Llevó al arte las reivindicaciones del pueblo gitano, aportó ética y estética al mundo jondo y su huella está presente en algunos de los mejores bailaores actuales, pero no ha recibido un reconocimiento acorde a su legado.
Silvia Cruz Lapeña
“En el bis está el peligro”. La frase es de Mario Maya y la recuerda Isabel Bayón, que lo define como la mayoría de sus compañeros: culto, disciplinado y con un oído musical fuera de serie. “No le gustaban las obras largas y lo del bis es porque decía que el final era muy importante, pues puede destrozarte un buen espectáculo”, rememora la bailaora sobre un artista que falleció hace diez años.
Maya nació en Córdoba de una gitana soltera, pero creció en Granada, donde le compró sus primeras botas a un trapero en los años 40, los de la posguerra, el hambre y el estraperlo. Una inglesa, Josette Jones, apareció como un milagro en esa España gris que condenaba a la incultura a la gente sin recursos. Era pintora, ganó un concurso con un cuadro en el que retrató al chaval y le envío el dinero para que siguiera formándose. A diferencia de los muchos cuentos que abundan en el flamenco, aquella hada madrina fue real y no fue efímera: “Yo la conocí cuando Mario actuó en el Sadler’s Wells de Londres, donde fue el primer flamenco que actuó. Era una mujer sensible que cada año viajaba a Marruecos y a Granada”, explica la viuda del bailaor, Mariana Ovalle.
No fue el único acto generoso de la británica: “Su papel en la vida de mi marido fue muy importante. Cuando Mario se mudó a Madrid, ella fue quien le dijo a Pilar López que fuera a verlo al tablao y así conoció a su maestra”. Para Maya, López fue la señora más inteligente que conoció en su vida. “Las mujeres fueron muy importantes en su carrera, su madre, por ejemplo y también su manager, Donatella Bernstein, sin la que no se entiende la trayectoria que tuvo Mario”, opina la viuda.
Los discípulos
Luego el profesor fue él. “Tuve la suerte de entrar a bailar con él a los 17 años y luego repetí, hasta que terminé en la Compañía Andaluza de Danza que él dirigía”, explica Rafaela Carrasco a Deflamenco. “Las coreografías que pretenden hacer algunos bailarines no se corresponden con la historia que quieren contar”, dijo Maya y quizá por eso su discípula incide en el cambio estético y conceptual que su profesor le legó al baile flamenco. “Sus escenarios eran sencillos, le daba importancia al vestuario, a la dramaturgia, a contar historias a través del movimiento”, recuerda la bailaora sevillana. También destaca el carácter innovador del granadino y apunta a una cuestión que a veces pasa demasiado desapercibida: “Cambió mucho el estilo de baile del hombre”.
Uno de ellos es Eduardo Guerrero: “No sé cuántas veces he podido ver algunos de sus vídeos. Su elegancia, su técnica… pero lo que yo tengo en mente es la precisión en sus movimientos y su inigualable cadera”. El bailaor gaditano recuerda que lo conoció con diez años, en un curso en el que enseguida se dio cuenta de que no iba a ser normal. “Nos puso a hacer diagonales y deboules, algo poco habitual para los alumnos del superior de Cádiz. Me dijo, ‘¡a ver, renacuajo, tú solo!’ y yo me moría de la vergüenza. Pero lo hizo muy serio y muy profesional… ¡y cualquiera le decía que no al maestro!”
Para Guerrero no hay otras alegrías como las de Mario Maya, una composición que da cuenta de cuál era el grado de excelencia y complejidad que se imponía. Su hija Belén recuerda lo siguiente sobre la pieza: “Cuando le hicimos el homenaje en Jerez, las bailó Manuel Liñán y me explicó que eran complicadísimas por la velocidad y la ligereza, que precisaban una técnica muy elevada, pues apenas se toca el suelo”.
