Brook Zern
Diego Un ensayo de Brook Zern sobre el guitarrista Diego del Gastor en el cuadragésimo aniversario de su desaparición
Hace diez años, escribí este ensayo sobre el guitarrista Diego del Gastor que había falleció en 1973. Yo era uno de los numerosos extranjeros, en su mayoría norteamericanos, que habían estudiado con él durante la década final de su vida. Quería explicar y justificar la admiración y hasta el amor que sentíamos para el hombre y su arte – una altísima valoración que no fue compartida por la mayoría de los artistas, autoridades y expertos españoles que sabían mucho más que nosotros.
Hoy, parece que la situación ha cambiado. En el año 2008, el centenario del nacimiento de Diego fue marcado por muchos acontecimientos, artículos y elogios institucionales, además de los primeros discos oficiales que documentaban una pequeña parte de su arte y su larguísima trayectoria profesional. Por otra parte, el enorme e inesperado éxito del grupo instrumental Son de la Frontera, y su sucesor, SonAires de la Frontera, fue debido en parte a las falsetas pegadizas de Diego – creaciones personales que sus discípulos habíamos atesorado durante tantos años, sin imaginar la popularidad tan grande que alcanzaría entre un futuro publico nacido después de su muerte.
Sin embargo, la figura de Diego y el valor de su arte son controvertidos. El magnífico artista y suprema figura Paco de Lucía ha, efectivamente, aniquilado la viabilidad de la guitarra flamenca de antaño, subsumiendo el instrumento en un conjunto basado en los grupos de jazz, y una música inspirada sobre todo en la armonía – considerada por Paco el elemento crucial que faltaba en el flamenco, antes de la revolución que él mismo provocó.
Para mí, y muchos otros extranjeros nacidos en una cultura occidental donde reina la armonía musical, la gloria de la tradición flamenca fue precisamente la falta de armonía – o sea, la centralidad de melodía monódica que daba al flamenco su aspecto exótico y oriental, tan único y tan evocativo de los misterios de la España de leyenda).
Diego: el guitarrista flamenco gitano de Morón de la Frontera, murió hace treinta años, el 7 de Julio de 1972. Antes de su muerte, ya había un serio desacuerdo sobre sus méritos artísticos – un debate que ha intensificado en años recientes. Se centra en parte en el hecho de que muchos extranjeros admiraban – bueno, admirábamos – y muchísimo, a este hombre y su toque, y efectivamente su fama fue mayor fuera que dentro de España.
El debate sobre la dimensión de Diego del Gastor como guitarrista debe ser visto por un filtro muy específico.
Claro, hay otros ejemplos de guitarristas cuyas historias y fama se centraban en tierras del ultramar. Carlos Montoya, sobrino del inmortal Ramón, salió de España para Nueva York, y su estilo acogedor e idiosincrático conquistó a un público enorme en los EEUU y otros países, en una época en que el concepto del solista de flamenco simplemente no existía en España.
El joven Sabicas también viajó al nuevo mundo, estableciéndose en Nueva York, donde su magnífico toque virtuoso se ganó a una afición más extensa y respetuosa que aquella de su propio país. Otro virtuoso excelente, Mario Escudero, también encontró el éxito cuando se trasladó desde España a la Gran Manzana.
Juan Serrano salió para Norteamérica como el “protégé” del popular cantante de música folklórica Theodore Bikel, y tuvo una carrera notable. Y el extravagante guitarrista gitano francés, Manitas de Plata, convenció a los americanos a pesar de sus defectos evidentes como artista.
Fuera de España su fama adquirió un “mystique” tan poderoso que algunos norteamericanos, y otros aficionados no españoles, hacían el peregrinaje a Morón para buscarlo y aprender directamente de la fuente.
Pero el caso de Diego del Gastor fue muy diferente. No era un “showman”, ni un virtuoso, y no tenía ganas de ser solista ni concertista, ni famoso siquiera. Se ganaba la vida trabajando con cantaores que venían a su pueblo de Morón, o viajando a otros pueblos cercanos para acompañarles.
Sin embargo, fuera de España su fama adquirió un “mystique” tan poderoso que algunos norteamericanos, y otros aficionados no españoles, hacían el peregrinaje a Morón para buscarlo y aprender directamente de la fuente.
