Consulta nuestra guía de tablaos flamencos
Texto nuevo e investigación: Estela Zatania
En enero del 2013 hará medio siglo desde que se publicó el artículo que aquí reproducimos titulado «Madrid, Cátedra de Flamenco » Visita sentimental y pintoresca a los ‘tablaos’ más famosos de la Villa y Corte’, firmado por J.L. Castillo-Puche (Murcia, 1919 – Madrid, 2004). Curiosamente, en 1963 fue tan reciente el fenómeno de los tablaos, que el autor sintió la necesidad de entrecomillar la palabra por ser una deformación de ‘tablado’.
Aquel año fue el comienzo de los Beatles y de las películas de James Bond. La primera antología de flamenco, la Ducretet Thomson, posteriormente la Hispavox, seguía siendo la gran novedad flamenca que sacó al cante de la oscuridad poniéndolo en la mesa para el disfrute de un público todavía minoritario. Hacia finales del año moriría en Bagur la gran revolucionaria del baile, Carmen Amaya, un acontecimiento que pasaría casi desapercibido al ser asesinado el presidente norteamericano John F. Kennedy sólo tres días más tarde. En 1963, al maestro Antonio Mairena todavía le brillaba la Llave de Oro del Cante que había recibido unos meses antes, y el cantaor publicaría su libro Mundo y Formas del Flamenco.
Centenares de artistas profesionales y no tan profesionales, se dirigían a Madrid huyendo de la aplastante miseria en Andalucía.
Este fue el panorama heredado por los entonces adolescentes Paco y Camarón y toda su generación, artistas que darían un importante vuelco al arte jondo. El país por fin estaba saliendo de la larga posguerra gracias en parte al turismo masivo y una campaña publicitaria que afirmaba con optimismo en todos los idiomas del mundo: “¡España es Diferente!”. Tres años antes, el periodista Alfonso Sánchez ya había declarado que “Madrid de noche se ha convertido en el más importante meridiano flamenco de España”. Fue el comienzo de la época dorada de los tablaos, un invento que volvió a poner en circulación el formato del café cantante…ni tan estirado como un teatro, ni tan cerrado como los cuartitos…un ambiente que propiciaba la espontaneidad y la creatividad que tanta dimensión aportan al flamenco. Centenares de artistas profesionales y no tan profesionales, se dirigían a Madrid huyendo de la aplastante miseria en Andalucía. Algunos, como el jerezano Manuel Soto “Sordera”, llegarían a criar una familia numerosa de artistas formados en Madrid.
Todos los grandes de la época, absolutamente todos, pasaron por los tablaos, algunos con contratos que duraban años. Paquera de Jerez, Gaspar de Utrera, Lebrijano, Cañeta, Fosforito, Farruco, María Vargas, Beni de Cádiz, Chato de la Isla, la Sallago, Dolores de Córdoba, Perla de Cádiz, Manolo Sanlúcar, Paco Cepero, Juan Maya “Marote”, Romerito, Güito, Manuela Carrasco, Terremoto, Paco Toronjo, Camarón, Pansequito, José Mercé, Enrique Morente… Sería más fácil nombrar a quién NO llegó a actuar en los tablaos…
Los artistas tenían auténtica afición, aprendían unos de otros…
Había aquel mágico ambiente de trasnoches cuando después de actuar, los mismos artistas circulaban entre los tablaos para ver quién había, y para disfrutar las reuniones que tenían lugar con frecuencia cuando los autocares de turistas ya se habían marchado. Hoy en día los tablaos tienen una mala prensa injustificada, que si garitos de mala muerte, que si artistas de tercera, que si casi prostíbulos. Nada más lejos de la verdad, los artistas tenían auténtica afición, aprendían unos de otros, y sin ser los sueldos futbolísticos de hoy, todavía la gente se ganaba la vida, al menos lo suficiente como para poderse dedicar al flamenco.
En el ’72, recuerdo haber contado al menos dieciséis establecimientos de tipo tablao en Madrid: Zambra, Arco de Cuchilleros, Los Canasteros, Las Brujas, El Café de Chinitas, La Venta del Gato, El Duende, Corral de la Pacheca, Torres Bermejas, Cuevas de Nemesio… Y el gran Corral de la Morería, que en 1963 llevaba 6 años funcionando, y ya se hablaba de su solera.