Las aportaciones
Belén es la hija mayor de Maya, la que tuvo con la bailarina Carmen Mora. Su visión de Mario es interesante por dos motivos: una es que aúna lo personal y lo profesional, la otra es que la narra sin cataplasmas. “Lo mío con mi padre fue una guerra”, dice sobre una relación fraguada en los reproches por las ausencias de un progenitor que se separó de su madre cuando ella tenía cinco años y que más tarde se casó con Ovalle, a quien conoció en su México natal a finales de los 70 y con quien tuvo dos hijos, Mario y Ostalinda.
“Era un pack de amor-odio, de abandono por su parte y de mucho resentimiento por la mía. Eso se mezclaba con lo profesional y como buena rebelde, tuvimos grandes brocas porque chocaba con él como padre y como jefe”. Trabajaron juntos varias veces, pero ella siempre acababa yéndose. “Él era muy exigente, muy irónico, tenía una manera muy sutil de comentar las cosas, con mucho humor y eso a veces dolía más que una crítica directa”. La creadora de Los invitados recuerda que su padre tardó mucho en aprobar su trabajo: “Todo eran críticas. Luego supe que eran fruto de querer ayudarme pero a veces los padres no saben comunicarse con los hijos y yo entonces no lo recibía como un apoyo”. Pero nada en lo que dice Belén suena ya a reproche pues como ella afirma, al final, consiguieron perdonarse y aceptarse mutuamente.
Del legado de su padre, destaca varias cosas: su buen oído para la música y para llevarla a escena; lo innovador de sus coreografías o que fuera el primero en poner en movimiento a cantaores y guitarristas. Se puede ver en algunos de los vídeos que circulan de Ay, Jondo, donde todos, incluido él recitan a voz en grito los versos de Juan de Loxa: “¿Qué es lo que hemos hecho? ¿Qué es lo que hemos hecho? Que los gitanitos no tenemos techo”.
El ganador de la Lámpara Minera en 2017, Alfredo Tejada, recuerda bien esa faceta de su maestro: “Mario nos enseñaba a valorar cada movimiento y cada cante y a nivel teatral nos enseñaba a saber estar en un escenario, pisarlo, movernos, sentarnos …”, explica el cantaor, que debutó en el cante para atrás con el bailaor de Granada en el Diálogo del Amargo. Para Belén, hay otra aportación destacable: la manera de trabajar con el cuerpo de baile. “Los empleaba como masa, como fuerza escénica”, cuenta y no hay más que recordar casi cualquiera de los grandes espectáculos estrenados últimamente para darse cuenta de que esa contribución sigue vigente. Desde “El Encuentro” de David Coria, donde los bailaores ejercen de hilo narrativo hasta “Catedral” de Patricia Guerrero, pieza en la que sus compañeras son casi magma que la acompañan en los pasos y acentúan sus estados de ánimo. “A mi padre casi le interesaba más el papel del cuerpo que el del solista”, opina Belén.
El hijo adoptivo
Entre esos solistas, un discípulo que todo el mundo nombra: Israel Galván. “Es uno de sus herederos, perteneciente a ese restringido grupo de artistas iconoclastas que siempre tendrá a Mario Maya como espejo donde mirarse”, opina el periodista y escritor Paco Vargas. En una entrevista para La Alboreá, Maya dijo esto de su alumno sevillano: “Creo que Israel podría ser el mejor bailarín de flamenco que tiene este país, pero ha escogido el riesgo del esquema ritual mágico del creador y de la innovación y ha descuidado la enorme perfección que tenía”.
Había en sus palabras una crítica a los derroteros elegidos por el sevillano y la hacía el mismo artista que había defendido que “el flamenco se está transformando para un público más grande”. En una entrevista concedida al periodista Miguel Mora, Galván le contestó indirectamente: “Mario Maya tiene su propia disciplina y todo lo que se salga de esa estética le choca.”
