Texto: Silvia Cruz Lapeña
Fotos: Ana Palma
La peña bautizada con el nombre del cantaor gitano abre cada día para recordar al «flamenco más bohemio» de Jerez de la Frontera.
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La noche se viste de corinto
y yo me visto de hombre
y tú, de los besos míos.
Estas son las letras que garabateaba y cantaba Luis de la Pica en Jerez de la Frontera hasta poco antes de morirse. “Era como un chiquillo, yo lo recuerdo ir a su rollo, sin meterse con nadie, sin hablar con nadie, siempre tan especial.” Habla Rocío Jiménez, de la Peña Luis de la Pica, entidad que junto a su marido, Juan Castro, regenta desde hace tres años. En la sede, ubicada en una antigua escuela de la calle Carpinteros, hay un cartel que anuncia las actuaciones del día. “Pero como verás, la realidad aquí no se ajusta a ningún póster”, dice riendo Ulrich Gottwald, guitarrista de Munich, que espera a que el cantaor al que viene a acompañar acabe su partida de cartas.
Gottwald, conocido como “El rizos”, visita cada año Jerez desde 2001 y a sus 50 años cree que tardó demasiado en llegar al flamenco y a esta cuna de lo jondo. “Yo tocaba el violín, pero con 17 descubrí la guitarra flamenca… muy tarde para ser un buen tocaor, pero en cuanto la escuché supe que era lo mío.” Paco de Lucía y Sabicas tuvieron la “culpa” de que hoy ya tenga cuatro discos en el mercado y de que se atreva con algo que no todos harían: acompañar a los cantaores jerezanos de la calle, los que pisan suelo, no escenario, los que se han curtido en fiestas, impredecibles, dueños de sí mismos y de nadie más. El momento de mostrar su gallardía llega minutos después de hablar con Deflamenco, cuando sube a cantar Nacho Fajardo y el alemán le acompaña por martinete, bulerías y lo que se tercia, mientras el público, formado por extranjeros, locales, viejos y jóvenes, aplaude y saborea un momento que no volverá a repetirse.
“Ese es el encanto, que aquí pasan cosas que no se planean, no sabes lo que va a pasar. Aquí vienes un día y está Tío Fernando de la Morena o Diego Carrasco montando una juerga. ¡Y no tienen prisa en irse”, cuenta Rocío, que es de la familia de La Paquera. Tanto ella como su marido tienen sus trabajos: ella es cocinera, él se dedica a la construcción, aunque fue cantaor en otro tiempo. “Es la genética, que tira, y por eso nosotros casi pasamos más tiempo en la peña que haciendo otras cosas”, confiesa la joven, que colaboró en crear la entidad con un grupo de amigos hace ya once años. Los mismos que tiene su hija Manuela, que la escucha atentamente. “A mí me gusta esto porque conozco gente. ¡Y me encanta!”, dice la cría, que se sabe las letras del jerezano de memoria. “Decidimos ponerle su nombre porque él era muy especial y el flamenco más bohemio de Jerez de la Frontera. ¡Era nuestro ídolo!”, cuenta Jiménez del cantaor nacido en la calle de la Sangre.
Sin hora de salida
José Monge “Macarra”, familia de los Sordera, también canta este día con el guitarrista Diego del Morao entre el público. Fuera llueve y mucha gente ha preferido no salir de peñas un día en el que ya está a la mitad el Festival de Jerez. Nacho Fajardo también se arranca y levanta de la silla a los gitanos con su alarido por seguiriya. Aún es de día, son las cinco de la tarde, y aún así el ambiente se caldea en esta peña abierta a todo el público, no sólo a los socios. También abre cada día, algo que no ocurre en otros establecimientos de este tipo. Su presidente, Juan, acaba por subir al escenario para hacerle palmas a “Macarra”. Rocío, que dice que le da “un poquito de vergüenza bailar”, también acaba dándose una pataíta por bulerías mientras Manuela los mira embobada y los graba con el teléfono móvil.
Cuando bajan todos de las tablas, la fiesta sigue en el suelo y es evidente que ha llegado la hora de decidirse: irse o quedarse, teniendo claro que permanecer es no saber cuándo será educado retirarse, menos aún cuando anuncian que por la noche esperan a Manuel Soto “El Bo”. A este artista, ser profesional del compás lo convierte en secundario de lujo en los teatros, pero en emperador de Jerez, alguien por quien un joven chino que bebe manzanilla en la peña Luis de la Pica y carga a la espalda una guitarra se persigna al escuchar su nombre. “Ya ves por qué no hace falta programar nada”, dice Jiménez ante los espontáneos que se han unido a la juerga. Lo único que se prepara y se ensaya aquí es Noches de Corinto, jornada que celebran en agosto en honor de su ídolo. “Esta peña es muy de su estilo, a él le habría encantado. Yo recuerdo a su madre salir a buscarlo porque tardaba días en volver de una juerga. ‘¿Has visto a mi Pica?’ preguntaba por las calles. Yo vivía delante de su casa, siempre lo admiré.”
Irse o quedarse, he ahí el dilema. Cambiar de lugar y de tercio o enrolarse en el bucle que acaban de formar estos gitanos. Porque en la Peña Luis de la Pica no se cumplen los horarios, pero quizás por empatía, el reloj también se para cuando el flamenco germina.