Leer este artículo de Castillo-Puche es montarse en una máquina de tiempo. Sin conocimientos flamencos, pero con ganas de emocionarse, nos lleva por un recorrido de los principales tablaos de la capital a través de una inocencia encantadora. Destaca la abundante presencia de los extranjeros…todavía no se decía “guiri”…hasta el extremo de no poder encontrar aparcamiento de tantos vehículos con matrícula no española (una consulta rápida revela que en el ’63 circulaban en España entera un total de 440.611 coches).
El autor tiene una fuerte vena purista que refleja el ánimo de la época en cuanto al flamenco se refiere, y no le da reparo hacer repetidas referencias a la “pureza” del flamenco. Figuras legendarias desaparecidas vuelven temporalmente a la vida…Fernanda y Bernarda de Utrera en su juventud profesional, el Chano, Alejandro Vega que baila villancicos con Maleni Loreto, Mario Maya, Porrina de Badajoz o una tal Rocío, la joven promesa que llegaría a ser la gran Rocío Jurado y que concede una mini entrevista. Mucha rumba, bulerías casi nada. Un curioso mano a mano de tres que tiene lugar entre el joven Fosforito y los dos maestros Antonio el Chaqueta y Rafael Farina no tiene desperdicio. La Tati en sus comienzos. El Porrina, la Chunga, Lucerito Tena…todo respira con inmediatez a través de las palabras del autor.
THE FOLLOWING ARTICLE ORIGINALLY APPEARED IN THE MAGAZINE “BLANCO Y NEGRO”, No. 2644 of January 5th, 1963, AND IS REPRODUCED WITH THE PERMISSION OF “ABC” MAGAZINE.
MADRID, CÁTEDRA DEL FLAMENCO Por J.L. CASTILLO-PUCHE Todo extranjero que llega a Madrid forzosamente tendrá que acercarse a una o varias noches a los tablaos de la capital. Y no sólo los extranjeros, también los españoles que llegan de provincias; y hasta los madrileños y los que no lo somos pero que vivimos en Madrid. Porque los tablaos son una de las cosas que hay que ver en Madrid. Como el Museo del Prado. Como el Palacio de Oriente. Como la Plaza Mayor… De unos años a esta parte los tablaos se multiplican en los rincones castizos. Son locales con carácter, ambiente y misterio muy característicos. Son, diríamos, templos dedicados al culto de cante y el baile andaluz. No es que estén exclusivamente dedicados al turismo. Pero es indudable que se deben al turismo esta actualización del flamenco. Por ver en qué consistía todo esto de los “tablaos” nos hemos dedicado durante varios días, mejor dicho durante varias noches, a recorrer todo ese Madrid del flamenquerío, intentando penetrar en el mundo sellado y palpitante de lo “jondo” e incluso dejándonos fascinar por ese gallardo y airoso baile de “palillos”. Ha sido una aventura agradable y útil, aunque dudo de que hayamos logrado esa comunicación íntima y enigmática que debe producir el flamenco. Unos días más, y acaso podríamos entrar en la cofradía. Quién sabe… Naturalmente, los espectáculos nos han gustado; unos por lo que tienen de purgatorio desconcertante y revelador; otros, por la alegría y desparpajo de sus danzas. Sin embargo está claro que no hemos sabido llegar a la sima torturadora e inerrable de lo “jondo”. Otra vez será. Acaso un día perdido por los cerros y las marismas andaluzas. El baile flamenco de momento nos paraliza. ¿Es una disciplina rígida y misteriosa? ¿Es que somos más partidarios de lo dionisiaco y desarraigado? El cante y el baile flamenco, de todos modos, nos ha penetrado como un violento narcótico y, a veces, nos hemos quedado mudos de estupor. ¿Qué impresión producirá todo este “jipío” y estos arcanos y ancestrales bailes a los turistas?” Ojalá ellos escribieran sobre ello. Pero el caso es que desde que entran, no paran de hacer “palmas” y de decir “olés”. Y vamos con nuestro recorrido… Como un turista más Como un turista más hemos salido en busca de los “tablaos” flamencos de Madrid. ¿Es que nosotros no tenemos ojos y oídos para admirar y revalorar lo “typical spanish”? Allá vamos.