Galván es el único artista, junto a Belén, que se atrevió a replicarle públicamente. Vargas apunta a ciertos desencuentros con otros compañeros debidos a que Mario era “muy serio en sus planteamientos artísticos, muy exigente consigo mismo y con los demás, perfeccionista y ‘difícil’”. Esa exigencia la refiere también su mujer, que la ejemplifica así: “Lo cuidaba todo al detalle, también su cuerpo, tanto que mi manera de castigarlo cuando nos enfadábamos era comer chocolate delante de él”, cuenta riendo. Las pegas o defectos que otros artistas transmiten a Deflamenco se limitan a pequeñas manías o cierto egoísmo, pero ninguno quiere decirlo abiertamente y todos concluyen en que se lo perdonan porque tuvo más peso lo que les aportó.
“Mario le tenía mucho cariño a Israel y pronto vio sus posibilidades. Hablaba mucho con él, ensayaban cada mañana, le decía que tomara clases de clásico e Israel asistía a las dos, la de avanzados y la de principiantes”, cuenta Ovalle. También Belén Maya coincide en que el sevillano es el artista en el que pueden verse más cosas de su progenitor: “Creó un tipo de bailaor muy personal y eso es un referente también para bailaores como Javier Barón o Manuel Liñán, que no siguen su estética pero sí su ética artística”.
Para Belén, su padre fue “un modelo de intento de coherencia” porque no se atreve a decir que lo consiguiera, entre otras cosas porque “lo hizo en un entorno hostil donde tuvo que luchar muchísimo para ser quien él era”. Así se expresa la hija del maestro apuntando a uno de los temas espinosos que se plantean a la hora de revisar el legado de Mario Maya diez años después de su muerte.
La herencia reivindicativa
“Mario tuvo un impacto en el tema identitario, social y político”, explica Gonzalo Montaño Peña, activista, que sitúa el inicio de lo que llama “orgullo gitano” en Antonio Mairena. “Antes de ellos éramos los desposeídos, los que practicábamos un arte de borrachos”. Para él, Maya es, junto a Lebrijano, uno de los primeros que lleva ese discurso al arte y lo hace político. “Entonces no existían las ONG ni el asociacionismo gitano, que vienen de ese movimiento que iniciaron los intelectuales gitanos en los años 70”, asevera Montaño.
El contexto es importante, por eso añade Vargas que “Maya fue el más rupturista cuando serlo era casi imposible”. Porque si Mario se une al poeta José Heredia para montar Camelamos Naquerar es porque el entorno social y político empieza a ser propicio con un Franco ya agonizante. “También es importante tener en cuenta que él viaja y ve otras maneras de hacer las cosas, no sólo en lo artístico, también en lo social”, dice Montaño. Efectivamente, uno de esos viajes lo hace a Nueva York en 1965, año en el que Estados Unidos aprobó la Ley de derecho al voto, la que prohibió cualquier discriminación contra los afroamericanos frente a las urnas.
Seguro que nada de eso escapó a la mirada, siempre curiosa, de Mario Maya, a quien Mariana recuerda siempre escuchando música, ensayando o leyendo. En la cabecera de su cama, cuenta, estaban las obras completas de Federico García Lorca, pero no sólo de poemas se alimentó el artista: la bailaora Charo Cruz, que se estrenó como profesional bailando en su compañía en el Carnegie Hall, recuerda a Deflamenco que siempre les decía a los más jóvenes que leyeran periódicos y estuvieran informados. “Y algo más que se me quedó grabado: que le encantaría que llegara el día que al gitano no se le tuviera que nombrar como algo aparte y no tener que defenderlo”.
Ese momento no ha llegado. Lo sabe bien su hija Ostalinda: “Mi padre siempre tuvo un sentido de la ética y la justicia muy fuerte. Se refleja en mí y mi carácter y por eso digo que le debo todo”. La joven, abogada y antropóloga, trabaja para Justice Initiatives, una sección de Open Society Foundations, red de entidades creada por George Soros en la que desarrolla programas destinados a combatir la desigualdad y el racismo. “Es obvio que nuestra comunidad se ha desarrollado y que somos la generación mejor educada. Un ejemplo es que acabamos de celebrar en Madrid un encuentro de abogados gitanos de toda Europa, pero es innegable que ha habido un retroceso en igualdad”.