Una gran parte de su fama – aunque no toda – fue debida a los libros de Don Pohren, sobresaliente flamencólogo cuyo primer libro, “El Arte de Flamenco”, fue publicado en 1962. En este época, cuando había poca información fiable sobre el tema, Pohren ofreció sus conocimientos además de análisis basado en una investigación a fondo y una extensa convivencia.
Pohren habló con admiración de la figura prácticamente desconocida de Diego del Gastor, que tenía un don casi mágico para comunicar la enorme amplitud emotiva del flamenco – el dolor y la angustia, la alegría y el optimismo – a través de su guitarra.
Antes de los libros de Pohren, yo y algunos otros norteamericanos ya habíamos aprendido algo sobre el toque de Diego, gracias a dos jóvenes tocaores estadounidenses, Chris Carnes y David Serva, que habían estudiado extensamente con él.
Y luego, más extranjeros fueron a Morón. Pocos años después, Pohren compró la Finca Espartero, un tipo de hacienda cerca del pueblo, abriéndola a huéspedes como una nueva manera de encontrar y experimentar el flamenco serio. Al poco rato, visitantes iban llegando continuamente de muchos países para escuchar el flamenco – y el toque de Diego de Gastor – en Morón.
Creíamos ser enormemente privilegiados por haber encontrado este lugar, y a este hombre, y esta música mágica
Para la mayoría de esos extranjeros, la tendencia general era la de aceptar el concepto general de la grandeza del arte de Diego sin reservas. Creíamos ser enormemente privilegiados por haber encontrado este lugar, y a este hombre, y esta música mágica. Y que algún día todo aquello sería leyenda. Y que habría reconocimiento universal de la importancia de ese momento especial en la historia del flamenco.
Pero las grandes historias de amor rara vez son tan sencillas. Siempre hay complicaciones.
Diego del Gastor nunca tuvo que pasar por el aro por el que un guitarrista normalmente tenía que pasar para obtener el pleno reconocimiento del mundo flamenco. Nunca había dedicado su vida a la rutina de viajar a los centros claves del arte. Como joven, en la época de la ópera flamenca, nunca se unió a los espectáculos itinerantes que llevaban el flamenco a los teatros y plazas de toros de España entera. (Pues sí, parece que brevemente fue contratado para acompañar al importantísimo cantaor Manuel Vallejo, pero a Diego no le gustaron las limitaciones impuestas a su toque, y pronto se despidió de la compañía).
Después, no trabajó en los tablaos que aportaron ingresos a tantísimos profesionales de esta época. Y nunca formó pareja profesional con un cantaor específico para hacer un circuito de actuaciones que hubiera podido garantizar una fuente fiable de ingresos.
Efectivamente, Diego decidió quedarse en casa. No literalmente, claro – la guitarra flamenca era su profesión, y de vez en cuando iba a Sevilla o a varios pueblos cercanos para acompañar a cantaores. Sin embargo, muchos artistas flamencos nunca vieron ni escucharon a Diego, y no tuvieron la oportunidad de evaluar su toque en directo.
Cuando le fue ofrecida la extraordinaria oportunidad de grabar un disco serio para una empresa, la prestigiosa casa Philips, la rechazó.
De otras maneras también, Diego rehusó hacer lo que todos esperaban de él. No pasaba horas y horas en las oficinas de los promotores o empresarios, esperando la oportunidad de conseguir trabajo, como hacían tantísimos gigantes del arte flamenco de la época. Nunca se esforzó en cultivar el favor de otros artistas que quizás hubieran podido garantizar su fama. Se negó a acompañar a cantaores cuando no admiraba algún aspecto de su arte o carácter– hasta al mismo Antonio Mairena, considerado el cantaor más grande de su época. Y cuando le fue ofrecida la extraordinaria oportunidad de grabar un disco serio para una empresa, la prestigiosa casa Philips, la rechazó.
O sea, hizo solamente lo que quería hacer, y pagó el precio de buena gana – viviendo casi en la miseria durante la mayor parte de su vida. Sencillamente, Diego del Gastor quería ganarse el pan acompañando a grandes cantaores. Y en esto, tuvo éxito.
Hoy nos cuelga en el aire una pregunta interesante y quizás sorprendente: ¿valía algo?
