Un ensayo de Brook Zern en el centenario del guitarrista
“Para miles de aficionados, es la personificación de la guitarra flamenca”– Don Pohren, “Lives and Legends of Flamenco”
Este mes hace un siglo desde el nacimiento de Carlos Montoya en Madrid, el día 7 de diciembre de 1903.
Desde un punto de vista, es una figura singularmente importante en la historia de la guitarra flamenca. Pero desde otra perspectiva es fácil descartarlo como un cero a la izquierda. Lo recuerdo como un hombre diminuto, con largos dedos y uñas que en parte limitaron o definieron su sonido – fuerte pero inseguro de alguna manera, hasta sucio en ocasiones.
No obstante es imposible hacerle caso omiso ya que ha sido, durante varias décadas, el guitarrista flamenco de mayor éxito mundial – si es que el éxito puede medirse en función de simples números y la admiración de la crítica no especializada, una pauta que sigue en pie incluso ahora en el mundo actual. Fue además el primero en basar su carrera en la guitarra flamenca como instrumento de solista.
Son hechos que tuvieron lugar fuera de España principalmente debido a que durante la mayor parte del siglo XX la mera idea de un solista de flamenco parecía el mayor de los disparates en este país. La guitarra flamenca se consideraba rigurosamente una herramienta para acompañar, y aunque alguna que otra pieza instrumental se tolerara como relleno entre los artistas “verdaderos”, el concepto de un concierto o una grabación en solitario fue, en el mejor de los casos, poco práctico, en el peor, absurdo. Vendría a ser un poco como un recital o grabación de blues sin cantante en los Estados Unidos – una demostración sin ton ni son que sólo servía para destacar la ausencia del intérprete principal. La comunidad flamenca española “sabía” que jamás la guitarra se bastaría por sí sola.
Pero Carlos Montoya tenía sus propias ideas. Tenía confianza en sí mismo y creía en la guitarra flamenca. Lideró una lucha histórica para que este espléndido instrumento pudiera brillar con luz propia, y ganó la batalla. Millones de individuos en los Estados Unidos y el hemisferio occidental, y muchos en Europa, tuvieron su primer contacto con el flamenco a través de la guitarra de Carlos Montoya, y a posteriori esto es probablemente su mayor victoria. Al igual que el César, llegó, vio y conquistó – una hazaña que hubiera quedado como singular de no haber sido por los logros paralelos de Andrés Segovia en el mundo de la guitarra clásica.
Pero…
Pero la historia tiene otra cara. En concreto, el hecho de que, a todos los efectos, la música flamenca que tocó Carlos Montoya no estaba a la altura.
Fue el primero en basar su carrera en la guitarra flamenca como instrumento de solista.
Esto se puede explicar de diversas maneras. Quizás el motivo más conmovedor se debe a lo que viene explicado en la carátula de varias de sus grabaciones, que en su juventud fue rechazado como alumno por el mayor genio de la guitarra de su época, el hombre que prácticamente inventó la guitarra flamenca como instrumento hecho y derecho. Este hombre fue su propio tío, el inmortal Ramón Montoya. En los apuntes que acompañan uno de los discos de Carlos Montoya podemos leer: “Carlos tenía que asimilar el hecho de que su tío tenía poco interés, por no decir ninguno, en la habilidad del joven, y el tío expresó su deseo de enseñar a tocar a otro familiar porque no consideraba al joven Carlos capaz de recoger el testigo de su toque
¿Qué habrá visto Ramón Montoya en su sobrino que hizo que quisiera a otro discípulo, como se cuenta en el texto que acompaña el disco? Y de paso ¿quién sería aquel ser afortunado, preferido por Ramón, que después de todo no llegó a ninguna parte por lo que sepamos?
Lo ignoro evidentemente. Pero Carlos Montoya llegaría a declarar que quería que se supiera que “no debió nada” a su ilustre tío – y cuando se escucha su toque la triste verdad de aquella afirmación queda patente. Al rechazar muchos adelantos técnicos del tío, le quedaron pocos recursos a Carlos para alcanzar un nivel de grandeza en la guitarra flamenca.
Pero eso no impidió que lo intentara. Gitano por los cuatro costados, ya tocaba con sólo ocho añitos, habiendo aprendido las primeras notas de su madre “La Tula”, y luego en Madrid del poco conocido “Pepe el Barbero” que después de un año declaró que ya no le quedaba nada que enseñar al joven Carlos. Con catorce años tocaba en los legendarios cafés cantantes para las máximas figuras del cante y baile.
