Por Mona Molarsky, con la ayuda de Encarna Jiménez
ENTREVISTA HISTÓRICA
Un encuentro con Sabicas (1907-1990)
La siguiente entrevista, inédita en español hasta ahora, fue realizada un año antes de la muerte de Sabicas, y publicada en inglés en Guitar Review en el verano de 1990.
Especial Centenario Sabicas (1912-2012) La Sal y el Encanto Por Mona Molarsky, con la ayuda de Encarna Jiménez Pisó con brío al entrar por la puerta, balanceando su bastón de bambú, mechoncitos canosos asomándose por debajo del gorro. Ninguno de los clientes en Blimpie’s fast-food parecían conocer el músico de prestigio internacional que acababa de entrar. Sabicas, el legendario gitano español, que durante más de cincuenta años fue EL genio indiscutible de la guitarra flamenca, había elegido este curioso lugar para nuestro primer encuentro. Sobre la marcha se iba soltando y empezó a recordar los días gloriosos en España antes de la época de Franco, y fue como escuchar a Louis Armstrong describir sus comienzos en Nueva Orleans. Pero Sabicas habló también del futuro con entusiasmo. Le hacía mucha ilusión un homenaje que le iba a ser ofrecido en junio por el gobierno español en el Carnegie Hall. En ningún momento se me ocurrió que nuestros dos encuentros representarían su última entrevista. Agustín Castellón Campos, “Sabicas” para el mundo, falleció el 14 de abril, un año después de esta entrevista. Tenía 83 años. Los músicos recordarán su fenomenal técnica igualada únicamente por la del guitarrista clásico Andrés Segovia. Pero Sabicas fue más que un músico virtuoso: era un artista sumamente creativo y original. El flamenco, como el jazz, es una tradición basada en la improvisación. Igual que Charlie Parker o Miles Davis, Sabicas fue uno de esos creadores singulares que no sólo se destacó en la improvisación, sino que terminó por alterar por completo el género en que trabajaba. Fue pionero en el empleo de la guitarra flamenca como instrumento solista, abriendo un camino empezado por Ramón Montoya en la primera mitad del siglo. “Mi padre tocaba la guitarra, pero sólo un poquito. Mi tío cantaba las falsetas o variaciones musicales, y yo las copiaba con mi guitarra. Jamás nadie me enseñó nada”. Durante la mayor parte de los últimos cincuenta años, Sabicas era el número uno: tocó en el Carnegie Hall, dio recitales para presidentes, fue incluso a Hollywood. Desde la década de los 40 hasta bien entrada la de los 70 – cuando el joven virtuoso Paco de Lucía apareció para compartir la luz pública – Sabicas definía el flamenco contemporáneo. Su desaparición en abril marca el final de una época. Artistas más jóvenes que él que han asumido la corona, tocan un nuevo tipo de flamenco ostentoso, inspirado en el jazz, blues, rock, la música clásica y “world music”. “Tocan con una furia terrible, y lo hacen muy bien” dijo Sabicas una vez a un periodista. No obstante, esa abundancia de recursos deja poco lugar para la forma conmovedora medio onírica que fue la impronta del mejor trabajo de Sabicas. En nuestro encuentro en Blimpie’s la primavera anterior, Sabicas había estado de un humor excelente. Disfrutó recreando escenas de su glorioso pasado, con gestos expansivos y voces impuestas, y recordó su idilio con la gran bailaora gitana Carmen Amaya. Aunque habló sin parar, insistió en que era mal día para una entrevista, y prometió que el siguiente lunes sería mejor. “No sé de dónde vienen las ideas. Simplemente cojo la guitarra y empiezo a tocar. A veces sale bien, y a veces no”. La música que fluía de la guitarra del Maestro era tan sinuosa como su razonamiento. Sus malagueñas deambulaban como arroyuelos de montaña, pasando por sol y sombra, a ratos frescas o cálidas, llenas de luz o de sobriedad. Sus sevillanas eran juguetonas, sus farrucas saladas. Su imaginación musical era soñadora y asociativa: muy gitano, muy flamenco: el “flamenco puro” como lo llaman los españoles, tiene tan poco que ver con el flamenco-rock como Bessie Smith con Donna Summer. “En Hollywood, cuando la cámara sacó un primer plano de mis manos, parecían enormes, como dos grandes merluzas”. A los neófitos a menudo les cuesta comprender la atracción del flamenco, especialmente la parte vocal que ha sido descrita como “aquellos terribles aullidos”. El flamenco fue creado en gran parte por los gitanos, que ocupan el lugar más humilde de la sociedad española. Por este motivo, aunque algunos españoles – especialmente en Andalucía – han adoptado el flamenco como suyo, muchos otros menosprecian la música. El concepto de blues y jazz aquí aporta una analogía acertada: muchos norteamericanos adoran la música de los negros, pero otros la consideran de clase baja, indigna de