Frecuentemente acompañaba a Manolito de la María, maestro supremo del gran estilo de las soleares llamado “de Alcalá”. Frecuentemente acompañaba a Juan Talega, encarnación viva de las formas gitanas más jondas de las siguiriyas y las soleares, además de los profundos estilos de martinetes cantados a palo seco, o sin guitarra. A menudo acompañaba a Fernanda de Utrera, la cantaora más grande del último medio siglo y la quinta esencia de la gran soleá de la Serneta. Frecuentemente acompañaba a su cuñado Joselero de Morón, intérprete notable de soleares, tangos y bulerias. Acompañaba con frecuencia a Fernandillo de Morón, un intérprete destacable de las bulerías más festeras. A veces acompañaba al Perrate de Utrera, un maestro del cante serio, y La Perrata de Utrera, repositorio del flamenco serio y bulerías brillantes; y Juan el Lebrijano, uno de los poquísimos intérpretes gitanos soberbios de gran número de palos flamenco; y Anzonini, un maestro del baile y cante rancio. También acompañó a decenas, quizás cientos de otros a lo largo de su vida, incluyendo al cantaor más grande de España, El Chocolate.
Y sin embargo, hoy nos cuelga en el aire una pregunta interesante y quizás sorprendente: ¿valía algo?
Hasta antes de la muerte de Diego del Gastor, y seguramente después, hemos visto una reacción a veces negativa frente al concepto de que el moronense pudiera reivindicar un lugar de importancia entre los grandes.
En 1965, pregunté al guitarrista Pepe Martínez, conocido concertista y acompañante, su opinión en cuanto a Diego: “Un primitivo que vive en las montañas,” me dijo.
Su actitud desdeñosa fue comprensible. Pepe era discípulo directo del gran Ramón Montoya, el gitano virtuoso de Madrid que casi estableció la guitarra flamenca como instrumento musical con entidad propia, admirado como acompañante y ocasionalmente como pionero de la guitarra flamenca solista.
Enormemente impactante y atractivo para algunos, pero para otros, al parecer, mal encaminado.
La estética del arte de Ramón estaba en su búsqueda de la dulzura, de un tipo de belleza que un músico clásico podría entender sin esfuerzo. Los hitos de su arte exploraban el alcance lírico de las bellísimas tarantas, el cautivador chorrito de sonido de las granaínas, la majestad tonal de su gran rondeña instrumental – todos ellos tocados sin ritmo definido, en lugar del sistema métrico llamado compás que define la mayoría de las formas flamencas. Y esta misma búsqueda de la belleza y la elegancia refinadas, también impregnaba el gran trabajo de Ramón en las formas mas estremecedoras e hirientes como las soleares y las siguiriyas.
Además, el dominio de Ramón dependía de una extensa variedad de técnicas, muchas derivadas de la guitarra clásica. Por ejemplo, empleaba el bonito trémolo y también las fluidas técnicas de arpegio de la mano derecha.
E igual que un músico clásico, hizo uso del diapasón entero del instrumento para extraer una amplitud melódica relativamente completa. Aunque su música en sus mejores momentos era verdaderamente bello, en otros instantes no era más que bonita – aspecto no necesariamente ideal para un estilo flamenco que deriva su poder de una intensidad primitiva y original.
Diego del Gastor se acercaba al toque de una manera muy diferente, influido por un estilo alternativo que debió su poder expresivo al guitarrista jerezano Javier Molina, y también fue influido por un guitarrista de Morón llamado Pepe Naranjo. Diego buscaba un sonido diferente y directo que resultó enormemente impactante y atractivo para algunos, pero para otros, al parecer, mal encaminado.
Técnicamente, aunque Diego aprendió algunas piezas clásicas para guitarra y empleaba algunos mecanismos clásicos, su mejor toque empleaba secuencias melódicas tocadas con el pulgar en los bordones, y en las posiciones básicas o fundamentales del diapasón, con un aire más antiguo y aparente sencillez.
Esto, combinado con un picado fuerte y la ejecución poderosa del rasgueado, formaba la columna vertebral de su arte.