Hemos salido en busca de ese misterio enervante, fúnebre, orgiástico, que es el flamenco. Vamos dispuesto a lo que salga, a emocionarnos a o a aburrirnos. ¿Lograremos penetrar en el “tabú” de lo “jondo”? Ahora o nunca Cinco estaciones: la primera, “Torres Bermejas” Comenzamos por “Torres Bermejas”. Uno ha conocido en el mismo local donde está ahora “Torres Bermejas” espectáculos y cónclaves de muy diversa índole. De todos ellos, el que más dura y se mantiene con verdadero éxito es el espectáculo flamenco actual. “Torres Bermejas” tiene el inconveniente de estar tan próximo de la Gran Vía. ¿Pero es un inconveniente o una gran ventaja? Los turistas deben de creer que es algo traído casi a la puerta del hotel para seducirlos. Y es que corrientemente se cree que estos herméticos espectáculos deben encontrarse en calles viejas con cierto sabor romántico o, por lo menos, castizo. Yo más bien creo que en esto “Torres Bermejas” lleva ventaja. Está muy a la mano. Ya estamos dentro de la cueva. Claro, que llamar cueva a “Torres Bermejas” resulta un poco raro. De cueva no tiene más que hay que bajar unas escaleritas alfombradas. En todo caso es una cueva elegante, con decoración rica de palacio morisco, que hace pensar en cristianas cautivas y en moros celosos. ¿Le va bien esta ambientación a un “tablao”? Porque el “tablao” indudablemente necesita un ambiente adecuado de covacha, de misterio, de tinieblas. Se puede decir que “Torres Bermejas” es el “tablao” elegante de Madrid y también el más intelectual, aunque en esto no le va en zaga “El Corral” como luego veremos. Penetramos con cierto recogimiento. Acaso alguna de las reacciones que hay contra el flamenco sea debida a que, a veces, la personalidad del espectador lucha contra esa enajenación momentánea que produce el “bailaor” o la “cantaora”. Algo tira de nosotros violentamente y nos quita un poco de libertad. El propio artista se encuentra ante nosotros concentrado y sacudido por una energía oculta y extraña que nos arrastra. Hemos buscado un rincón sosegado. En esto del flamenco soy partidario de lo instintivo. A lo mejor es porque no llego a calar las sutiles bellezas del baile y del cante flamencos. Uno con dejarse llevar un poco por la emoción cree que ha ahondado algo en el misterio. Tenemos el “tablao” casi encima. Mejor. Así será más fácil discernir lo que es auténtico de lo postizo, lo que es genuino de lo que es salida amañada y concesiva al turista, que es el que paga. ¿Tendremos los españoles dentro, sin saberlo, el severísimo canon para gustar el flamenco en exclusiva, o lo tienen también los extranjeros? Desde luego, los turistas que hay en las primeras filas están extasiados. ¿Será la primera vez que lo ven o estarán ya comidos por el mal del flamenco, que es una enfermedad del espíritu como otra cualquiera? El grupo ya está sobre las tablas. Alrededor de ellos el público forma un cerco apretado. De ese modo, la compenetración se dará mejor o no se dará. El artista, rodeado por los cuatro costados por ojos ávidos y respiraciones anhelantes, tratará de descubrirse y revelarse. Desde un “tablao” es mucho más difícil recurrir a trucos y exhibicionismos fáciles que la lejanía del escenario hace pasar como ornamentos o virtuosismos. En el “tablao”, los ojos penetradores del público acechan. También los oídos están tensos, agudizados. Por eso, muchos “bailaores” y artistas ya consagrados, después de haber salido incluso al extranjero y cosechar éxitos y nombre, han vuelto al “tablao”. Es lo más suyo. Es donde más luce el puro flamenco. Los artistas miran al suelo largo rato antes de entregarse al rapto de la danza. ¿Buscan en las tablas energía y fuerza? ¿Se concentran para lograr el rojo vivo del volcán interior? ¿O es que está conjurando a los “duendes” del flamenco? Mientras el artista mira al suelo, el público contiene la respiración, como queriendo lograr desde el principio la comunicación oculta. Pero hasta llegar al diálogo, el recorrido es fatigoso y duro. No es fácil dar con la fórmula de la entrega total así, de entrada. ¿Será la de hoy una experiencia más, o tendremos un mensaje palpitante, doloroso, embriagador, como dicen los buenos entendedores? Raptos puros, veraces, exquisitos, de flamenco no deben de darse todos los días. El profesionalismo cuantioso e indiscriminado, las mínimas exigencias de los turistas dejan la jornada a medias la mayoría de las veces. Comienza el jolgorio Alrededor del tablado hay un círculo de caras iluminadas que miran atentas, casi obsesas y posesas de la extraña liturgia.
