No era bonita. Nada de lo que se considera una mujer 'guapa'. No creo que llegara ni a un metro sesenta. Su cuerpo, más bien varonil, parecía hecho de cables eléctricos. Sin busto ni caderas. Pero a mí me pareció uno de los seres mas hermosos que he visto en mi vida…
Cuando la conocí personalmente me quedé sin voz. Tomé su mano extendida, sentí un apretón en la garganta, miré aquellos ojos enormemente expresivos y sentí que los míos comenzaban a mojarse. Debo haber tenido unos veintidós años y ella alrededor de cuarenta y cinco. Quedé tan enamorado y fascinado que me hubiera ido tocándole la guitarra sin que me pagaran.
Se había casado no hacía mucho con un muchacho, hijo de familia rica venida a menos, de Santander. Juan Antonio Agüero tocaba guitarra un poco, pero era el clásico señoriíto. Ella había estado enamorada de Sabicas y, al no funcionar aquello por distintas causas, enloqueció por el joven apuesto y de buena familia.
Yo iba a verla bailar en cualquier lugar que se presentase, en cualquier país donde coincidiera con sus actuaciones en teatro, cabaret., etc. Una noche, en un teatro de la Ciudad de México, se despedía con su compañía y debutaba al dia siguiente Roberto Iglesias con la suya. Alguien, sabiendo perfectamente lo que provocaba, comentó en el pasillo de camerinos, con voz suficientemente alta para que ella lo escuchara, que Roberto Iglesias iba a estar en la primera fila y que había dicho (falso de toda falsedad) que Carmen estaba acabada y que no podía ya bailar como antes. Fue un silencio total hasta comenzar el espectáculo. Con ella salían Marote, Pucherete, el Chato de Osuna, Pillín, la Morita, etc.
Cuando llegó el momento de su baile por alegrías, culminación del programa, ella fue hacia el borde del escenario y, dirigiéndose a Roberto, que inocentemente estaba sentado, disfrutando, le soltó: «Esto va pa'ti».
Cambió todo lo que su grupo estaba acostumbrado a esperar. Aunque nunca bailaba igual, esa noche fue radicalmente distinta. Yo estaba detrás de las cortinas, las bambalinas, y no creía lo que veía. A los pocos minutos, pude observar que cantaores, guitarristas, bailaoras y bailaores, en fin todos tenían los ojos llenos de lágrimas. Roberto Iglesias y su mujer Rosario Galán saltaban de sus asientos gritando enloquecidos. ¡Si eso hubiera podido quedar filmado! Sus palmas, que sonaban como dos pedazos de madera, marcaban los contratiempos más inesperados con las de los otros. Espacios de quietud absoluta, tan contrarios a la idea que se tiene de ella, solamente moviendo las manos, lentamente, retorciéndolas o sonando aquellos 'pitos' tan fuertes y tan flamencos. Y de pronto, zapateados vertiginosos, inventando sobre la marcha, como todos comentaron posteriormente. El teatro se vino abajo y ella se desplomó en el camerino, totalmente agotada. Su comida, como casi todos los días, había sido una lata de sardinas en aceite y unas cuanta aceitunas, y muchos, muchos cigarrillos camel sin filtro. Aquella actuación pasó, en mi mente, a convertirse en la vara para medir el baile de cualquier mujer, como posteriormente Antonio El Farruco, después de tocarle mas de media hora por bulerías, compás solamente, sin falsetas, y siguiéndole como hipnotizado, se me convirtió en la vara para medir el baile de cualquier hombre…
Indudablemente, el baile flamenco cambió a partir de ella. Se le criticó el hacerlo vestida de hombre y el usar los pies como nadie antes que ella lo había hecho y, a principio de los 60s, casi todas las mujeres comenzaron a imitarla en mayor o menor grado. Creo que en el baile femenino ha sido el cambio más radical que se ha visto. Desgraciadamente, para bailar «como ella» se tiene que ser «Ella». (No es suficiente zapatear veinte minutos y ponerse pantalones… Me parece que sería preferible que una bailaora, si no tiene «eso», volviera la mirada al pasado, reviviera el bailar también «de cintura p'arriba» con toda su belleza).
Unos días antes del asesinato de J.F.Kennedy, el 19 de noviembre de 1963 llega la noticia de que ella ha muerto, en Bagur, un pueblo catalán. Había nacido el 2 de noviembre de 1913. Únicamente tenia cincuenta años. Cómo dolió y cómo duele el recordarlo…
Unos ocho o nueve años después, estando con Sabicas en la guitarrería de Faustino Conde, en Madrid, llegó por allí Juan Antonio, sucio, desarrapado como un pordiosero. Nos fuimos a una taberna cercana. Sabicas le preguntó si necesitaba algo. Lo miró como contestando 'tú no me lo puedes dar', pero dijo «desde que murió Carmen no levanto cabeza». Yo murmuré algunas falsas palabras de aliento y me enteré que murió no mucho después de aquello.
Carmen, Sabicas, Juan Antonio, Marote, Faustino, todos se han ido…la banda sin fin sigue su camino sin detenerse…
Arzapúa
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