Resumen: ESPECIAL CENTENARIO RAFAEL ROMERO 1910 – 2010
ESPECIAL CENTENARIO |
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Hace unos días, el 9 de octubre, cuando Paco de Lucía estaba clausurando la Bienal de Flamenco de Sevilla 2010, se cumplió de manera menos espectacular los cien años desde el nacimiento del legendario cantaor Rafael Romero fallecido en Madrid en 1991. Tan legendario como olvidado dirían algunos aficionados, con toda la razón del mundo. Un porte elegante, inclusive en la vejez, delataba sus comienzos como bailaor y un innato sentido de la dignidad que no le abandonó ni en la pobreza que le tocó manejar en sus últimos años. El guitarrista malagueño Julio de los Reyes recuerda como lo veía casi todos los días en el Bar Congosto de la madrileña calle Aduana: “Era simpático, pero más bien serio y secote”.
Curiosamente, la primera antología de cante flamenco que se grabó jamás, fue editada en Francia por la empresa Ducretet-Thomson en 1954, y reeditada unos años más tarde en España por la casa Hispavox. Gracias a esta histórica colección, cantes como alboreá, garrotín, mirabrás o la caña han quedado en el recuerdo auditivo de varias generaciones de aficionados en la voz permanentemente lastimosa de Rafael Romero. También el cantaor aportó sus excelentes versiones de siguiriyas, tonás, martinete y debla a aquel singular empeño. De hecho, el guitarrista Perico el del Lunar, director artístico de la antología, siendo jerezano, no vio la necesidad de buscar a ningún otro cantaor para dejar constancia de estos cantes básicos de tan difícil interpretación. Lo que hoy en día se llama “mairenismo”, achacando un renovado interés en el cante clásico al maestro Antonio Mairena, en realidad empezó a tomar forma años antes de que éste escribiera, junto a Ricardo Molina, el seminal libro “Mundo y formas del cante flamenco”. Rafael Romero formó parte del aquella movida temprana, sin retórica alguna y sin más declaración que el peso de su persona y obra.
Perico del Lunar y Rafael Romero llegaron a Madrid a comienzos de la década de 1930. Junto a cantaores como Pericón de Cádiz, Juan Varea, Jarrito, Manolo Vargas o Pepe de la Matrona entre otros, Romero pasó casi dos décadas cantando en el mítico tablao madrileño Zambra. También participó como cantaor, bailaor y actor en al menos nueve películas entre 1947 y 1975. Supo relacionarse con figuras del mundo del cine, de la pintura, de la literatura o de los toros. Conoció bien la honorable profesión de cantar para baile, llegando a inspirar con su voz a los mejores intérpretes de la época como Antonio Ruiz Soler, Vicente Escudero, Pastora Imperio, Rosa Durán, José Greco, Antonio Gades, Pilar López o Luisillo, entre otros.
Dejó registrados más de ciento cincuenta cantes, con una gran diversidad de palos y estilos, incluyendo algunos en vías de extinción como la soleá de José Illanda cuya recuperación se le atribuye inequívocamente. El día del centenario de Rafael Romero, Perico del Lunar hijo, el guitarrista que le tocó durante más de treinta años, recibió el galardón “El Gallina” que anualmente se otorga en Andújar para recordar a su más ilustre cantaor.
El distinguido investigador de temas flamencos, Pierre Lefranc, conoció a nuestro cantaor en los años cincuenta del pasado siglo en París donde éste ya gozaba de cierta fama gracias a sus grabaciones en Francia. En un pequeño local llamado El Catalán “ante una asistencia reducida (unas cuarenta personas), atenta, grave, embelesada, incluso cayendo en la devoción”, vivió Lefranc su primera reunión de cante, una experiencia que lo dejaría enganchado irremediablemente y de por vida al arte jondo. El profesor Lefranc nos ha cedido el siguiente texto biográfico extractado de la presentación de “Grabaciones en París” en el año 2004. RAFAEL ROMERO: Datos biográficos Rafael Romero nació en 1910 en una familia gitana en Andujar, Jaén, donde había muy poco cante pero se cantiñeaba y se bailaba. Su padre era tratante de ganado, Rafael se dedicó primeramente al baile, y se trasladó a Madrid durante la Guerra Civil. Siguió un período difícil, durante el cual cantó y bailó una cancioncita titulada “La Gallina Papanata”. Eso le valió de parte de un señor marqués el apodo cariñoso de El Gallina, cuyo uso repetido decenios más tarde no le hacía ninguna gracia. Su nombre artístico nunca fue otro que Rafael Romero.
En Madrid, Perico del Lunar cuenta que había en Rafael buen metal de voz y de emoción, y le enseñó muchos cantes, incluyendo los cantes sin guitarra que Chacón solía cantar, y los grandes cantes compuestos como la caña, el polo y la serrana. Así es que Rafael se convirtió en la voz de Perico, pero conservando su personalidad: la emoción exprimida era suya, la huella personal que dejó sobre la caña quedará imborrable y tuvo bastante afición y curiosidad para recuperar y salvar él también algunos cantes en trance de desaparición. Lo positivo de todo eso se puede seguir en su carrera y sus grabaciones, pero hubo otra cara de relativa fragilidad. Tenía cartel en Francia, en Japón y en “Zambra”, y fue figura a consecuencia de la Antología, pero eso era a base de cante aprendido al que le faltaban raíces propiamente andaluzas. Encima de eso, los dieciocho años pasados en “Zambra” (que cerró en el 1975) fueron años de una seguridad profesional tan grande, y tan insólita, que asomaba el peligro del funcionarismo – como él mismo se daba cuenta. A Fernando Quiñones, que le preguntaba porqué la creación de cantes se había terminado, contestó Rafael lo que sigue, con gran lucidez: Ellos se las sacaron del hambre y de las penas. ¿Pero cómo voy a hacerlo yo, siempre con cien duros en la cartera, con este tabaco rubio, con mi diario en el bolsillo y mi buena ropa, hoy día y así? Su fin de carrera fue difícil. En el 1973, la Cátedra de Flamencología de Jerez le otorgó su Premio Nacional de Cante. “Zambra” cerró dos años más tarde y le dejó buscándose la vida en un Madrid nuevo con un nombre ya vinculado al pasado. Seguía siendo figura al nivel internacional – había grabado otra vez en París en el 1971 y grabó en Japón en el 1988 – pero sus últimas proyecciones en España fueron pocas, y se limitaron a la provincia de su nacimiento. Falleció en el 1991 en Madrid, en la pobreza. Sin embargo, sigue y seguirá entre los grandes de la historia del cante, por su afición, dedicación y fe, su talento para trasmitir y la total generosidad con que acogió y aconsejó, en momentos importantes de sus carreras, a los jóvenes talentos que eran en aquellos tiempos Menese, Morente, Miguel Vargas, Carmen Linares y otros; todos vieron en él un maestro.
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