Hay turistas y nativos. Los turistas comentan poco, están asombrados. Lo más que dicen es:
O en los momentos cumbres:
Los indígenas, los del terruño, aunque no sean andaluces, hacen comentarios más sabrosos:
El poeta José Hierro que tenemos al lado dice:
Pablo Corbalán, que también es romero de esta peregrinación hacia lo “jondo” dice:
Unos alemanes se van. Con dos billetes de mil entre las manos, meditan largo rato. Han debido de pasarse de la cuenta. Por fin viene el camarero y le entregan los billetes con cierto desconsuelo. “La Tati”, que es una artista muy graciosa, lo está pasando en grande. Antes de que le llegue el turno, ya está pisando al compás y palilleando. Aún sentada, todo el cuerpo le baila. Estamos todos desando que salga “La Tati”. Se llama Paquita Sadornil, es muy joven y se ve que disfruta con el baile. Lo que ahora cantan es aquello de: Y por arriba, y por arriba Por fin sale “la Tati”. Se ve que lo siente. ¿Es llama estremecida, es viento devorador, es polvareda arrasadora de convulsionadas cosechas de sentimiento, o es pur contorsión plástica, desafío a lo rítmico externo buscando un misterioso ritmo interior? La estampa es bella. Hay momentos de sinceridad y de improvisación. “La Tati” a lo mejor llega lejos. Si es exigente consigo misma y se va depurando puede llegar. Por ahora está en los comienzos. Pero tiene casta y temperamento. Además tiene atractivo. “La Tati” llegará.
¡Silencio! Un inglés, en lo más comedido y discreto de la pieza, se ha puesto de pie y ha gritado no sé qué. A mí más bien me ha parecido que está disgustado por algo. Sigue el taconeo. Palmas. El inglés vuelve a levantarse. Ahora entiendo. Es un modo de demostrar su delirio y su entusiasmo. Alguien le pide que se calle y se siente. El inglés, muy colorado, se vuelve y dice:
¡Toma con el inglés! La gente ríe. Desde el “tablao” “la Tati” ha sonreído también. El inglés está que salta y vuelve a levantarse. Sus compatriotas no pueden sujetarlo. El inglés, hay un momento en que quiere palmear, pero no le sale más que un ruido desacompasado y molesto. Entonces, un español de acento andaluz que está muy quieto en un rincón grita:
El inglés se agacha, pero no termina de hacerse ese sagrado silencio que es imprescindible para que se dé la transfusión mítica que ha de producir el flamenco. El inglés suelta un olé apasionado. Y de nuevo el nativo cejijunto grita:
Ya vamos entrando en una fase más íntima. Lentamente “la Tati” pierde un poco de brío y se sumerge en el mar oscuro de su mensaje. Van desapareciendo los accidentes, llamando accidentes – que es mucho llamar – a las caderas, las piernas, los brazos, las manos, el cuello… El coro le va alegrando y serenando al mismo tiempo. La artista va perdiendo gestos particulares para convertirse en una unidad arcana. Una fuerza extraña emana de los palillos. La guitarra rasguea endoloridamente…
Las caras de los espectadores son muy expresivas; algunos porque se anticipan a la tarea de los bailarines y de las bailadoras – son los más entendidos – ; los otros, porque maravillados no saben qué es lo que allí hay que aplaudir, ni cuándo. Segunda estación: “El Duende” Lo mejor de esta sala-bodega-tablado es el nombre. “El Duende” es un nombre muy apropiado. En esto del flamenco todo es duende o no hay flamenco. Mucho y selecto público, más bien buena sociedad. Hay menos turistas aquí, claro que es sábado, el día en que los madrileños salen de noche. La gente lo está pasando bien, y entre copa y chiste, entre requiebro y caricia disimulada, suelta sus olés. Hay un toro dorado, presidiendo las embestidas del flamenco en el túnel oscuro. Gitanillo de Triana en la barra, como introductor de todas las Embajadas de llegan. Está cantando “Rocío”, que canta con ímpetu y con gusto. Lo que canta es un poco aturullante: Me están doliendo los centros Luego aparece otra artista que se mueve como una torrentera y como una espiga, como un alacrán y una mariposa. Se llama “Sevilla”. Hay instantes inefables, pero tampoco consigo abstraerme del todo. Será por el bullicio, por el humazo, porque acaso el flamenco hay que entrarle poco a poco, despacio, como penetran los duendes en los deshabitados palacios del alma, como entran los matadores ante los respetables y temidos bichos. Sin embargo, en alguno de los atroces, y al mismo tiempo delicados trances de “Sevilla” me sorprendo a mí mismo gritando:
