Tierra de calma. Miguel Poveda.
Guitarra, composición y producción: Juan Carlos Romero. Dismedi.
JUAN VERGILLOS
El nuevo disco de Miguel Poveda, ‘Tierra de calma’,
contiene varios momentos de emoción y una joya. La joya es la ‘Toná
de la resignación’, con música de Juan Carlos Romero,
como el resto de la obra, y poemas de José Luis Ortiz Nuevo. Una
melodía sencilla, inspirada en las llamadas tonás campesinas.
Un cante que se sitúa del otro lado de la tragedia, en un terreno
intimista, reflexivo, estoico. La melodía corta y el sentimiento
de melancolía por lo ido.
Poveda está en una forma magnífica. Un fraseo de lo más
elocuente. Fuerza, solidez. Es brillante y no apabulla, porque todo fluye
con la naturalidad de lo vivo. Otros momentos destacados del disco: los
tangos, ‘Buenas intenciones’. Frescos, saludables, naturales,
enérgicos, con su poco de guasa en tono mayor y guiños a
la calle Betis y al Titi. También la bulería ‘Alfileres
de colores’, un poema taurino sobre textos de Pedro Rivera y melodía
de Diego Carrasco, que la interpreta a dúo con Poveda. La guasa,
la risa, esa cosa tan seria. El regodeo en el compás de doce tiempos.
La luz de Poveda y el puro deseo de Carrasco. Una copla de Quintero/León/Quiroga.
Memoria sentimental de un país olvidadizo. Con una introducción
‘ad libitum’ plena de color a la guitarra.
1 Buenas intenciones – Tangos
2 Tierra de calma – Farruca
3 Como la luna en el agua – Bulerías
4 Calle del mar – Malagueña
5 Y en medio el río – Sevillanas
6 Naúfragos del hambre – Soleá
7 Alfileres de colores – Bulerías
8 Detrás de la memoria – Seguirilla
9 La radio de mi madre
10 Canto de la resignación – Toná
Juan Carlos Romero se ha embarcado en el intento de renovar los palos
clásicos con nuevas melodías y letras. Así, malagueña,
soleá, farruca, seguiriya, etc. El resultado bascula más
a lo rítmico que a la melodía. La soleá, por ejemplo,
pierde algo de su necesaria lógica pregunta/respuesta en el fraseo.
O tal vez es que yo no la percibo. Algo parecido me ocurre con la malagueña,
muy rítmica. Cantes que pierden su punto cero de diferenciación
entre lo que va y lo que viene, y que por tanto no resultan equilibrados
y se quedan en el puro, delicado, precioso y cerrado melisma.
La farruca juega su novedad en el vaivén tonal y las sevillanas,
un puro piropo a la ciudad que las nombra, con el piano clasicista, hermosísimo
de Dorantes.
Queda pues el elogio necesario al fino trabajo de ritmo, tanto en la
percusión corporal (Bo, Luis Cantarote, Carlos Grilo), como instrumental
(Paquito González, un Antonio Coronel en plenitud de facultades).
Un elegante trenzado rítmico que sostiene y empuja todo el discurso
musical de ‘Tierra de calma’. Una obra amable, un intento
digno de aplauso. La emoción contenida, esterilizada y finamente
envuelta. Un intento de parte de un compositor de ampliar el repertorio
del cante tradicional, remozándolo, dándole nueva vida.
Por parte de un intérprete que en sus últimas tres entregas
se ha puesto al servicio. Si un día se pone al servicio de la pura
tradición obtendremos el disco de Poveda que, por ahora, seguimos
esperando.
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