Cada año en primavera personas de todas partes del mundo acuden a España para ser testigos del ritual y la extravagancia de Semana Santa, más notablemente en Sevilla, pero también en otras capitales andaluzas como Jerez, Córdoba, Granada o Málaga. La semana llamada 'santa' abarca desde el domingo de Ramos hasta el domingo de Resurrección, e incluye el viernes santo. Es durante este periodo dedicado a la Pasión de Cristo, que tienen lugar las características procesiones y el cante de la saeta vive su breve pero glorioso ciclo.
Cultos religiosos o cofradías han existido en Sevilla desde los albores de la cristiandad. No obstante, sólo es a partir del siglo XVI que algunas de estas asociaciones comenzaron a interesarse por estimular el renacimiento de la fe de la población en general, y este movimiento dio lugar a las primeras procesiones. Al principio fueron acontecimientos sobrios y espartanos. A la cabeza de la procesión iba un abanderado con el estandarte de la cofradía. Después los cofrades y demás personas quienes por motivos personales deseaban tomar parte en la devoción. A la cola un sacerdote o noble rodeado de los «hermanos de luz» (cofrades que portaban velas), y los «hermanos de sangre» (aquellos que portaban imágenes) llevaba un crucifijo. Este formato básico y austero ha ido desarrollándose progresivamente para alcanzar el ostentoso esplendor de las procesiones actuales, las cuales justifican la fama universal de la Semana Santa andaluza. Los cofrades todavía visten túnicas de tejido basto atadas a la cintura con una soga. Alrededor del cuello llevan los escudos de sus correspondientes cofradías. Muchos caminan descalzos, sus rostros escondidos detrás de la característica toca cónica. Al paso que la procesión hace su ruta por las calles estrechas, una banda militar toca una marcha lenta y solemne. En determinados puntos el desfile se detiene delante de un balcón o plataforma donde espera un cantaor o cantaora para ofrecer su saeta, un cante lleno de misticismo andaluz, cantado a palo seco y que personifica el espíritu de la Semana Santa.
«Mira una rosa de pasión cuéntate siete puñales una corona de espinas y tres clavitos mortales»
La saeta se canta a Jesucristo y la Virgen, nunca a los santos, aunque sus imágenes forman parte de las procesiones. Los incontables versos hermosos de la saeta expresan la grandeza y el sufrimiento de Jesús y el profundo dolor de la Virgen en coplas de cuatro o cinco líneas octosilábicas. A menudo se escuchan los términos «saeta por siguiriya» y «saeta por martinete». El flamencólogo Hipólito Rossy define la saeta por siguiriya como un verso de saeta cantado a la melodía de una siguiriya. Dice que la saeta por martinete es lo mismo, pero con melodía de martinete. Estas acepciones son poco probables porque la música de la saeta carece de tan amplia variación. Es más verosímil la explicación del autor Donn Pohren. Dice que la saeta cantada al compás de la siguiriya es saeta por siguiriya, y la que se canta libre, o sin ritmo, es la saeta por martinete (ésta última siendo la forma más corriente y tradicional).
También se distingue hoy en día entre la «saeta antigua» y la «saeta moderna» aunque tampoco los expertos concuerdan en cómo definir una y otra. En términos generales, la saeta antigua fue una versión más sencilla y menos flamenca de la moderna, y se basó en cánticos religiosos. Era una forma relativamente poco dramática que muchos dicen que estaba destinada a desaparecer. Rossy cree que la nueva saeta data de tan reciente como la segunda década del siglo veinte y que fue una creación directa del gran saetero Manuel Centeno. Además dice que algunos atribuyen esta creación a don Antonio Chacón, lo cual Rossy encuentra poco probable debido a la avanzada edad del cantaor en aquella época, y porque rehuía cantar al aire libre.
«¿Quién te ha clavao en esa cruz? ¿Quién te ha puesto espinas? ¿Quién te ha herío ese costao? Está tu Mare Divina con el corazón traspasao»
Ricardo Molina y Antonio Mairena no creían en las raíces antiguas de la saeta. Afirmaban que la saeta moderna apareció durante la época dorada del flamenco (las últimas décadas del siglo XVIII) junto con el resto del cante flamenco como un derivado de las tonás (cantes primitivos de los juglares que se convirtieron en el actual martinete, debla y carcelera), o como una versión corrupta de cánticos litúrgicos católicos, islámicos o hebreos. Escribieron que las «llamadas saetas antiguas» no fueron más que simples narrativas evangélicas, más recitadas que cantadas, y que todavía se escuchan en numerosas localidades de Andalucía.