Los momentos de espontaneidad son, con todo, los menos. A mí acaso me sacara de quicio el flamenco, pero en puro estado de creación. Hasta ahora hay mucho de estudiado y de sofisticado en lo que hemos visto. Los actuantes rozan lo primitivo de esa maravillosa danza, pero por fuera nada más, sin ahondar en las posibilidades de expresión que hay contenidas en sus profundas raíces. El peor enemigo, mejor dicho, los peores enemigos del flamenco son los flamencos sofisticados. El flamenco como teorema para pensar y sentir, bueno. El flamenco como diversión, regular. El flamenco como culto profesional, ni clásico ni popular, mal asunto. “El Duende” esta noche está un poco “snob”. Otro día tendremos más suerte. Está posiblemente demasiado “colmao” y falta un poco de ese recogimiento religioso que en cierta manera exige el flamenco. Claro que estamos en Pascuas. “Rocío” y “Sevilla”, dos adorables criaturas y dos estupendas artistas. Oímos voces que gritan:
Pero la cantaora está en lo suyo: Qué aprendan todas de mí Palmas. Más palmas. Y por debajo un poco de dolor y de pasión oscura. Casi como en los tangos. Más o menos así: Me dijiste tantas cosas Diálogo fugaz
Por fin, algo puro Pero antes de abandonar “El Duende” podemos ver algo puro, en estado de origen, de primitivismo, que es lo verdadero. Es una pareja de “bailaores” que parecen hermanos. Son “Gitanillo” y “Custodia”, vienen de Málaga y bailan, todavía, matándose. Bailan como hay que bailar. Estos también llegarán, llegarán, desgraciadamente, para malearse. Quiero decir que saldrán al extranjero, que comenzarán a refinar su arte, a modernizarlo, a estilizarlo, como les ha pasado a tantos, comenzarán, en una palabra, a perderlo. Pero entonces serán famosos, echarán mucha comedia al asunto, en fin, lo de siempre… De momento, enhorabuena a “Gitanillo” y “Custodia”. Nos han acercado, casi, al misterio. Tercera estación: “Arco de Cuchilleros” Vamos hacia el Madrid profundo. ¿Sitio para aparcar? Muchos coches extranjeros. ¡Y eso que estamos en días de Navidad! Otro tablado desnudo y solemne. Como ornamentación, algunas divisas de ganaderías. Decorado escueto. Madera y ladrillo. ¿Será verdad que los del “tablao” se están corriendo la gran juerga? Algunas caras, a pesar de las voces, nos indican que no. El sitio es simpático. Los de arriba hablan con los de abajo, como si tal cosa, entre palmas y palmas. Cantan: “…que van detrás de la liebre…” La letra se me va. Tenemos en el “tablao” a dos bailarines, cinco mujeres y dos guitarras. Ellas, como en todas partes, flores rojas o blancas de plástico en el pelo, pendientes largos de algo más que media luna, rizos y caracoles en el pelo, la que no lo lleva suelto…
¿Llevaré yo cara de juerga? A mí el flamenco me pone triste, a veces siniestramente, funestamente, rematadamente triste. Hay que bailar matándose Pero hemos llegado oportunos. Ahora, Alejandro Vega, un bailaor de clase y nombre, va a bailar unos villancicos. Es creación suya. Los bailará con dos magníficas bailadoras, camino de estrella: Carmen Martín y Maleni Loreto. Guapas, además de muy bravas en su arte. Y delicadas. Los villancicos son alegres. El zapateado conmueve al mismo tiempo. Alejandro Vega es artista consumado que ha pasado al elenco de los clásicos del flamenco. Lo más sorprendente de todo es que el gerente del local me ha confesado que él de flamenco no entiende nada, ni logrará entender nunca. Hablamos con Alejandro Vega, otro tiempo figura de Pilar López, nada menos que durante diez años. Buena escuela y clase. Vega es un bailarín refinado que matiza muy bien lo flamenco y que incluso crea situaciones originalmente estilizadas. Si ha perdido algo en autenticidad, lo ha ganado en arte.