Y – ¡ojo! – Diego no tocaba la mayor parte del repertorio del flamenco. De hecho, dedicó su vida artística por completo a solamente tres de las más de cincuenta formas distintas de flamenco. Trabajaba en el desafío de tocar siguiriyas, soleares y bulerias. Para cada uno de esos palos, construyó un sonido, una pulsación y un empuje rítmico absolutamente distinto e inmediatamente reconocible – a la vez que se hizo exasperantemente difícil de duplicar – y todo esto dentro del siempre obligatorio compás. Esta es la calidad atesorada dentro de los círculos flamencos como el “sello propio e inconfundible”.
Volcaba su poderío y maestría total en las tres formas que mas amaba.
Como profesional, claro, Diego tenía que acompañar casi todo en un momento u otro. Y dedicó algún esfuerzo a varias formas, inventando algunas destacables creaciones musicales para las alegrías, tangos, tarantas y granaínas entre otras. Pero Diego siempre tenía el control de su vida creativa en un grado casi total, y le atraían los artistas que compartieron sus preferencias o querencias. Volcaba su poderío y maestría total en las tres formas que mas amaba.
Y así parece que el debate sobre la dimensión de Diego del Gastor como guitarrista debe ser visto por un filtro muy específico. Él nunca se esforzó en justificarse, no empleaba todo el registro armónico o melódico de su instrumento, no dio ninguna importancia a algunas técnicas fundamentales, no era virtuoso ni concertista, y no quería tocar la mayoría del repertorio de su instrumento escogido. Según parece, no queda mucho para alabar.
Pero algo sí que queda: el reto de hacer justicia con las formas más exigentes del flamenco, tocando precisamente las notas y acordes correctos de la manera precisamente correcta.
¿Hizo eso Diego del Gastor? Yo pienso que sí. Pero como extranjero , siempre me resulta difícil confiar en mi propia valoración de los artistas flamencos.
Sin embargo, ya que en eso estamos, opino que su soleá es la mejor que he escuchado. Después de cuarenta años, todavía me siento privilegiado al intentar tocarla – igual que las grandes soleares de Niño Ricardo y Melchor de Marchena. Y creo que las siguiriyas de Diego están casi a la altura de la obra maestra de Melchor, y aún mejores que las de Ricardo o Paco de Lucía o Perico del Lunar. Y creo que las bulerias de Diego del Gastor son absolutamente únicas, y probablemente incomparables – aunque amo las de Sabicas y Morao y Paco Cepero y Paco de Lucía.
La guitarra flamenca en sí nunca ha sido valorada debidamente en España
Se notará, claro, que estas opiniones son fundamentalmente guitarracéntricas. E incluso si fueran acertadas, no responden a la pregunta central. La verdad es que la guitarra flamenca en sí nunca ha sido valorada debidamente en España. Se considera muy guay si un guitarrista puede tocar material entretenido de manera convincente pero, en círculos flamencos, un tocaor se valora en función de su capacidad para acompañar cantaores serios.
Me resultó desconcertante descubrir el que algunos artistas entendidos pensaban que Diego del Gastor no era buen acompañante.
El tono general de esta actitud crítica se refiere a un aspecto bastante evidente, al menos retrospectivamente. El acompañante ideal, según muchos aficionados y artistas, debe ser casi invisible. Está allí solamente para apoyar al cantaor, y esto quiere decir que nunca debe llamar la atención hacia él mismo. Debe tocar sus falsetas cuando es evidente que el cantaor está entre verso y verso reuniendo recursos para el próximo cante. Nunca debe hacer nada que se pueda percibir como entrometido, o que constituya una distracción para el cantaor. Las falsetas siempre deben ser breves, adornando la actuación sin distraer al público.
Bueno. Escuché a Diego acompañar a muchos cantaores, y únicamente se comportaba así cuando al cantaor la faltaba experiencia o talento.
Cuando el cantaor – o la cantaora – era un maestro de verdad, Diego del Gastor podría ser firme y enérgico de una manera fuera de lo común. En tales circunstancias, a menudo quebrantaba las reglas. Su actitud era evidente: entregándose totalmente, podría inspirar a un gran cantaor a rebuscarse interiormente. Siempre era claro que había dos artistas excepcionales trabajando juntos, colaborando. Había un diálogo, un intercambio, una serie de desafíos y conflictos y resoluciones gloriosas.
Dos artistas excepcionales trabajando juntos, colaborando…un diálogo, un intercambio, una serie de desafíos y conflictos y resoluciones gloriosas.
