El sector jondo reflexiona sobre cómo afectará a la transmisión de este arte la imposición de lo ‘online’ impuesta por la nueva normalidad post coronavirus
¿Puede un quejío emocionar en streaming? ¿Se puede enseñar el compás a través de Skype? ¿Tiene el arte jondo sentido fuera de lo vivencial, de la experiencia que da el compartir una misma energía? ¿Llegarán los duendes a través de gifs? La imposición de lo ‘online’ como única alternativa para la supervivencia del sector jondo ante la crisis sanitaria del coronavirus hace que muchos artistas, docentes y flamencólogos se planteen cómo afectará esta nueva normalidad a la transmisión de este arte.
De algún modo, en este estado de alarma hemos ido asumiendo que tardaremos mucho en volver a sentir de cerca la respiración entrecortada de un cantaor o en que nos salpique una gota de sudor en un remate por bulerías. Y, con más o menos resignación, hemos visto suspenderse la actividad de tablaos, ciclos y programaciones y paralizarse cursos, academias, talleres y cualquier formación jonda. E, igualmente, hemos aceptado las cancelaciones, aplazamientos o modificaciones de algunos de los eventos jondos más importantes, como el Festival de La Unión o la Bienal de Sevilla, que está preparando opciones de aforo reducido y retransmisiones por streaming.
En este contexto, han proliferado múltiples iniciativas que desde las redes sociales y las plataformas digitales pretenden poner remedio al parón con directos en Instagram, clases virtuales o vídeos a la carta. E incluso las medidas públicas, como el Plan de Impacto para la Cultura anunciado por la Junta de Andalucía, incluyen ya entre los conceptos subvencionables las actividades en formato ‘online’.
Pero, este “flamenco a distancia”, que como apunta la catedrática en Antropología Social en la Universidad de Sevilla, Cristina Cruces, “nos lleva del ole al like”, genera una enorme preocupación en los artistas. Por un lado, por la “frialdad” de la pantalla y, por otro, porque se preguntan si no se perderá así la esencia. “Si hay algo que diferencia al flamenco de otras músicas es el poder de transmisión que tiene el artista frente al público y me preocupa que esto corra peligro”, apunta el cantaor David Lagos, quien entiende que esta expresión artística precisa más que ninguna otra de la cercanía, porque es así como se produce la magia. “Sin estar cerca, a ver cómo nos vamos a hacer compás”, se pregunta el jerezano aclarando que se refiere “al compás en su sentido literal y metafórico”.
“Si algo diferencia al flamenco de otras músicas es el poder de transmisión que tiene el artista frente al público. Sin estar cerca, a ver cómo nos vamos a hacer compás”, sostiene David Lagos
En esta línea, Cruces recuerda que “el flamenco es una música en acto” y que, como tal, “cobra su sentido en la transgresión del orden, en la repentización”. Es decir, una soleá, explica, no deja de ser “una microcomposición tejida y destejida a cada instante, una regla mnemotécnica que juega con la memoria, con el deseo, con los estados de ánimo”. Además, al romperse el esquema presencial, advierte la experta, “la experiencia cualitativa se quiebra” y se pierde “la sociabilidad”. Algo que suena a lo que le relataba Pepe el de la Matrona a José Luis Ortiz Nuevo en su libro cuando el flamencólogo le pregunta qué es preciso para que el cante sea auténtico, aparte de las condiciones naturales, y el cantaor le responde: “que el cante flamenco necesita su ambiente, porque si se le quita su ambiente, sus momentos, sus horas, pues se quita la inspiración al que tiene que entregarse a cantar, y se requiere el momento ese de reunión, de amistá íntima, y la copita de vino”.
Para Cristina Cruces, al romperse el esquema presencial “la experiencia cualitativa se quiebra” y se pierde “la sociabilidad”, algo intrínseco al flamenco
Por esto mismo, Pepa Sánchez, directora académica de la Fundación Cristina Heeren, tiene claro que “lo presencial es insustituible”. Porque, aunque haya materias teóricas que se puedan enseñar por Internet, las vivencias entre los maestros y los alumnos, la creatividad y las sinergias que se producen entre los compañeros, “van mucho más allá del aula” y forman parte fundamental del plan de estudio de la Fundación donde “compartimos muchas cosas, hacemos encuentros, fiestas y tenemos la suerte de contar con un teatro a donde poner en práctica el aprendizaje”, destaca.