Ostalinda recuerda que su padre iba a sus conferencias y era el primero en llegar y siempre aportaba algo. También le decía que estudiara, que se formara, que siendo mujer iba a tener que demostrar más que un hombre. Ostalinda se emociona al recordarlo pero se recompone y dice: “Mi padre estaba orgulloso de ser gitano y reclamaba con contundencia derechos para su gente, pero no aceptaba victimismos”. Eso, según su viuda, le costó a su marido quedarse en un limbo: “Para los gitanos era un gitano muy raro y para los demás no era payo”.
Arte gitano y arte comprometido
Belén traslada esa cuestión al arte y asegura que su padre era gitano, pero su baile no. “Le costó muchas broncas hacer lo que hacía porque representaba un tipo de bailaor muy personal, distinto, que reunía aspectos contradictorios y eso le persiguió toda su carrera”. La heredera reconoce que eso hizo que los suyos lo reconocieran como gitano fuera del escenario, pero no a nivel artístico y profesional. “Cuando llegué a Sevilla a trabajar en el tablao Los Gallos, las hijas de Farruco querían pelearse conmigo diciendo que mi padre no bailaba gitano”.
La bailaora afirma que para Maya no era incompatible ser gitano y ser refinado culturalmente, pero el exterior le demandaba que fuera calé de otro modo, algo que Vargas recuerda así: “A mí –decía cuando estaba comedido- me interesa que los bailaores no sólo zapateen, sino que tengan la preparación y el bagaje cultural para, además de ser bailaores, ser artistas en un sentido más amplio».
Montaño reconoce que muchos gitanos lo tienen presente pero pocos han seguido su ejemplo de llevar el compromiso político al flamenco. Cita a José Valencia como un ejemplo de cantaor, a Belén en el baile por piezas como Romnia y a Galván por Lo Real, donde narraba el holocausto nazi contra los gitanos. Pero Belén añade: “Quienes siguen sus aportaciones artísticas son gente como Carrasco y Galván, a quienes no considero exponentes del arte gitano”. En este sentido, Belén aporta la siguiente información: “Casi siempre llevaba cantaores gitanos pero no bailaores porque decía que muchos aún creían que el talento y el arte estaban reñido con la disciplina, algo que para él era innegociable”, dice sobre un hombre que un día declaró que tenía más amigos entre los poetas que entre los bailarines.
Para Belén, la lucha que libró su padre entre lo que quería ser y lo que imperaba en su entorno, se parece a la de las mujeres, “a quienes todo el mundo dice como tienen que comportarse y expresarse sobre un escenario”.
Maya y los políticos
Los más allegados reconocen que esa dualidad puede tener algo que ver en la falta de reconocimiento que todos señalan. “Mi padre estaba muy avanzado, trascendía su etnia y era completísimo”, opina Ostalinda, que considera que no se le recuerda como merece. Su viuda, al frente de la Fundación Mario Maya, reconoce que es difícil organizar actos en su recuerdo sin apoyo: “La fundación soy yo sola. Lo último que hice fue una exposición que acabó en enero en la corrala de Santiago de Granada”, se lamenta en el décimo aniversario del fallecimiento de su marido.
Todos los entrevistados coinciden en que mientras estuvo activo, el agradecimiento fue general y prueba son los muchos premios que recibió: el de la Cátedra de Flamencología de Jerez, el Nacional de Córdoba, la Medalla de Plata de Andalucía o el Premio Nacional de Danza, que obtuvo en 1992. “Sin embargo, tras las decepciones que sufrió después de crear la Compañía Andaluza de Danza, hoy Ballet Flamenco de Andalucía, y con el Centro Cultural Flamenco La Chumbera, hoy un teatro municipal para turistas, su relación con los políticos casi dejó de existir y se enfrentó a ellos dejando claro que ni sabían ni les interesaba el arte flamenco”, explica Vargas que añade que los políticos ni olvidan ni perdonan a quien les dice la verdad. “Granada lo tiene casi olvidado. Y en Sevilla se acuerdan poco de él y de sus sueños”, dice con pesar el escritor.