Los espectadores no dan tiempo a los actuantes:
De nuevo, el coro en marcha. Cantan bellamente “Los campanilleros”. Luego el mulato, bueno, no sé si es mulato o que cantó temas mulatos, “Chano Lobato”, francamente bien, por bulerías, y también unas rumbas o lo que sean, pero cantadas con vigor y estilo. “…Adiós, amor, buen viaje, recuerdos a la familia…”. Empuje temple contenido, exposición muy personal. “…Por tierras californianas, en un caballo montado…”. También un zapateado muy expresivo y difícil de Encarnita López. Música bien punteada en los tacones y un lenguaje cálido en la punta de los dedos. Ha terminado otra estación. En “Arco de Cuchilleros” el ambiente es bueno. Pero como a los demás “tablaos”, les tocará renovarse más frecuentemente. El flamenco para mantenerlo vivo e incitante, hay que alejarlo del tópico. Ni todo ha de ser furia, ni todo debe ser arte clauso. Defendamos lo flamenco, si hay que defenderlo, pero como vocabulario natural, profundo, “jondo”. Y a la calle. Cuarta estación: “Las Brujas” Estamos en un patio extraño, cerca del Viaducto. Carteles de toros, tinajero, pozo, ajos y pimientos en ristra, arcabuces, monteras… Todo lo que es orquestación visual del rito. Esto era antes un almacén de botellas. Sótano inverosímil de arcos y recovecos. El lugar es fenomenal. Como en todos, asoma algún intento de mural ambientador. Los firma Ramón Puig. Aquí en “Las Brujas”, hemos venido a encontrar una de las sesiones de flamenco más auténtico. Quizás porque llegamos tarde y quedaban ya sólo los entendidos, los maniáticos de la cosa, los iniciados, como si dijéramos.
Bueno, una juerga flamenca sin un poco de bronca es menos juerga flamenca. Siempre es preferible que se pelee la gente por un juicio sobre un cante o un zapateado, que sobre el precio de las consumiciones que no son hojita de menta en estos sitios. Los socios de “Las Brujas” son unos aficionados sorprendentes. El uno era marino mercante; el otro, telegrafista de un barco; uno de Puente Genil y el otro de Córdoba. Nada menos. Esto también explica algo. Un buen día decidieron dejar el mar y la navegación para montar en Madrid este tinglado, buen tinglado, por cierto. Cuando llegamos, está bailando “La Muñeca”, una madrileña de armas tomar que baila agotadoramente. “La Muñeca” acaba casi de llegar de la Feria Internacional de Washington. Suponemos que habrá dejado locos a los americanos. Además de nervio “La Muñeca” no deja de tener sufrimiento, ese especifico modo de lanzarse al flamenquío. Efectivamente, tiene cara de muñeca, pero de muñeca un poco trágica y antigua. Luego vienen dos cantaoras formidables: “La Bernarda” y “La Fernanda”, dos auténticas gitanas, verídicas, patéticas, hijas de canasteros. “La Bernarda” y “La Fernanda” son dos conmovedoras figuras, menudas, casi raquíticas, pero que se transfiguran al cantar. “La Bernarda” es la más bajita, con aire infantil, manos tan pequeñitas pero bien torneadas, que seducen en su leve movimiento mientras ella canta. El cante de estas dos hermanas sí que es arcano, difícil, primitivo. Todo lo que cantan es recibido por tradición oral de los antepasados. Nada de lo que cantan, ni las letras ni la música, está escrito ni lo estará nunca. Es algo que se hereda, no sólo por el oído, sino en la sangre. “La Bernarda” canta la primera: A las dos salgo del colegio “La Bernarda” es muy aplaudida- Le piden que cante “María de las Mercedes”, y lo canta por bulerías. Naturalmente, “La Bernarda” repite y con mucho gusto. Ahora viene “La Fernanda”, un poco más alta, también dramática, que continúa con este “canto triste”, propio de los gitanos canasteros. Lo que estas