Que un joven de veinte años, hijo de un grande de la guitarra flamenca, acabe siendo guitarrista no debe sorprendernos, que se haya convertido en un fenómeno es menos común, pero que además sepa de verdad componer es más bien poco frecuente. Este primer disco de José Fernández, el niño del Tomate, nos demuestra que no es nacer, es hacerse, labrar el camino propio con tesón, sin descanso, y comprometido con tu propia música.
De los buenos manantiales nacen los buenos ríos. La meta es diseñar un repertorio y tener personalidad componiendo. En un mundo donde la guitarra flamenca vive un tiempo de esplendor, donde salen guitarristas por doquier, cada uno persiguiendo su verdad, dejando su impronta, su sello, la marca de la casa, aportar algo nuevo no es tarea sencilla. Se trata de ser sincero y no dejarse llevar por lo banal, lo fácil, hay que plantear un repertorio propio que refleje tu talento con nitidez.
De tal palo tal astilla. José ha sabido pensarse bien cada compás, no se deja llevar por modas más o menos pasajeras. Se inspira en lo aprendido, en el camino recorrido, ya suficientemente largo, para proyectar su propio estilo y plasmarlo en diferentes toques que reflejan a las claras cómo concibe un joven almeriense hoy el flamenco desde la guitarra.
De tal simiente, tal gente. José nos regala un ramillete de estilos dejando claro que tiene mucho que decir. No se trata de hablar por hablar, no quiere aprovechar la corriente, no quiere cobijarse a la sombra de un gigante como su padre, sino que, respetando su casta, debe lograr definir su personal modo de expresarse con la guitarra, y con la mirada puesta en la escuela del gran jefe Paco. Por bulerías, cómo no, por tarantas, faltaría más, por soleá, como debe ser (aquí acompañando el gitanísimo cante de nuestro Rancapino), bulerías por soleá, que no falten, por tangos, saber y sabor flamenco, por tanguillos, con improvisación tomatera incluida. Un recuerdo-homenaje al gran Manzanita y la canción rumbosa Collares completan este disco. Se deja arropar por su hermana Mari Ángeles, Cigala, Duquende, Montse Cortés y Kiki Cortiñas al cante y coros, Piraña y Ramón Porrina al cajón, Antonio Serrano a la armónica.
De tal árbol, tal ramo. Debemos felicitarnos por tener con nosotros un guitarrista que ha dejado de ser una promesa para plantarse ante la afición como una realidad, con el afán de renovar el repertorio de los grandes maestros para, desde la humildad y el respeto, plantarle cara al flamenco más actual, con una propuesta que, sin duda, dará mucho de sí. Quiere ganarse un sitio en la guitarra flamenca de hoy, y vaya si lo consigue. Componiendo consciente del reto que ello supone, enamorado del instrumento con auténtica pasión. Un joven maestro que (le he visto dando clase y enseguida se percibe que va en serio) quiere alzar su voz sin complejos, expresándose a través de su guitarra que viene mimando desde la más tierna infancia. Son muchas las horas que hay que echar, es el único camino para estar donde está, estudiando, repitiendo un pasaje hasta sacarlo como él quiere, exigiéndose al máximo, sacando lo mejor desde dentro, rebuscándose para que aflore su propia música, limpia y actual.
De casta le viene al galgo. Si gustas a los artistas tienes medio camino recorrido y José del Tomate vaya si gusta. Su toque es seguro, su sonido tiene el eco de los que tocan bien, su pulsación es rotunda y flamenca, como debe ser: tocar lo que sea pero que suene flamenco, arriesgar sin sacar los pies del tiesto. Está claro que ha heredado de su padre, además de la maestría, el respeto al arte y el compromiso con su música.
De tal parra, tal racimo. José sabe medir sus facultades a cada paso, llegando donde debe, conocerse para que la técnica no te sobrepase, y hacerlo desde el corazón, componer a conciencia, mirando atrás sin perder el camino para avanzar. Con este disco solo nos queda gritar a los cuatro vientos: ¡Que vivan Los Tomates de Almería!
Faustino Núñez