En esa idea de hombre insobornable incide su hija mayor: “Que le dieran la Compañía Andaluza fue un gran triunfo aunque le habría gustado dirigir también el Ballet Nacional, pero no era una persona que se callase, decía lo que pensaba y era poco de hacerle la pelota a los políticos”.
El reconocimiento
Hay estrellas que nacen, brillan y desaparecen pero no es el caso de Maya, a quien todos los que trabajaron con él consideran un referente. En el flamenco, las palabras se emplean a veces con ligereza y “maestro” se aplica a veces a gentes que lucieron mucho pero no dejaron ni un discípulo, condición indispensable para serlo. No es el caso de Mario Maya, cuyos pies se mueven aún en los pies de otros y sus aportaciones se estudian porque están vigentes. “Yo me acuerdo mucho de él en mis procesos creativos”, dice Bayón, que cree que habría que prestarle más atención a su legado porque es “un personaje con mucho peso en la historia del flamenco,”.
Junto a ella, Rafaela Carrasco imparte la asignatura “Análisis del repertorio del baile flamenco” en el Conservatorio María de Ávila de Madrid. “Y ahí números emblemáticos de maestros imprescindibles. Uno de ellos es Mario, de quien trabajamos su cantiña, visionamos varias partes de sus obras y así mostramos a los nuevos bailarines su obra y su trabajo”, explica la bailaora. Para esta creadora tampoco ha habido un reconocimiento institucional a la altura de lo que hizo Maya, y alerta, como Belén, de que los más jóvenes no están suficientemente familiarizados con su figura.
La nula formación en danza que se da en las escuelas, institutos o universidades no especializados contribuye también a ese desconocimiento. Sólo los que aparecen en medios de comunicación no especializados aspiran a la eternidad. “Gades es mucho más conocido y creo que no debería ser así porque los dos fueron muy importantes”, dice Belén, que cree que su padre se sintió a veces un poco frustrado. “La popularidad es la máscara barata de la fama”, dejó dicho él quizás algo disconforme con el trato recibido. Ovalle cuenta que a ella le hacía sufrir que no le prestaran más atención. “Él sabía que yo lo pasaba mal con eso, pero una de las últimas cosas que me dijo fue que sí, que le habría gustado hacer más cosas, pero que había sido muy feliz con las que hizo”.
La mexicana explica que, al contrario de lo que se dijo, Mario no padeció una larga enfermedad pues le diagnosticaron un cáncer el 8 de septiembre y murió el 27. Estaba finalizando la Bienal de Sevilla de 2008, el mismo evento en el que recogió su “Giraldillo al Baile” en 1982 y el mismo que en este décimo aniversario de su muerte su muerte no le ha dedicado ni una charla, ni un show, ni una exposición. “Intenté ponerme en contacto con la organización hace unos meses pero sin éxito”, dice la viuda.
En aquella entrega de premios hay un vídeo de muy mala calidad que pueden ver en Youtube. En él se ven muchas de las cosas que han narrado aquí los que le conocieron: rasgos de carácter, físicos, éticos y artísticos. También apreciarán la ligereza a la que aludió Manuel Liñán; la cadera que recuerda Eduardo Guerrero y la finura y precisión de movimientos, tanto de pierna como de brazo, que le llevó a Israel Galván a hacer la descripción más corta pero más elocuente de Mario Maya. “Tiene la habilidad de ser hombre y mujer a la vez sin dejar de ser gitano”, dijo el heredero aunando en pocas palabras algunas de las contradicciones que su mentor volvió virtud.
Fotografías cedidas por la Fundación Mario Maya