Ver a Diego del Gastor acompañar a Fernanda de Utrera toda una noche entera – hora tras hora dedicado casi exclusivamente a solamente un estilo, la soleá, y con Diego concentrado en muy poco de su arsenal de más de cien falsetas personalísimas, era gozar de dos intérpretes en la cima de su arte, unido y enlazados en una relación simbiótica que llevaba a los dos hacia la máxima intensidad creativa.
El mismo fenómeno se hizo evidente cuando vi a Diego acompañar a Juan Talega, pero la situación y el aire fueron totalmente distintos. Talega ya era anciano, y Diego nunca le empujaba. Al contrario, estableció un vínculo de conversación musical con el cantaor. Nunca se quedaba a la sombra de ningún cantaor como correspondería a un guitarrista más joven, pero tampoco imponía su voluntad al veterano, sino que lograba que estos viejos leones se entregaran al máximo con sus facultades disminuidas.
Con Joselero, Diego mostraba otra manera de apoyar a un artista. Los dos eran amigos íntimos con una convivencia casi total, además de cuñados, y así la situación era única. Joselero era un artista muy respetado, pero nunca fue candidato a la inmortalidad; reconoció que Diego estaba muy por encima de él, y que estaba emparejado con un artista que ocupaba otro nivel de grandeza. En esta situación, Diego a veces asumía el protagonismo, reconociendo que este cantaor se sentía feliz y hasta privilegiado al compartir el momento con un tocaor tan asombroso. El resultado artístico fue poco ortodoxo, fuera de lo común, pero sacó lo mejor que pudo de las circunstancias.
Había algunos artistas flamencos que tuvieron graves dudas en cuanto a Diego del Gastor.
Es cierto que había algunos artistas flamencos que tuvieron graves dudas en cuanto a Diego del Gastor. A veces, este hecho se ha convertido en una evaluación negativa casi unánime. Yo descarto esto – no solamente porque la unanimidad es algo poco corriente entre los artistas flamencos, sino también porque he escuchado a Juan Talega y Manolito de la María y Juan el Lebrijano y Ansonini hablar con gran admiración de la maestría de Diego como acompañante.
También he escuchado a Fernanda de Utrera valorar muy positivamente a Diego como persona, guitarrista y acompañante. Creo yo que había posiblemente alguna ambivalencia sobre este ultimo aspecto de su arte durante varias épocas de su carrera, en parte porque a veces parecía lamentar que las incontables horas cantando en fiestas íntimas con Diego llegaron a costarle la voz. (Se puede escuchar esta fabulosa voz, agotada pero todavía con ecos de grandeza, en los últimos momentos de su actuación en la película “Flamenco” de Carlos Saura).
Creo que Bernarda de Utrera, la hermana de Fernanda, valora negativamente a Diego, lo cual me parece lamentable. Pero para mí, la esencia de la relación entre Fernanda y Diego se veía más en sus ojos cuando trabajaban juntos – la adoración era evidente – y también en el susurrado comentario de Fernanda mientras él tocaba: “Ni Beethoven ni sus muertos”. Es una frase que tiene difícil interpretación, pero que viene a ser “Eres mejor que Beethoven y su familia entera”.
También me pareció interesante el comentario de un respetado guitarrista americano de que Camarón estaba fascinado con una grabación del toque de Diego, y hablaba del guitarrista con gran admiración.
Y me gustó mucho que El Chocolate, ofreciendo sus recuerdos sobre sus setenta años como cantaor, destacó una noche con Diego del Gastor y Niño Ricardo – otro artista que ha valorado muy positivamente el arte de Diego – como uno de los momentos cumbres de su vida.
Hablando de guitarristas, puedo añadir que Sabicas estuvo siempre muy interesado en el toque de Diego del Gastor, que al parecer le gustaba mucho. Muchas veces en Nueva York, Sabicas y su hermano pondrían una guitarra en mis manos y pedirían que tocara unas falsetas de Diego. Aunque yo nunca podría hacer justicia a esa música, ellos evidentemente perdonaban la falta de nivel y siempre se quedaban fascinados por el estilo peculiar de Diego. Circulaba incluso la historia de que Sabicas habló con Diego sobre la posibilidad de grabar algo juntos, aunque no puedo imaginar el resultado de combinar dos estilos tan diferentes y casi opuestos, y parece que nunca llegó a hacerse.
