, afinada,
definitiva, la que dominó. Hablo de los años 20 y 30 de
Marchena, Pinto, La Niña de la Puebla, Vallejo, Canalejas y Valderrama,
de estilizada melodía. La perspectiva histórica sirve para
eso, para relativizar absolutos. Ya sabemos, ustedes y yo, que lo importante
no es el ‘a priori’, el estilo, la raza, la condición,
la procedencia o la orientación sexual del artista. Lo importante
es el resultado. Pero eso exige un ejercicio de humildad que no suelen
tener los aficionados llamados cabales ni los expertos, críticos,
productores, etc. Esa humildad suele ser facultad del público general,
que se limita al goce físico y emocional, dejando lo intelectual
para los inteligentes. Y ya saben ustedes: aquí no somos inteligentes
sino gozadores.
Gocemos pues. Un camino hasta los huesos, hasta los tuétanos.
La primera en la frente, la debla trianera de Tomás Pavón,
ejecutada sin red. Por el camino de los fandangos también se llega
al centro, al corazón. Un estilo al que Chocolate, en contra de
la flamencología rampante, siempre mostró afecto, predilección,
deuda. El estilo que lo hizo popular. Un cante que se lo dio todo. Los
fandangos de la posguerra, al borde de la vida, alcohol, prostitución,
hambre, fatiga, muerte. ¡Qué pátina ocre! ¡Qué
carne magullada! La voz más brillante de los años sesenta,
cuando se hacía acompañar, en un grito, por Ricardo y Melchor
de Marchena. La voz venida para adentro. El cante como forma de vida,
de lucha con la muerte. En una Sevilla, años cuarenta, extraña
y deshabitada, esperpéntica de hambre y alcohol, señoritos,
putas, flamencos. Hombres muertos, mujeres solas, niños viejos.
La rabia, que siempre acompañaría a nuestro cantaor, a su
voz, a pesar de la mella, la pátina del tiempo. En el arte de Chocolate
no hay estilos mayores y menores, y si los hubiere, sus fandangos estarían
entre los primeros y mejores.
Por seguiriyas: un hombre que llora, que se asombra ante la tragedia.
Un hombre que llora. La voz se rompe y luego crece de ira y luego se desvanece
de impotencia. Después de los cantes de cierre, atribuidos a Curro
Dulce, hay que hacer una parada en el transcurrir de este ‘Cobre
viejo’.
La malagueña del Mellizo (cuyo centenario se nos va a ir sin
pena ni gloria, no fuera Mozart) puede ser nuestro paño de lágrimas.
La guitarra solemne del jerezano Diego Amaya. Bella, sutil, estilizada,
hermosa, con un contenido literario directo y al mismo tiempo exquisito.
Soleá por bulerías y remate de fandangos ‘a capella’
que desembocan en una nueva tanda de fandangos alamederos. Es tanta la
intensidad de la obra que es necesario establecer en este lugar una segunda
pausa emocional. Porque después del cigarrillo asistimos a una
nueva tanda seguiriyera: Tomás Pavón renegrido. Los silencios.
La melodía rota, como el corazón. La guitarra rotunda. La
voz de los tiempos. El estado de gracia de ‘Cobre viejo’ se
alcanza en la seguiriya. Oda al masoquismo, una maravilla de tercios ligados,
de continuidad de la pena. Y en la soleá usted se rompe, se lo
aseguro. Cante de la contemplación, de la contención, de
la letanía de la pena, de la estoica resignación. Cante
campesino. Cante de hombres civilizados a cuchillo y a azadón.
Cante de la resignación, del que pone a su pena enfrente y le habla.
Cante del tiempo, de las horas trascurridas, a capas, sobre nuestras duquelas.
Cante de la incomprensión, esto es, de la certeza, de que el mundo
no es comprensible para el ser humano. Esa verdad. El hombre dispone en
el fandango, en la alegría, en el tango. La vida dispone en la
seguiriya. El tiempo serena en la soleá.
El disco está editado como si fuera en directo, con los comentarios
del cantaor y los diálogos con el productor, el guitarrista y demás
personal presente en el estudio. Así nos acerca la dimensión
humana, que pertenece igualmente a su perfil artístico, del personaje.
No cobre, sino oro viejo. La carne aún está fresca.
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