La respuesta del público en el Festival Flamenco Kulturpark Traun sorprende a las autoridades y abre una posibilidad de que lo jondo se instale en Austria.
Silvia Cruz Lapeña
El Festival Flamenco Kulturpark tuvo lugar en Traun, pero tenía un pie en Linz, ciudad a la que Claudio Magris atribuyó “una grave melancolía continental”. Quizás por ese aire de pesadumbre le cae tan bien el regodeo que aplica el flamenco sobre las heridas, también su alegría. Porque ni Traun ni Linz tienen más relación con lo jondo que el recuerdo de algunos espectadores que recordaban haber estado en uno de los conciertos que en los años 70 ofreció por aquí Paco de Lucía y hay una comunidad española, sí, y es activa culturalmente y está creciendo, pero también es chiquita.
Traun acaparó la atención con talleres, cursos y shows como el de Mercedes Ruiz y su “Baile de palabra” o el “Desplante” de Eduardo Guerrero, mientras que Linz ofreció las actividades paralelas: presentaciones de libros, parte de la exposición de Fidel Meneses o actuaciones de pequeño formato. Estas últimas se celebraron en el DH5, espacio cultural ubicado en el centro de Linz que congregó al público más joven del festival. Quizás sea esa una tarea de la organización para próximas ediciones: rebajar la media de edad del espectador, no por alabar la juventud en sí misma, sino para garantizar que este primer éxito se reproduzca en el futuro. Iniciativas como el precio son una buena baza: por 66 euros se podía acceder a todas las actividades y representaciones de la semana.
Como todo salió bien parecía fácil, pero la directora del evento, Susanne Zellinger, confesaba su temor a probar con lo jondo en una tierra que ella misma denominó “un desierto flamenco”. La realidad es que han ocurrido cosas tan gozosas en una semana, que la impresión que queda es que a poco que las autoridades quieran, habrá festival en Traun para muchos años.
Posibilidades
Uno de esos hechos afortunados lo protagonizaron José María Gallardo del Rey y Miguel Ángel Cortés, que con su concierto a dos guitarras consiguieron llenar la Sala Johann Strauss de Traun y algo más: que gente que en su vida había estado en una procesión llorara a moco tendido escuchando la versión que los dos tocaores hacen de Amarguras, marcha procesional compuesta por Manuel Font de Anta.
En todo momento dio la impresión de que el público austríaco tenía ganas. Ganas de saber más, escuchar más y bailar más flamenco. Los talleres para neófitos fueron un ejemplo: a ellos se apuntaron muchas personas, sobre todo mujeres, a aprender sevillanas, primer paso de cualquiera que no tenga idea, ni edad, de pensar ya en una carrera profesional en el baile. Los de guitarra, impartidos por el guitarrista local Bruno Chmel también estuvieron llenos.
De ese modo, la parte amateur quedó cubierta, pero lo que dispara la imaginación de cualquier profesional del cante, del toque y del baile es ver las instalaciones con las que cuenta el Kulturpark. Además de estar ubicado a veinte minutos del centro de Linz por tranvía, cuenta con una Escuela de Música cercana; un castillo con todas las salas habilitadas para dar clase de danza o de música y dos escenarios de distinto tamaño habilitados para acoger actuaciones de todo tipo. Por eso es inevitable preguntarse cuánto van a tardar en tener una academia o en abrir uno de sus espacios como granero de creación flamenca.
La música, bien cotidiano
A cualquiera que venga de España, le choca el modo en que las autoridades, el público y hasta los críos se enfrentan a la cultura en Austria: con respeto y con preguntas, señal bastante certera de que algo les interesa. En esta parte del mundo, un carácter mediterráneo puede tener la impresión de que hasta los espectáculos son un poquito aburridos, cuando lo que ocurre en realidad es que son algo cotidiano. No hay nada extraordinario para sus habitantes en asistir a un concierto de artistas que hasta ayer no conocían; no dejan que asuntos políticos carguen de prejuicios el mantón de la que baila y no hacen fotos ni vídeos durante los conciertos porque la música es el pan de cada día.
No hacen del arte algo extraordinario, pero el mimo que le brindan sorprenderá a quienes vengan de un país donde se eligen ministros de Cultura buscando golpes de efecto. Es verdad que hace una semana Traun y Linz eran un erial flamenco, pero el público ha demostrado que en este suelo hay condiciones para que florezca. Rudolf Scharinger, el alcalde casi cuaja una promesa en público y en directo animado por el éxito de asistencia y las reacciones de los espectadores que vio en la hora y media que duró “Desplante”, show con el que Eduardo Guerrero multiplicó el número de aficionados y dejó el desierto ya menos desierto.
Fotografías www.traunimbild.at