mujeres cantan y cómo lo cantan, no es número que realmente se pueda oír muchas veces. “La Fernanda” está cantando por soleares de Utrera. Fantástico. Un poco más y hasta uno llegaría a entrar en situación. Lo imprevisto Lo imprevisto es siempre lo mejor. Resulta que tenemos a nuestro lado a “Fosforito” y a “Farina”, nada menos. Y además están de buen humor, quiero decir, dispuestos a arrancarse y subir al “tablao” juntos. No hacen falta presentaciones. Primero actúa “Fosforito”, como brindando el toro al maestro del cante, “Farina”. Ambos no cantan fandangos. Siguen las letras de pena honda: Que tú no me quieres a mí Bien va la cosa. “Fosforito” tiene estilo y fósforo. También el guitarrista es muy bueno, Antonio de Córdoba. También muy bueno el que acompañó a las hermanas “Bernarda” y “Fernanda”, Sevillano. Al lado de “Farina” está “Chaqueta”, el viejo cantaor que ya sólo escucha. “Chaqueta” es hermano de “Chaleco”, el que va con Antonio. “Chaqueta” tiene encima una “castaña” bastante regular. A cada instante pide: “otro, otro, otro…” El “Fosforito” hará carrera. Acaba de hacer una película al lado de Marisol. Ahora está reclamando que suba “Farina”. Terminará subiendo. Todo el mundo lo anima y jalea.
Farina se aclara la voz con un buen trago. “Farina” tiene buen humor. La tristeza la deja para el cante. Entonces sí que se pone trágico. Por fin asciende al “tablao”. La entrada es colosal. Guitarra al siete. Gran potencia de voz, pero sobre todo, verdadero y auténtico dominio de ese acento interior, de esos inexplicables ritmos interiores que constituyen el difícil pentagrama del flamenco. Estoy viviendo contigo Hasta después de mi muerte “Farina” está en un buen momento. Sube la guitarra al ocho. Nos está recordando a “Porrina”. “Farina” está agarrado a “Fosforito” como en plan confidencial. Parece que le esté cantando al oído. “El Chaqueta” ha subido también al “tablao” y se ha cogido a “Farina”. “Chaqueta” con los ojos semicerrados, en caldeado ensimismamiento. Forman un trío conmovedor, los tres casi abrazados. Lloraba y contemplaba un retrato Estamos adentrándonos en esa fatalismo especial del flamenco, lamento y reto, querella y plegaria, confesión y llanto. Un poco más y entramos en el aura desgarradora. Somos pocos y nos sentimos compenetrados y comunicados en un mundo singular. Sin embargo, al menos para mí, el embrujo mágico y torturador dura poco. Probablemente la imaginación es un inconveniente para captar las honduras del flamenco. Descansillo en “El Mesón de la Guitarra” Aquí no hay “tablao” ni cartel. Aquí el curioso o devoto que pase por la calle puede entrar si el nombre de guitarra le tienta y le gusta el vino; una jarra, veinticinco pesetas. Es mesón abierto y concurrido. Turistas, parejas, pandas de amigos… Se canta, se medio baila, se bebe. Todo está al arbitrio del consumidor. No faltan los espontáneos “tocadores” y algún que otro “cantaor” o “cantaora” que prueba a ver lo que sale. No es sitio distinguido ni reservado como los otros; es más bien sitio popular, pero castizo y simpático. De “tablao flamenco” sólo tiene la sencilla y no complicada flamenquería del que quiere entrar. En la pared, arcabuces, trabucos, más ajos, más pimientos. Unas tinajas enormes. Es lugar anárquico y desenvuelto. Sirve de descansillo plebeyo y llano después de lo circunspectos y serios que hemos tenido que estar en los “tablaos” respetables. Lo malo es que cierran muy pronto Quinta y última estación: “El Corral de la Morería” Hemos llegado al final de nuestra introvertida y fantástica excursión. ¡No hemos dicho nada: “El Corral de la Morería”, nombre de romance, batería