Silvia Cruz Lapeña
En 24 horas, Antonio de los Santos contó su historia marcada por la heroína y la prisión en un documental y su sobrino, «Agujetas Chico», cantó palos y estilos de su familia, pero buscando la luz.
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Misterio, negrura, primitivismo. Lamento, casta, puro, soníos negros. El duende. Lo oscuro. La verdad. Con esas palabras definían los fans a Antonio de los Santos Bermúdez en el documental que el realizador Juan López-Cepero le dedica al cantaor. Se titula Palabra de Agujetas y se presentó en el Centro Andaluz del Flamenco de Jerez de la Frontera el 3 de marzo, 24 horas antes de que cantara en la misma ciudad el hijo de Dolores, hermana del biografiado. El joven se llama como su tío, su sobrenombre es “Agujetas Chico” y el sábado dejó a todo el que lo oyó con el alma llena, no vacía, como dicen sentirse los seguidores de su tío cuando lo ven actuar. Y no es un cambio de guion pequeño tratándose de esta familia.
López-Cepero explica que el suyo no es un documental biográfico porque que no le interesaban los detalles sobre su obra, ni entrar en aspectos de su vida que considera “morbosos”. Lo que pretendía, cuenta, era aproximarse a la fascinación que suscita Antonio y por eso el mérito de la película es haber conseguido que el hijo de Agujetas hable por primera vez sobre su drogadicción o su paso por la cárcel.
En ningún momento se explica al espectador qué lo metió entre rejas, pero la hemeroteca del diario El Mundo explica que fue un robo. En otro artículo, ya libre, Antonio reflexiona: “La situación familiar fue la que me llevó a prisión”.
Una relación difícil
“Si yo fuera Franco, os mataba a ti y a El Torta”, explica que le decía su padre cuando lo veía puesto de caballo porque le daba coraje que los herederos de los Agujetas y los Moneo se destrozaran la vida en lugar de honrar sus sagas. Los testimonios de la película, todos admiradores de su cante y su persona, explican que Antonio con su padre se llevaba a veces mal, a veces bien. En el patio de butacas y los corrillos previos y posteriores al pase, llenos de jerezanos, se oyeron descripciones mucho más crudas sobre la relación paterno-filial. Eso sí, en susurros, como el que dijo que en los doce años que Antonio pasó encarcelado su padre sólo fue a verlo una vez. Y que esa fue la única visita que recibió.
En la película, José María Castaño dice que hay “voces que han nacido para expresar dolor” y tiene razón el director de Los caminos del cante, pero viendo el documental, escuchando a Antonio y observándolo actuar también le encaja a su actitud un verso de Isabel Escudero que canta en Firmamento Rocío Márquez: “Lo peor de la condena es cogerle al gusto a las cadenas”. Y no es que haya que culparlo de nada, pero tampoco lleva a ningún lado exculparlo de todo.
La importancia del contexto
Antonio es un artista peculiar, difícil de describir a quienes no les gusta lo jondo y está marcado por una vida perra, pero la mala suerte no lo explica todo. Ni en su vida ni en ninguna vida. No, porque ningún ser humano nace de un huevo, sino de una familia (de un padre duro y rudo, con nueve hermanos, cuatro de ellos sordos, como la madre), en unas condiciones sociales y económicas determinadas, en un momento histórico concreto ( la adolescencia le pilló en pleno boom de la heroína) y todo eso, como el lugar en el que viva y las decisiones que tome, tendrá un peso en su existencia.
Por eso, decir que todo en Antonio y en su cante es “inexplicable” es apelar a la magia y por querer exonerarlo, se le condena. No hay más que oírlo para notar que hasta él se ha creído que está marcado por el destino y que poco puede hacer por remediarlo.
Pero en la pantalla el protagonista, de una manera muy sutil y quizás inconsciente, está a punto de contradecir a quienes lo defienden de esa manera: “Si me hubiera rehabilitado, me habría quitado de Jerez”. No es cualquier frase, es la frase, una con la que Antonio se sacude la maldición de encima y se la endorsa a la ciudad que lo vio nacer y a todo (familia, amigos, droga, noches flamencas…) lo que contiene. Quitarse de Jerez, desengancharse, dice Antonio dando en el clavo y aludiendo al contexto que todos obvian.
Lejos de la cuna
Por suerte, poca de esa oscuridad se vio al día siguiente en La Guarida del Ángel, bar donde el otro Antonio, “Agujetas Chico”, ayeó y tocó la guitarra arañando al público sin necesidad de hacerse daño. Cantó fandangos, cantó bulerías, cantó “Celos”, canción incluida en su disco Los cuchillos del tiempo, cantó por soleá y menos en las bulerías que le hizo Diego del Morao, también se tocó la guitarra de un modo tierno y muy gustoso.
“El pin, el pin ha sido lo que te ha dado suerte”, le dijo su madre desde la primera fila después de que el vástago cantara por martinete y bulerías acompañado por la percusión de Ane Carrasco. El pin al que se refería su madre era una chapa con la cara del abuelo que llevaba el chico en la solapa de su americana negra. “¿Suerte? Creo que lo que me ha dado es miedo”, dijo riendo, pero muy consciente de que es parte de una de esas sagas jerezanas que exigen responsabilidad y pesan como una losa. Quizás por eso, ese hombre que el sábado cantó tan temblorosamente bien, tan nervioso pero tan lleno de vida vive en Berlín.