Carlos tenía que asimilar el hecho de que su tío tenía poco interés, por no decir ninguno, en la habilidad del joven
Solicitado para participar en turnés, Carlos aspiraba a más protagonismo de lo que gozaba un tocaor de acompañamiento. Con 42 años dio el primer recital de guitarra, y en cierto modo, nunca retrocedió. Instalándose en Nueva York, llegó a ofrecer cientos de conciertos a nivel internacional y realizar más grabaciones en solitario que cualquier otro guitarrista flamenco. El susodicho texto del disco llega a la conclusión, con júbilo casi indecoroso, “el tío de Carlos Montoya vivió para ver como su sobrino heredó la corona y la alzó a alturas jamás soñadas en su propia época en candelero. En la actualidad Carlos Montoya es el Rey de la Guitarra Flamenca, sin rival ni igual, afirmación que no puede decirse de ningún otro músico hoy en día”.
Ramón Montoya
Parad el carro amigos…contemplemos por un momento los hechos…
Una grabación prototipo entre las docenas de elepés (me constan 48 grabaciones totalmente distintas, sin contar las muchas reediciones) del auge de su carrera alrededor de los años cincuenta nos muestra un núcleo de conocimientos serios, rodeado e incluso inundado por el efectismo. Aunque el sonido en sí no carece de interés – a menudo hay cierta calidad fuerte y metálica – hay una falta de coherencia que va más allá de un toque gitano agradablemente primitivo, que llega a ser molesta. También hay una deficiencia musical o armónica que impide que sus falsetas alcancen la magia de los grandes creadores de la guitarra flamenca. Escribe Don Pohren: “Su forma de tocar a menudo proyecta una dinámica gitana y un duende que no se puede negar, pero de pronto degenera en lo absurdo con algún picado poco apropiado, o un ligado interminable.”
Este efectismo, un término que se refiere al sacrificio de contenido serio con tal de llamar la atención, se notó plenamente en un recital de Montoya de hace muchos años cuando estaba yo sentado justamente detrás de Sabicas y su hermano Diego Castellón. Montoya empezó su arreglo de “Saeta y siguiriya” con dos bordones cruzados que al ser punteados recordó el sonido de un tambor de semana santa.
Bien, el público se volvió loco. Sabicas y su hermano no perdieron detalle, codeándose mutuamente, riéndose, y efectivamente, Sabicas incorporó el truco en el siguiente recital, con el mismo efecto sobre el público. Después llegué a comentarle “¡sorprendente, maestro…ha conseguido que una guitarra Santos Hernández de cinco mil dólares tenga el mismo sonido que un tambor de juguete!”
Nos guste o no, a Montoya hay que reconocerlo por haber sido el primero en experimentar con las fusiones de guitarra flamenca con jazz
Su ligado fue francamente extraordinario. Pero solía abusar de el de modo que su rondeña (que empleaba la melancólica afinación alternativa de su tío, a la vez que evitó sus bellísimas falsetas) cansa el oído y degenera en una ligadura interminable. También solía bajar la tensión de las cuerdas en un semitono o más para que el ligado fuera más fácil, dando un sonido poco brillante en general. Estela ‘Zata’ recuerda como Montoya levantaba su mano derecha durante los ligados largos para señalar el trabajo que desempeñaba la mano izquierda, lo cual exprimía aún más aplausos de su maravillado público.
Yo me crié en Nueva York, tierra adoptiva de Montoya, y mi padre – un holandés de Pennsylvania que poco tenía de español – estudió la guitarra flamenca asiduamente en los años cuarenta y cincuenta. Pero el toque que aprendió, aparte del material más tradicional y estándar, fue aquel de Ramón Montoya o Sabicas, nunca de Carlos Montoya. Cuando tuve edad y empecé a tocar en los años cincuenta, conseguí un montón de material maravilloso – de Ricardo, Melchor, Perico del Lunar, Borrull, Diego del Gastor, Román el Granaíno, Manolo de Huelva (decían) y otros. Pero sólo recuerdo dos falsetas (una por alegrías y otra por siguiriyas, ambas muy rítmicas y bailables) que pudieron atribuirse claramente a Carlos Montoya. Parece obvio que su música no fue apreciada por los guitarristas en USA.