Sin embargo, es la opinión de Paco de Lucía la que tal vez tendrá la mayor influencia en la evaluación de Diego del Gastor en el futuro. Y Paco, quien ya ha asegurado su puesto en la historia como el guitarrista más grande que ha visto el arte, no parece muy convencido con Diego del Gastor. En unos comentarios que ha contribuido a un libro reciente sobre la guitarra flamenca de Morón de la Frontera, Paco dice básicamente que aunque el hombre tenía una manera notable de tocar música sencilla de una manera que puede conmover, le pareció muy excesivo el fenómeno dieguista. Quedó claro que consideraba que la fama de Diego era el resultado de una combinación de márqueting por parte de Don Pohren, y la época de los “hippies” de los años sesenta que exageraban su reputación.
Es la opinión de Paco de Lucía la que tal vez tendrá la mayor influencia en la evaluación de Diego del Gastor en el futuro.
Hay varias maneras de acercarse a este punto de vista, que no es sólo de Paco de Lucía. Para empezar, parece desconfiar de la opinión de la afición extranjera, dando por sentado que nuestro gusto colectivo no vale mucho. (Efectivamente, entiendo bien tal actitud – no me fío de ningún músico que sea más admirado por los de fuera que los de dentro de la tradición). Además, sospecho que a Paco posiblemente le molestaba la insistencia de muchos norteamericanos, hablándole a él con tanto entusiasmo sobre Diego, presumiendo de haber reconocido a un gran artista que había sido injustamente ninguneado por la comunidad flamenca de España.
Finalmente, y suponiendo que Paco haya escuchado algunas grabaciones privadas que revelan el toque de Diego en sus mejores momentos, sospecho que Paco sencillamente no se identifica con esta manera “retro” de tocar. El estilo de Diego parece representar todo lo que el genio particular de Paco había aniquilado – una abanico de acordes muy restringido y un registro melódico limitado, un compás contundente en lugar de contratiempos complejos, y el rechazo de las influencias ajenas derivadas de otros géneros musicales.
Paco de Lucía ha aprovechado al máximo los aspectos del flamenco que proceden del occidente, o sea, de Europa y América, basando sus creaciones en armonías fundamentales para generar un estilo rico, suntuoso y memorable con un feeling claramente flamenco. Diego, en cambio, buscaba el poderío en el aspecto más oriental de la guitarra flamenca, con un enfoque especial en líneas melódicas descendentes. Siempre me fascinaba, puesto que veo la escala flamenca como una caída hacia la tónica o el tono fundamental. A veces le pedía que me mostrara cosas que sonaran esencialmente árabes o moras; él insistía en que desde su perspectiva, no sonaban moras sino gitanas. En cualquier caso, me encantaba aprenderlas.
Es injusto descartar a Diego del Gastor como producto de un grupo de hippies chiflados medio drogados que seguían una moda pasajera.
Aparte de tantos puntos específicos, creo que es injusto descartar a Diego del Gastor como producto de un grupo de hippies chiflados medio drogados que seguían una moda pasajera.
Por si viene al cuento, yo estaba totalmente sobrio durante todos los años que pasé en Morón y sus alrededores, incluido el breve periodo cuando venían algunos hippies de verdad que no podían aguantar el aburrimiento. Opino que Paco disminuye la memoria de este hombre y su arte por evaluarle exclusivamente desde el contexto de un momento puntual de su vida, y porque gustaba a los extranjeros – cosa que, como la fama en general, nunca buscaba.
También se escucha el argumento de que Diego no era artista verdaderamente especial, y que en muchos otros pueblos de Andalucía había artistas de habilidades iguales o parecidas, pero que nunca fueron reconocidos.
Ojalá que fuese el caso. Yo pasé muchos meses en muchos pueblos, buscando tales guitarristas extraordinarios. Pero ninguno de ellos eran ni remotamente comparable a Diego del Gastor, con su evidentemente inagotable caudal de música y su hondura expresiva.
Una nota final sobre la opinión de Paco de Lucía sobre Diego: parece que no reitera la queja frecuente de que se imponía excesivamente en su manera de acompañar. Y no es de sorprender, puesto que Paco de Lucía en su trabajo monumental con Camarón era una presencia palpable. En efecto, el papel de Paco era tan intensivamente notable – hasta intrusivo en un sentido positivo – que fue anunciado en las carátulas de las grabaciones, no como “guitarrista” ni “acompañante” sino, en mayúsculas, como “colaboración especial”.