Ellos tuvieron que reprogramar en tiempo récord el segundo semestre del curso, adaptando las asignaturas a lecciones técnicas, recursos y correcciones a través de herramientas digitales. En esos momentos, confiesa Sánchez, se vivieron momentos muy duros por el reto que suponía y porque se dieron situaciones personales dramáticas entre alumnos “que vienen de todas partes del mundo y se quedaron sin recursos y sin posibilidades de regresar a casa”, cuenta. Por eso, para la docente, el esfuerzo del equipo, cuya prioridad fue ayudar a estos jóvenes, ha merecido la pena, no sólo porque se ha podido avanzar en los contenidos, sino porque se ha tejido “una bonita red entre toda la familia de la escuela que, a pesar de la distancia, está más unida que nunca”.
“Lo presencial es insustituible. Aunque haya materias teóricas que se puedan enseñar por Internet, las vivencias entre los maestros y los alumnos, la creatividad y las sinergias que se producen entre los compañeros, van mucho más allá”, destaca la directora académica de la Fundación Cristina Heeren
Claro que, como reconoce, la enseñanza virtual del flamenco se enfrenta a un problema principal, que es el de la técnica, que aún no permite una sincronía real, por lo que el retardo dificulta muchísimo la tarea, sobre todo en asignaturas donde el contacto es prioritario. Además, añade Lagos, que durante este confinamiento ha impartido alguna clase, “es verdad que los alumnos ponen un pulgar para arriba, un puñito o un beso, pero no se oye un ole ni he podido ver la cara de emoción de nadie o si les estaba gustando lo que hacía o no”, lamenta.
Sin embargo, pese a los desafíos, la directora académica de la Fundación, que aún está a la espera de las recomendaciones del gobierno para plantear el nuevo curso, resalta aspectos positivos y asegura que, aunque “el plan es intocable”, mantendrán en paralelo la escuela online para algunas materias.
También la bailaora Ana Morales trata de ser optimista. Primero porque “con Internet podemos llegar a millones de personas, que es algo a lo que siempre aspira el flamenco”, apunta. Y segundo porque tras probar experiencias en festivales digitales estos días, ha comprobado que “el gusanillo sigue ahí exactamente igual”. Es decir, saber que va a ser vista por cientos de personas le mantuvo nerviosa durante todo el día y le permitió vivir una sensación muy similar a la de pisar las tablas. “Es una pasada porque en ese momento te están viendo cientos de personas, igual el doble de las que caben en una sala. Personas que comparten contigo esa emoción, que te descubren, que te ven, que te transmiten al instante su cariño… y, al mismo tiempo, es muy curioso porque tú estás bailando en soledad, en absoluta intimidad”, narra la artista que piensa que “quizás no sea tan frío ni tan distante como pensamos”.
Dicho esto, Morales sólo contempla una fórmula mixta que no renuncie al directo, aunque sea con aforo reducido. “Así se puede compartir la energía, algo que para mí es fundamental. Ya es carne, ya es piel… Nosotros hacemos un arte vivo y no concibo plantearme una opción sin público total”, sostiene.
“En los directos te das cuenta de que el gusanillo está ahí exactamente igual. Es una pasada porque tú estás bailando en absoluta intimidad, pero sabes que al otro lado hay cientos de personas que comparten contigo esa emoción, que te descubren, que te ven, que te transmiten al instante su cariño”, cuenta Ana Morales
En cualquier caso, como advierte la catedrática en Antropología, es interesante analizar cómo esta nueva realidad puede modificar la identidad del artista, que pierde su capacidad de fascinación (“es un emisor del que se conocen todos los procesos: ensayos, camerinos, seguidores, haters…”); los criterios de la afición flamenca, -“¿hablamos de la ojana digital?”, apunta-; la relación con el público cuyo papel es aún más activo puesto que elige qué ver y cómo verlo (fragmentación) y, por último, el propio sentido del arte como mensaje.
Además, entre otros riesgos de este flamenco que viene, los entrevistados coinciden en que lo digital puede producir una brecha entre las disciplinas, porque algunas son más apetecibles de ver en un ordenador que otras y también entre los artistas. Porque, lamenta Morales, “hay artistas que te gustan por la energía que irradian en el momento y si eso no está no los disfrutas igual. Te pierdes el olor, la mirada, la energía, el sabor, el respirar al mismo tiempo, el silencio… La grandeza de su arte se mengua”, explica.
Para Cruces es interesante analizar cómo esta nueva realidad puede modificar la identidad del artista; los criterios de la afición flamenca, la relación con el público y el propio sentido del arte como mensaje
Asimismo, Cruces señala que, por contradictorio que parezca, la desaparición de la tradición oral puede difuminar la dinámica de ensayo-error y los consejos del maestro, “lo que puede desembocar en el mimetismo y en la fosilización de las formas”. O, por decirlo de otro modo, se mermaría la personalidad artística y se multiplicarían los avatares.
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