Nos guste o no, a Montoya hay que reconocerlo por haber sido el primero en experimentar con las fusiones de guitarra flamenca con jazz, como por ejemplo en una grabación de 1958 del “St. Louis Blues”, además de “Blues in the Night – My momma done tol’ me”
En su día estas fusiones nos parecían bastante mal concebidas, incluso risibles. Ninguno hubiera podido imaginar que pocas décadas más tarde, Paco de Lucía, el más grande de los tocaores flamencos, estaría en busca de la mezcla idónea de jazz y flamenco, en esta ocasión con un tipo de jazz más avanzado y abstracto en lugar del viejo estilo de New Orleans, y esta vez con el reconocimiento y admiración generalizada de muchos aficionados serios. A mí, todavía no me convence – creo firmemente que este tipo de fusión no puede funcionar porque la música jazz, con su inmensidad ilimitada, podría tragar el flamenco enterito de un trago, sólo para merendar, y sin siquiera eructar.
En resumen, Carlos Montoya no fue merecedor de mucho respeto entre la comunidad seria de flamenco, y solíamos sentir pena de aquellos jóvenes que llegaban a la gran ciudad para estudiar con él y soñaban con llegar a ser sus protegidos, pero Carlos no se inmutó y no es posible pasar por alto su desorbitado impacto.
¿Cómo imaginar que pocas décadas más tarde, Paco de Lucía, el más grande de los tocaores flamencos, estaría en busca de la mezcla idónea de jazz y flamenco?
Entre el público en general su fama crecía sin parar. Su nombre fue sinónimo con la guitarra flamenca, de la misma manera en que los de José Greco o Carmen Amaya lo fueron con el baile. Por descontado Carlos tenía un arma secreta que le ayudó tremendamente en su ambiciosa trayectoria: su esposa la bailaora Sally McLean cuyo nombre artístico fue Trianita. Fue encantadora, cariñosa y totalmente incansable a la hora de promocionar a su marido – a veces hasta extremos hilarantes. Una tarde me encontraba en la pequeña tienda de guitarras de Juan Orozco situada en un primero cuando apareció esta señora en el portal. Adoptó una postura rígida con su espalda a la pared, echó su cabeza hacia atrás y anunció con voz melodramática: “VIENE….¡CARLOS MONTOYA!”
Y venir, vino, escalera arriba, poco a poco, para hablar con Orozco. Por lo visto estaba más que acostumbrado a ser recibido con todo menos una fanfarria de trompeta, por allá donde fuera.
En 1973, en el vigésimo quinto aniversario de su primer recital estadounidense, fui solicitado para hablar brevemente acerca de Carlos Montoya en la presentación de uno de los muchos galardones que recibió, en esta ocasión, el Orden de Mérito Civil (¿o fue la Cruz de Isabel la Católica, o las llaves de la ciudad, o las tres cosas?) Pronuncié algunas palabras halagadoras acerca de como había engrandecido el perfil de la guitarra flamenca generando millones de nuevos admiradores para este gran arte. Pero después Montoya se me acercó y dijo, “No le gusta mucho mi música ¿no es cierto?”
Contesté que había esperado que no se notara demasiado, y dijo “no, no, sus comentarios fueron bastante positivos. Pero está claro que ama la guitarra flamenca, y eso significa que probablemente no le gusta como toco. Pues sólo quiero decirle una cosa: no toco como toco para complacer al público, aunque de hecho, el resultado es ese, en los cinco continentes, y ningún otro tocaor de flamenco logrará llenar el Houston Astrodome como he hecho yo. No, yo toco como toco porque a mi juicio, es así como debe de sonar la guitarra flamenca. Curioso que el público no entendido esté de acuerdo, mientras que los aficionados verdaderos, tan claramente no lo están…pero así es”.
Le dije que muy agradecido por la información. Entonces me hizo una serie de preguntas cuyo objetivo, di por sentado, fue de hacer conversación…acerca de mi cantaor y bailaor predilectos. Pero dijo “ya…tal como pensaba…mi familia”. Y me di cuenta que de hecho, el nombre auténtico del Chocolate era Antonio Núñez Montoya, y del Farruco, Antonio Montoya Flores, e incluso recordé que El Farruco era sobrino nieto (o algo por el estilo) de Ramón Montoya, lo cual lo hacía familia de Carlos también. Lo miré entonces con nuevo respeto.
Entonces le pregunté por su tocaor favorito. “No lo conocería” dijo. “Falleció hace mucho, en un accidente automovilístico”. “¡Currito de la Geroma!” dije, sacando este nombre poco oído de algún recoveco de la mente. Me gusta pensar que Montoya entonces me miró de otra manera también.