Exactamente. Paco y Camarón colaboraron para hacer su declaración esencial sobre el futuro del flamenco. Sus contribuciones como co-protagonistas definieron el arte que emergió. Se animaron mutuamente a alcanzar las alturas más sorprendentes. Si Paco se hubiera conformado con el papel tradicional exigido del guitarrista – o sea, que hubiera quedado el acompañante casi invisible frente al cante de Camarón, sin lucirse con sus increíbles falsetas que eran teóricamente demasiado largas – el mundo flamenco se hubiera perdido algo verdaderamente maravilloso.
Afortunadamente, Paco sabía cuando quebrantar las reglas. Y es cierto que tenía el talento para justificar este paso tan radical.
Pues yo creo que Diego del Gastor hacía esencialmente lo mismo cuando trabajaba – o mejor, colaboraba – con cantaores grandes en los años pre-Paco. El contexto era diferente, naturalmente – no había ninguna intención de generar una revolución, solamente obtener el máximo impacto artístico; pero el resultado me parece casi igual de impresionante.
Existen muchísimas grabaciones en directo de Diego del Gastor en sus mejores momentos, acompañando a grandes cantaores y tocando en solitario. Casi todas son grabaciones privadas que, por una razón u otra, no han sido publicadas adecuadamente. Estoy convencido de que el día llegará cuando se den a conocer, y será posible que el mundo haga una evaluación definitiva de su arte.
Por ahora, tendremos que conformarnos con las pocas grabaciones sueltas que circulan, y también las filmaciones de Diego acompañando a Fernanda y Bernarda de Utrera, Perrate de Utrera y Joselero además de su trabajo como solista – todo publicado como parte de la gran serie “Rito y Geografía del Flamenco”.
Algunos artistas que tienen dudas serias sobre el arte de Diego, no las tienen sobre Paco del Gastor
También se pueden saborear aspectos del estilo de Diego del Gastor al escuchar el toque de sus sobrinos, aunque ninguno de ellos suena igual que Diego. Paco del Gastor en particular ha ganado una reputación apreciable en España, y su toque poderoso revela un aspecto del estilo de su tío; en efecto, algunos artistas que tienen dudas serias sobre el arte de Diego, no las tienen sobre Paco del Gastor.
Otras facetas del arte de Diego son evidentes en el toque de sus sobrinos Juan del Gastor, Diego de Morón y Agustín Ríos que reside en California. La guitarra extraordinaria de David Serva ha evolucionado mucho desde que era el discípulo extranjero mas sobresaliente, pero todavía va revelando mucho de la esencia de su inspiración original. Algunos otros extranjeros han captado elementos del estilo peculiar de Diego, notablemente Steve Kahn e Ian Banks.
Hay hasta algunos guitarristas jóvenes españoles que tocan cosas de Diego, a veces con resultados excelentes. Es verdad que no hay muchos, pero dada la revolución empezada por Paco de Lucía – y al que él mismo a veces refiere como el “virus Paco” – esencialmente queda erradicada la memoria de tantos tocaores sobresalientes del pasado, pues, parece que el arte singular de Diego ha sobrevivido relativamente bien.
Su vida era una lección en generosidad de espíritu.
Desde mi punto de vista personal, “yo nunca a mi ley falté” – o sea, he quedado absolutamente convencido de que Diego del Gastor era un gran artista. Era además, a mi juicio, una gran persona. Para mí, su vida era una lección en generosidad de espíritu, en mantener la dignidad frente a enormes dificultades en lograr su independencia personal, que le costó caro, y en compartir felizmente toda la profunda riqueza humana y creativa, y la maestría gloriosa por la que tanto sacrificó.
Creo que el arte de Diego del Gastor, ignorado y menospreciado como fue durante su vida, y cuestionado como ha sido después de su muerte, al final será reconocido por haber enriquecido el mundo del flamenco, y el mundo mucho mas amplio de la música.
Mientras tanto, reconozco sin lugar a dudas que ha enriquecido mi vida enormemente.
Brook Zern in 1968