Programación Flamenco on Fire 2022 – Toda la información
Y volando para Baluarte porque antes de perderme lo último de la compañía de Rafael Estévez y Valeriano Paños me provoco un esguince de tobillo corriendo por Estafeta. Un momentito, que freno, o como suele decir el periodista jerezano Juan Garrido parafraseando a La Paquera, tranquilita, coge tono primero y ya después…
Lo primero que tengo que decir es que Blanca del Rey se merece una monumento (u otro galardón) porque la presentación que les dedicó fue bellísima y con justicia. Emotivo recuerdo al genio de Sanlúcar, efusivo pesar al no ver el teatro (éste y tantos otros) más lleno para apoyar a la cultura. No le sobró ni le faltó un detalle, y puede parecer baladí, pero presentar al elenco es necesario -sobre todo cuando no hay programa de mano- porque sitúa al espectador y, con mayor motivo, reconoce las aportaciones de todas las partes implicadas.
Lo segundo es que abordar y tratar de contar algo decente de una obra del calibre de cualquiera de las provocadas por Estévez y Paños resulta algo kamikaze y en cierto modo sin sentido. Son tales los niveles de investigación y buceo que sería una falta de respeto para quien lee esta revista hacer ver que una lo ha entendido todo y, especialmente, que cree comprender las motivaciones internas de sus creadores, de los instrumentistas o, en general, de la propia deriva de la pieza. Ni tiene sentido ni querríamos, porque se trata de la emoción que esculpen, sosteniendo el yunque.
No, no entendí todo, incluso a ratos me costó seguir el rastro. Pero La Confluencia, estrenada en Andalucía en la edición de este año del Festival de Jerez y que arriba al On Fire como la gran producción del certamen, supone un reto físico, memorístico, dancístico por sobre todo, emocional para siempre. El número de referencias (flamencas, musicales, artísticas, domésticas, vividas) que estos superdotados manejan es sobrenatural. También lo son para elegir a sus compañeros de viaje: al cante el histórico cantaor ovetense Rafael Jiménez Falo, con un timbre distintivo que enraiza en la tierra; el guitarrista de origen chileno Claudio Villanueva, que no para salvo unos minutos; la presencia del multipercusionista Iván Mellén y el cuerpo de baile de los propios Estévez y Paños junto a Jesús Perona, Jorge Morera y Alberto Sellés, que en un momento dado hasta se canta con gracia de La Isla una estrofa por alegrías.
En los casi noventa minutos de propuesta encadenan composiciones entre los cinco bailaores (dicen las buenas lenguas que su próximo hit será protagonizado íntegramente por mujeres) que se desmembran en grupúsculos de a 3, de a 2, se reunifican creando complejas y variadas figuras sobre las tablas. Lo mismo que el baile, el cante teje un manto de presencia más que solvente trayendo a colación coplillas de todo tipo, desde el Romance del Conde-Sol –clímax en ese maravilloso dueto de verde y blanco-, algo parecido a un tzortziko y hasta el pasodoble-jota El Ebro guarda silencio al pasar por el Pilar, por tratar de descifrar algunos misterios. Pavana, zarabanda, bayles de jitanos, adivinanzas, pregones y pasos de misterio, gestitos de Luisa La Torrán, el delantal que apunta al pie, unos tangos de Triana pa quedarse a vivir en su chocita y una manera de recogerse, la que tiene Rafael, que es un tratado de cómo construir con mimbre y barro: dificilísimo, claro, pero arriesgado y acogedor. Junto a esos bailes prohibidos, los gritos fundamentalistas y dogmáticos, se percibe cierto aroma de una nueva masculinidad, no tanto para decir cómo debe de ser el nuevo hombre bueno, pero sí proponer modelos novedosos y dejar patente el derecho a ser diferente, escoger la alegría de estar unidos en rojo, en un palpitar común gozoso, disfrutable con sombras incorporadas. Podríamos decir que no pasaron grandes cosas: ni efectos especiales de escándalo (aunque las luces de Olga García valen un valer), ni un atrezzo alucinante, un vestuario más bien cortito y sombrío y un elenco reducido, justo. Un acuerdo de mínimos. Es más, lo minimal es su zona de confort. Por eso es tan importante lo que trenzan ahí: ¿cómo será esa frazada de miles de hilos invisibles sostenidos en el aire de ese cubo escénico infinito que hacen que el público del Baluarte no se mueva de la silla en la más de hora y media de espectáculo? ¿De qué se compone, qué hay ahí? ¿Drogas, brujería, hipnosis? Para mí, seguir el camino de profundización en ese pozo infinito de creatividad que son los dos y a cuyo alrededor por eso crece la hierba. O también, si les parece mejor, es una asimilación ritual y simbólica de la historia de la danza-dramaturgia flamenca. Lo buscan, lo destripan, lo trastean, se lo comen y lo degluten. Antropogafia cultural.