final, trueno gordo del espectáculo flamenco! Estamos cerca del Puente de Segovia. Puertas macizas, bien claveteadas. Campanas, farolillos, globos, jaulas, más armería castiza. La gente cosmopolita que llena el amplio salón acaba de cenar. Priva el número tres por las paredes. Arriba, en el “tablao”, tocantes y cantaoras. Manda y gobierna el conjunto “La Dolores”, gracia y desgarro, conocida por los turistas de todo el mundo. Ella es la que inicia canciones y diálogos. Se apagan las luces. Los números de fuerza se preparan. Entre el público comienzan a moverse las figuras famosas que se dirigen al “tablao”. Un buen guitarrista en las tablas: Martín Vegas… Baila Mario Maya, bárbaro. Lo habíamos visto hace algunos años y ha progresado mucho. El Pili y “Lucero” Tena, magistrales. ¿Qué tiene esta “Lucero” que su danza puede fascinar a entendidos y a profanos? “Lucero” tiene un estilo propio, pero tiene, sobre todo, gracia, elegancia, arte. El legado del flamenco, que debe ser intocable, sólo pueden renovarlo e innovarlo artistas de gran clase. Es lo que han hecho una Pilar López, Antonio y Rosario, Alejandro Vega, “La Chunga”… En esta línea vemos a “Lucero” Tena, mejicana, aunque parezca mentira – ¿o hay algo del misterio azteca en sus movimientos? – descubierta también, cómo no, por Pilar López. Levanta “Lucero” los brazos con una gracia especial. ¿Y cuando los levanta envuelta en un mantón? El momento del baile de “Lucero” es único y el silencio sagrado en el salón. Hay un descanso y aprovechan unos americanos para irse. Otros se sientan. Hay gente de pie esperando. Tan pronto alguien se levanta se queda sin silla. Todos quieren acercarse lo más posible al “tablao”. Preside un cuadro de Barba que se titula “Pelando la pava”, y hay al lateral otro cuadro de toreros o toreras, vaya usted a saber. Canta “Porrina” de Badajoz, gran “cantaor” y gran tipo. Lástima que le dé por estilizar su cante, teniendo la voz que tiene. “Porrina” es un descubrimiento de Emilio Rey*, el creador del Corral. También “La Chunga” empezó aquí. Solera de este “tablao”. “Porrina” lleva gafas oscuras y pañuelo rojo. Es excéntrico y bohemio. Le llaman el Marqués de Porrina; pero lo importante es su voz. Baila ahora “Amapola”, temperamento de fuego en pleno julio, ardiente entre brazadas de trigo. Luego viene “Paquiro”, joven “cantaor”, concentrado, triste, arrebatado. Levanta la cabeza al bailar y comienza a mover acompasadamente los brazos como planeando entre la zozobra y la pasión. Parece que esté conjurando algo angustioso. O que quiera realmente volar y liberarse. Baila hacia sí mismo, hacia dentro, muy viril, estatuario. El “Paquiro” promete. Dolores Amaya, “Doloretas”, canta y baila. Pequeñita y menuda…calidad: Ay, por ti yo contaría La noche, aunque es larga, se nos está terminando. La madrugada ya no es niña… *El fundador de Corral de la Morería fue Manuel Rey. Consideración final Durante horas de varias noches seguidas hemos transitado por este tártago doloroso de lo “jondo”, a veces sumidos en melancolía, a veces próximos al éxtasis radiante. Hemos visto cuadros y escenas magníficos, de increíble serenidad y belleza, casi religiosas. Hemos visto otras abrasadoras, propincuas al síncope y la epilepsia de tipo erótico. Hemos palmeado, hemos gritado, hemos reído, casi hemos llorado. Otras veces nos hemos quedado apagados como candelas sopladas por un viento maldito. Turbados, satisfechos, pero sin saber a qué atenernos, nos retiramos. Más adelante habrá que dar un nuevo repaso a esta asignatura complicada del flamenco. Iniciarse en esto no es empresa fácil. Pero habrá que intentarlo. J.L. Castillo-Puche |