Manuel Vallejo
La mayoría de los estudiosos concuerdan en que la Semana Santa en Sevilla ha perdido gran parte de su significado religioso debido a ciertos excesos comerciales. Rossy atribuyó esto en parte a la «nueva saeta». Escribió que para cantar la saeta antigua sólo faltaba una voz potente y buena pronunciación para que los oyentes pudieran captar el contenido de los versos, y que se escuchaba con un profundo respeto. Pocos años después de su aparición, la nueva saeta eclipsó a la antigua y hoy en día la muchedumbre de Semana Santa jalea y aplaude al cantaor capaz de ejecutar este difícil cante, y hasta protestan cuando el intérprete no es de su agrado. Nunca se sospechaba que los profesionales del cante crearían una saeta que sería demasiado compleja y precisaría demasiada técnica para que un amateur fuera capaz de interpretarla. Sin embargo la naturaleza lastimera intrínseca del cante flamenco casa bien con la esencia y la intención de la saeta. Molina y Mairena criticaron a los «innovadores» que, careciendo de los conocimientos artísticos, flamencos y musicales, corrompieron las saetas tradicionales que son incapaces de dominar. Otros individuos se quejan de que tanto los versos como las melodías están llegando a ser superficiales o frívolos. Se está sustituyendo el exhibicionismo por la espontaneidad. Durante décadas, en la época semanasantera se han convocado concursos anuales de saeta con jugosos premios en metálico. No obstante, mientras que Sevilla y las otras capitales de Andalucía pueden haber caído en el comercialismo, la mayoría de los pueblos tienen sus propias procesiones que compensan con intensidad religiosa cualquier escasez de color y esplendor. Algunas aldeas, generalmente los mejores sitios para pasar la Semana Santa si uno desea comprender su verdadero significado, todavía representan obras medievales tradicionales de la Pasión de Cristo.
Para el aficionado al flamenco el acontecimiento más destacable de la Semana Santa es la procesión de la Virgen de los Gitanos cuya imagen es sacada de sus muchas iglesias a través de Andalucía a la hora improbable de las cuatro o las cinco de la mañana del Viernes Santo. En aquellos pueblos y ciudades donde habita un número importante de gitanos y donde hay una tradición flamenca, esta procesión es la más extraordinaria de todas. El solemne repertorio de las bandas municipales y las desgarradoras saetas es reemplazado por aglomeraciones de personas alegremente cantando y bailando por bulerías mientras escoltan a la Virgen en su ruta por el pueblo hasta bien entrada la mañana cuando las efigies son devueltas a sus respectivas iglesias con mucha ceremonia. Es una experiencia sorprendente contemplar a docenas de personas que han pasado la noche caminando al lado de la Virgen, todavía bailando y cantando por fiesta en la escalinata de una iglesia con el arrasador sol del mediodía iluminando sus caras fatigadas pero felices. ¿En qué otro lugar del mundo se celebra la fecha más solemne del calendario cristiano con mayor regocijo?
Aunque existen cantaores especializados en las saetas, algunos de los genios más grandes del cante como Silverio Franconetti, El Nitri, los Cagancho, El Marrurro, Curro Durse, El Mellizo, Manuel Torre, Niño Gloria, Pastora Pavón, Tomás Pavón, Manuel Centeno, o Manuel Vallejo eran famosos por sus interpretaciones de la saeta.
Silverio Franconetti
«El sol se vistió de luto y la luna se eclipsó las piedras se quebrantaron cuando el Señor expiró»
Bibliografía: ÁLVAREZ CABALLERO, Ángel. El cante flamenco. Alianza Editorial, Madrid, 1994. BLAS VEGA, José y RÍOS RUIZ, Manuel. Diccionario enciclopédico ilustrado del flamenco. Editorial Cinterco, Madrid, 1988. GARCÍA GÓMEZ, Génesis. José Menese, Biografía jonda. Ediciones El País/Santillana, Madrid, 1996 MOLINA, Ricardo y MAIRENA, Antonio. Mundo y formas del cante flamenco. Revista de Occidente, Madrid, 1963. POHREN, D. E. El arte de flamenco. Sociedad de Estudios Españoles. Morón de la Frontera, 1970. ROSSY, Hipólito. Teoría del cante jondo. Credsa, Barcelona, 1966.
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