Estaba más que acostumbrado a ser recibido con todo menos una fanfarria de trompeta, por allá donde fuera.
En resumen, parece que Carlos Montoya es un caso cerrado – un guitarrista idiosincrático, desorbitadamente sobrevalorado por el público, un poco como pasó con Manitas de Plata. Pero hay otra faceta de Carlos Montoya: fue uno de los mejores en acompañamiento. en sus años formativos acompañó a grandes figuras como La Argentina, La Argentinita, Vicente Escudero, El Estampío, Faíco, Antonio de Bilbao, La Malena o La Macarrona. Sumemos su tiempo con una jovencísima Carmen Amaya y es posiblemente el historial más impresionante que jamás otro guitarrista haya acumulado.
Macandé con Carlos Montoya
Sus primeras grabaciones en Estados Unidos fueron de 78rpm para la discográfica Stinson. En una de ellas acompaña a su mujer bailaora que va explicando todos los pasos, como si realmente fuera posible aprender a bailar y tocar a través de un disco: “Alegrías…cuando escuches tres golpes de pie, es el aviso tradicional para que el tocaor comience una falseta lírica. Entonces, cuatro compases de posturas y un paseo, marcando primero a la izquierda, luego a la derecha y de nuevo a la izquierda. Ahora un paso ralentizado que se llama “escobilla”…”. Aparte de esto, es una actuación sólida de baile, y bien acompañado – o al menos eso parece. (Por descontado, cualquier grabación de baile flamenco difícilmente se distingue de una grabación in situ de un pájaro carpintero en su faena diaria, pero eso es otro tema…).
Más fácil resulta juzgar el acompañamiento al cante de Carlos Montoya, que puede llegar a correctísimo y eficaz. Entre las grabaciones destacan las con Niño de Almadén y Porrina de Badajoz – un acompañamiento sólido, incluso de buen gusto, que anima a los cantaores a entregarse.
Aunque debe de haber tocado para muchos cantaores y grupos serios en sus años mozo en España, sólo nos quedan estas dos grabaciones con cantaores de renombre. Y este interesante aspecto de su trayectoria queda completamente a la sombra de su trabajo en solitario y de concertista que incluso antes de la aparición de la nueva generación de virtuosos, dejó indiferente a la afición.
Poquísimos estudiosos españoles han escrito con seriedad acerca de Carlos Montoya. Ángel Álvarez Caballero dice en el Diccionario Enciclopédico del Flamenco: “En los años cincuenta Montoya ya era un artista consagrado y celebrado, el primero en tocar flamenco en el Village Gate de Nueva York. Su arte evolucionó rápidamente. Sin romper jamás con los fundamentos del flamenco, introdujo elementos de la música folk norteamericana, country y jazz en su repertorio”. Una evaluación bastante suave cuando tenemos en cuenta la condena tajante en el mismo libro de Manitas de Plata, el otro ‘boom’ popular de la guitarra flamenca fuera de España: “Efectismo desvergonzado ajeno a los valores auténticos del flamenco”.
“Yo toco como toco porque a mi juicio, es así como debe de sonar la guitarra flamenca. Curioso que el público no entendido esté de acuerdo, mientras que los aficionados verdaderos, tan claramente no lo están” – Carlos Montoya
Es posible que Carlos Montoya no haya sido tan poca cosa después de todo. Visto como una reliquia de la historia lejana de la guitarra flamenca, su música posee cierto interés intrínseco. No obstante, me cuesta un esfuerzo juzgarlo con ecuanimidad porque tengo mucha afición a la guitarra flamenca de concierto – un ‘defecto’ poco común entre los círculos de aficionados serios donde está pasado de moda y hasta Paco de Lucía se rodea de otros músicos antes de pisar el escenario.
Tengo el recuerdo de estar viendo a Montoya por televisión cuando un aficionado se burló de uno de sus trucos musicales. “¡Oiga Ud. ..un respeto! Este tío es el que introdujo la guitarra flamenca de concierto a millones de personas hace muchos años” protesté.
“Ya….¿y porqué piensas que nadie la soporta hoy en día?” Sin embargo, el impacto de Carlos Montoya, sobretodo fuera de España, fue extraordinario, y como escribe Don Pohren, el más destacado experto norteamericano en la materia: “Para miles de aficionados, es la personificación de la guitarra flamenca”.
Brook Zern en 1968
Fotografía de Macandé con Carlos Montoya, del Diccionario Enciclopédico Ilustrado del Flamenco, de José Blas Vega y Manuel Ríos Ruiz.