En gran parte del mundo cristiano la noche del 24 de diciembre es motivo de celebración, pero pocas culturas saben festejar como la española. Si de la andaluza se trata, tanto mejor, y si tienes la grandísima suerte de caer en Utrera para tan singular fecha, concretamente entre los flamenquitos de este pueblo, deja el perro con los vecinos antes de salir de casa, y que haya comida para varios días. Como en otros lugares, la noche es un pretexto para reunir a la familia y comer y beber en exceso, pero lo que está en mente de todo buen flamenquito es la renovada posibilidad de disfrutar de aquello que le da la mismísima vida.
El flamenco siempre ha sido una parte integral de la vida de mis amigos utreranos, en el sentido más literal de la frase. Una familia de clase media que había prosperado con la venta ambulante y que jamás dio la espalda a su valiosa herencia cultural. Bautizos, bodas, pedimentos, fiestas de sábado noche o martes a mediodía… tanto daba y tanto da, todo pretexto es válido. Lo que acontece entre reunión y reunión es sólo relleno de guata para ligar los días. Los recuerdos de las navidades disfrutadas con esta gente están almacenados en altorrelieve a todo color, con sabores, olores y cantes ricamente mezclados. El grupo era suficientemente grande para ser flamencamente autosuficiente: cantaores, bailaores, las obligatorias viejillas graciosas, un declamador, un puñado de críos precoces que flamenqueaban con suficiente pericia como para acomplejar a cualquiera… incluso algún que otro tocaor, cosa poco habitual en la Utrera de aquella época. Siempre se buscaba algún almacén de aceites, bodega o corral en las afueras, de manera que no nos faltara espacio, y ninguna preocupación por si los vecinos. Las mujeres más jóvenes tenían una manera tan peculiar de vestirse de gala, que era todo un 'look'. Hay que imaginar un rudo almacén con bombillas desnudas colgando desde el techo, y un suelo de tierra dura y compacta. Mujeres impecablemente maquilladas, vestidas de largo, tiras de perlas de bisutería, purpurina espolvoreada en sus mejillas y peinados gigantescos de colmena (haceros cargo, eran los setenta), dando la imagen de un pequeño ejército de Lollobrígidas y Lorens en la noche de la entrega de los Oscar. Sus tacones de estilete clavaban el suelo de tal manera que uno se preguntaba cómo darían sus pataítas por bulería llegado el momento. Como el frío era mayúsculo, el toque de gracia al atuendo a menudo era una bata de dormitorio a juego que lucían con toda la elegancia de un abrigo de visón. A eso de la medianoche los hombres jóvenes desaparecían durante un rato, volviendo después con un enorme pavo graznando y pataleando, que los niños perseguían en un cruel juego que provocaba un profundo estado de nerviosismo en el pajarraco que parecía intuir el motivo de su presencia en nuestra fiesta. Cuando niños y pavo se habían hartado, éste era sumariamente llevado al patio y ejecutado. Solía observar como Mercedes y su prima Mercedes (las hembras de la familia se llaman Mercedes o Conso), se ponían sus delantales para limpiar, desplumar y partir el pavo, metiéndolo todo en una enorme olla de agua caliente de suficiente dimensión como para bañar a un niño de edad preescolar. Luego cinco o seis briks de Don Simón, doble puñado de sal y pimienta, y lo que parecía un arbusto entero de romero. Con sumo cuidado un par de jóvenes colocaban la olla encima de una hoguera donde quedaba cociendo durante varias horas mientras transcurría la fiesta que era (todos lo sabíamos) el verdadero motivo de la reunión. Jamás había problema para crear ambiente – Manolillo se encargaba de que no se librara ni el más anciano ni el más nuevo de contribuir con algún bailecito o cantecito, y no había protestas que valieran. En Utrera, como en los demás lugares de Andalucía, la palabra 'fiesta' es prácticamente sinónima de bulerías, y bulerías era/es siempre la orden del día. Alguna que otra soleá, tangos por supuesto, siguiriyas si hubiera un momento tranquilo hacia el amanecer cuando los críos se habían dormido, y cómo no, el 'momento del fandango' cuando todos se turnaban recordando versos casi olvidados, con el jaleo efusivo de los entendidos en los momentos apropiados. Se cantaban pocos villancicos… lo justito para recordarnos la fecha. Las canciones asociadas con determinados acontecimientos, como los villancicos en navidad, o las alboreás en una boda, son más bien un recurso. Las fiestas, por definición no pueden excluir a nadie – cada individuo debe 'revelarse' de alguna manera, como una especie de ritual de iniciación. Pero no todo el mundo sabe navegar por el compás de la bulería ni tiene la voz de Agujetas ni el repertorio de Mairena. Entonces tenemos estas canciones con sus coros cantados en grupo que desempeñan la importante función de propiciar la unión de los presentes. Durante las primeras horas aguantamos con los entremeses, que eran equisiteces de pobre: sobrasada casera con pan tostado, aceitunas también de fabricación casera, aquellas tan fuertes que dejan los labios quemados si te excedes, manchego bien añejo y jamón curado, ese manjar que hasta el españolito más humilde considera un derecho legítimo a pesar de su elevado precio. Cerveza, vino, manzanilla, el Dyc con Coca, ginebra de dudosa marca y aguardiente para los valientes. A eso de las cuatro o las cinco de la mañana, cuando el hambre se había apoderado de todos, sin mencionar cierta concentración alcohólica en la sangre, las mujeres servimos los trozos de pavo cocido en grandes fuentes comunales. Un enorme saco de pan viejo recogido del panadero días atrás, fue vaciado a la olla para chupar el rico caldo que había quedado, y cuando el pan se hubiera bebido todo el líquido, esta masa humeante también fue servida. Comimos con las manos…pavo hervido y pan viejo empapado de caldo, qué magnífico banquete.
Había tiempo para más cante antes del postre donde nunca faltaban los dulces navideños…después aguardiente, moscatel… wiki para los hombres. Habiendo repostado tan espléndidamente, y después de un descanso prudente, reanudamos la fiesta hasta que el sol de invierno alumbraba caras de cansancio cuando Manolo solía recordar algún primo lejano en otra provincia que había que visitar… veintitantos que habíamos. Al cabo de los años me iba dando cuenta que esta era su manera de prolongar la fiesta. Siestecita por el camino hasta la casa del 'primo' y luego irrumpir por la puerta del pariente sorprendido, llenos de energía, con ojos colorados, pero eso sí, las pataítas y cantecitos bien ensayaditos, dispuestos a empezar el ciclo de nuevo.
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