Estela Zatania
Una reflexión sobre el mítico cantaor un cuarto de siglo después de su desaparición
El día 2 de julio, 1992, todo era optimismo. El verano apenas había empezado y nos aguardaban sus habituales atractivos de arroces y pescao frito en la playa, el tinto de verano y los festivales de cante que todavía tenían relevancia. Las Olimpiadas del ’92 estaban al caer en Barcelona después de más de siete años de preparación, pero en el telediario, dejaron brevemente de hablar de aquel grandioso acontecimiento deportivo para dar una noticia que sacudió a la afición flamenca y nos dejó sin la voz rozada acaramelada de una de las figuras más carismáticas del cante flamenco de todos los tiempos.
Incluso sabiendo que estaba gravemente enfermo, no te lo esperabas. José Monje Cruz tenía sólo 41 años, y representó para sus coetáneos el renacimiento de un género que había empezado a parecerles excluyente y elitista, cosa de la gente mayor. Antes de Camarón, los cantaores no se vestían de hippie, ni se hacían tatuajes, ni llevaban anillos con símbolos ocultos. Corrían tiempos de dramáticos cambios sociales en todo el mundo, y España se esforzaba para ponerse al día.
“Es un niño con voz de anciano” decían unos, y contestaron otros, “sí, pero…¿es flamenco?”
Luego, la gente cuenta cada cosa… ¿Que “La Leyenda del Tiempo” fue el comienzo de la revolución? En absoluto. Cualquiera que estaba en el flamenco antes de que circulara Camarón, recuerda su sorprendente llegada al mercado discográfico. Había habido anteriores grabaciones menores, pero cuando sale “Al verte las flores lloran” en 1969/70…difícilmente se describe el impacto. Ahora esos primeros discos parecen de lo más convencionales en todos los sentidos…en todo caso fue la guitarra de Paco de Lucía que estaba rompiendo moldes. Pero en boca de todos, en todas las tertulias donde se hablaba de cante, la pregunta que se planteaba y que se debatía obsesivamente fue: ¿es flamenco Camarón?
Esa forma canastera de modular la voz poco tenía que ver con Mairena, Caracol, Terremoto y otros “monstruos” de la época. “Es un niño con voz de anciano” decían unos, y contestaron otros, “sí, pero…¿es flamenco?” La afición estaba dividida, pero no por mucho tiempo. La irresistible forma de cantar del joven Camarón, amparada por la música brillante y fresca de Paco de Lucía, se ganó la admiración de casi todos, y el primer premio en el Festival de Cante Jondo de Mairena de Alcor, representando el visto bueno del maestro Antonio Mairena, lo consolidó como figura del cante en ascenso.
En Madrid en 1971, ya todos hablaban de Camarón. Su carisma, a pesar de ser un joven muy callado, y su personalidad artística darían lugar a multitud de imitadores…y todavía nacen los que seguirán su camino, porque es una moda que no acaba de agotarse.
Recuerdo el día que vi el futuro del flamenco. Clara e inconfundiblemente. El año fue 1976. Entré en el Corte Inglés de la plaza Duque en Sevilla, y como siempre, me dirigí a la sección de discos. Casualmente alcé la vista y vi un gran cartel con la lista de los diez principales de la semana. No me tomé la molestia de leerla, sólo me interesaba el flamenco…pero espera…¿qué es eso de “Rosa María” de Camarón de la Isla? Vaya por dios, han confundido la lista de ventas nacionales con las locales, mira qué… Es cierto que la cancioncita se escuchaba en todos los bares, ferias y discotecas, se tocaba en los coches y la gente la tarareaba: “Rosa María, Rosa María, si tú me quisieras, qué feliz sería”. Sin embargo, no fue más que una canción lite por tangos dedicada a la pareja del cantaor. Comenté a la dependienta que habían cometido un error y colocado el nombre de un cantaor de flamenco en la lista nacional de los diez principales. Fue a preguntar, pero no. No había error. El cante flamenco contemporáneo había irrumpido definitivamente en el mercado de la música pop e inaugurado su reino. No habría regreso.
La gente lo esperaba a la salida del recinto para que tocara a sus bebés, o simplemente para ver de cerca al joven semidiós.
Años más tarde recuerdo los mega conciertos de Camarón que convocaban a la gitanería de la capital y de más lejos. Uno en particular, en el Frontón de Madrid…familias numerosas con neveras y fiambreras, voces y confusión, emociones a flor de piel, gritos de admiración, lágrimas… La gente lo esperaba a la salida del recinto para que tocara a sus bebés, o simplemente para ver de cerca al joven semidiós. En la romería de los Gitanos en Fregenal de la Sierra, recuerdo que el rostro del cantaor adornaba las servilletas y las copas de plástico en las que te servían cerveza y refrescos de los puestos por el camino, y la gente se colgaban medallas de plástico con la semejanza de Camarón.
Recuerdo las cosas sencillas también…como que el cantaor bajaba con frecuencia a las fiestas de Utrera, a menudo limitándose a tocar la guitarra para los demás. Durante el día correría la voz de que “¡esta noche viene José!”, pero en Utrera fue tratado con naturalidad, como el amigo de todos que era, y especialmente allegado a Gaspar, Cuchara y Miguel Vargas “Bambino”.
Más tarde llegaría “La leyenda del tiempo”, y circula el mito de que los aficionados devolvían el disco a las tiendas, porque decían que eso no era flamenco. ¡Qué íbamos a tener dinero los aficionados de la época para adquirir el disco original! Pero sí que circulaba infinidad de copias. Con las ubicuas cassetes de doble pletina, era fácil pausar la grabación para saltar aquellos temas que no nos interesaban, y reenganchar cuando había cante. Sabíamos que Camarón tenía que hacer concesiones, y no se lo reprochábamos. A un dios no se le reprocha nada.
El ascenso y declive de una leyenda. Las últimas imágenes que retiene el ojo de la mente son de aquel concierto en Málaga con Tomatito. Camarón con la americana de color burdeos remangada…enfermo, deteriorado, apenas alcanzando los altos pero intentándolo igualmente, sin rendirse.
En diciembre de este año 2017, José Monje Cruz, “Camarón de la Isla” hubiera cumplido 67 años, una edad todavía propicia para el cante y la creatividad. Imposible saber qué hubiera llegado a aportar, pero como dicen algunos: cada día canta mejor.