Yerbagüena (oscuro brillante) – Teatro Villamarta – Festival de Jerez 2005
Foto portada: Ana Palma (galería fotográfica & vídeo)
El titular no es mío: lo he robado. Es de Manuel Liñán, lo reconozco. El hurto viene a cuento porque siempre hay otras maneras de decir, pero ésta reúne lo esencial y para qué darle más vueltas. Anoche Eva, la Yerbabuena, hizo temblar las tablas de un Teatro Villamarta a rebosar no por un complejo espectáculo de andamiaje conceptual, sino por todo lo contrario: sin más atrezzo que las sillas y los músicos, la dama del baile y maestra de Granada concedió el permiso más importante y más sencillo: el que habita entre el asombro y el placer. Sólo había que ver las sonrisas cómplices sobre el escenario.
Aunque el programa de mano hablaba de polaridades y/o de opuestos, asistimos levemente a un eje con sus extremos. Con un hilo conductor apenas perceptible, Eva combina escenas de corte introspectivo en las que se rebusca en bordes definidos e insistentes, oscuros, para dar paso a momentos donde estallan las costuras y vemos a una bailaora pletórica, sabia, creativa, disciplinada, disfrutona y rapidísima. Parece decir que lo uno sin lo otro, nanai.
La desnudez y transparencia del decimonoveno montaje de la artista lo es desde el principio, cuando recibe al público con las luces puestas, al que no da ni tiempo de quitarse el abrigo mientras observa los paseos irregulares del elenco entre las sillas. Y de repente, pimpam, fundido a negro y, sin anestesia, una bulería por soleá a bocajarro, con la fuerza de los mares que anegó el patio de butacas. ¡Qué intensidad, qué potencia, qué catarsis!
Con un lenguaje aparentemente sencillo que fluye orgánico y natural, cobra importancia, además de lo obvio -el baile, la percusión y electrónica de Daniel Suárez, el diseño de luces, la dirección musical y guitarra de Paco Jarana, el baile y sostén de El Oruco- una cuestión inquebrantable: el cante. Qué manera de aguantar, de sostener, de dar donde duele, del todos a una. Y es que Miguel Ortega, Segundo Falcón, Ezequiel Montoya y Antonio Gómez, El Turry se lanzan sin red, con un compromiso y una entrega absolutamente concentrados y dirigidos a hacer estallar el epicentro de la Yerbagüena con todos los ingredientes: con lo oscuro, lo brillante, con la carga, con lo rígido, la furia, lo curvo, lo colorido. Del empaste de las voces, de timbres tan distintos, engarzadas incluso a nivel espacial, sale una tanda de fandangos de Huelva disparados como cañones de artillería, dejándose la piel en cada tercio, peleándose con fiereza contra los elementos, sin dejarse nada. Se raspan una ronda a pelo, uno tras otro. Ahora otra ronda, a compás. Las luces señalan lo que no se ve. El teatro entero aguanta la respiración. No echo de menos nada. ¿Y tú?
Eva brilla, y con ella, todos. La Yerbabuena no precisa menos.