consideración. Sólo en tiempos recientes el gobierno español ha reconocido esta tradición autóctona como algo digno de conservar. El flamenco es la música folk de Andalucía, aquella región árida en el sur de España donde los campesinos y los gitanos han estado cantando sus profundas lamentaciones y canciones festivas durante siglos. Los gitanos, originarios de la India, llegaron a España después de viajar sin rumbo por Asia, el Medio Oriente o Europa, y trajeron consigo influencias musicales de todas aquellas regiones, instalándose en la península ibérica en el siglo quince. Demasiado pobres para tener instrumentos, los primeros flamencos acompañaron su cante con palmas y chasquidos de dedos. Este espíritu libre, y los ritmos antiquísimos fueron la inspiración de la música de Sabicas. Sabicas, que llegaría a despreciar el flamenco-rock, dijo que no sabía cómo diablos se había dejado llevar para aquello. Cómo llegó el Maestro a comprender, es todo un misterio. Hay muchas historias: un tío guitarrista, un vecino con talento, un pordiosero ciego… Algunos dicen que no hizo más que escuchar grabaciones antiguas. Sabicas negó todo esto mientras el camarero nos servía las copas de Tío Pepe. “Me crié en un ambiente flamenco” dijo a mi amiga y traductora Encarna Jiménez. “Mi familia era gitana, así que nos encantó el flamenco – incluso siendo norteños, de Pamplona. Mi padre tocaba la guitarra” explicó, “pero sólo un poquito. Mi tío cantaba las falsetas o variaciones musicales, y yo las copiaba con mi guitarra. Jamás nadie me enseñó nada”. Sea como sea, Sabicas ya tocaba muy bien a una edad muy joven. Debutó en su ciudad natal todavía vestido de pantalón corto. Sólo tenía ocho años. “La gente me tiraban monedas” recordó riéndose, “y yo saltaba para cogerlas”. Con diez años ya tocaba por fandangos de manera formidable con sólo la mano izquierda. Entró en la compañía de la cantante La Chelito en Madrid, y rápidamente fue aclamado como niño prodigio, “El Fenómeno”. En alguna ocasión Sabicas estaba de gira en España con la legendaria cantaora sevillana, La Niña de los Peines. Una noche muy tarde, después de un recital que había ido bien pero que carecía de duende, La Niña, Sabicas, su padre y el guitarrista Niño Ricardo iban conduciendo hacia Badajoz en una ruina ruidosa de coche. La Niña empezó a cantar por tientos, una forma capaz de conmover profundamente. A lo largo del viaje sólo cantó por tientos. Cantó una veintena de versos, cada uno dedicado a un cantaor o pueblo. Mientras iba cantando, el duende se apoderó de ella. “Nadie pudo resistir esa voz” recordó Sabicas. “El efecto fue tan poderoso, mi padre se volvió loco. Se arrancó la ropa, la corbata, la camisa. Intenté tranquilizarlo, pero fue imposible”. Así es la fuerza del duende. Sabicas no tenía la menor intención de acabar como Torre: “Para cuando os llegue la vejez” nos advirtió, “debéis estar económicamente preparados”. Sabicas recordó con satisfacción que una vez logró meter el duende “furtivamente” en una grabación. Una sola vez, cuando estaba en Nueva York con su amante, la gran bailaora gitana Carmen Amaya. Fue durante su gira de Estados Unidos en los años cuarenta. “La gira de la sal y del encanto” la llamó Sabicas cariñosamente porque lo habían pasado tan estupendamente. Carmen, que en aquel entonces estaba en la cima de su carrera, había acordado grabar un disco con Sabicas. Lo que oyes, los bailaores flamencos graban discos. Sus técnicas percusivas de pies, chasquidos y palmas los convierten en auténticos músicos. Y Carmen, más que cualquier otra bailaora anterior o posterior, tenía un sentido impecable de los tiempos. Pero precisamente el día que llegaron a los estudios Decca, los dos estaban de capa caída. Carmen le rogó a Sabicas que le animara con su música. “¿Quién me animará a mí para que yo pueda animarte a ti?” respondió. Al comenzar la sesión de grabación, de pronto Sabicas se encontraba indispuesto, y no pudo seguir. El productor estaba molesto. Le parecieron muy poco profesionales los gitanos en general. “Señor Sabicas” preguntó, “¿qué es lo que no está bien? Le hemos puesto una silla cómoda y su café favorito. ¿Qué más quiere?” Pero Sabicas, que no pudo explicar lo que le pasaba, se disculpó y se marchó del estudio. A lo largo de los años, muchos intentaron descubrir el secreto de la música del Maestro. ¿Cómo lograba crear esos sonidos? ¿Y de dónde venían esas variaciones tan complejas? Le preguntaban por su guitarra, sus uñas y diversas técnicas. Nos contó que en una ocasión el Maestro de la guitarra clásica, “aquel excelente y singular Andrés Segovia”, lo vio tocar. Segovia quedó fascinado con una técnica en particular, “el alzapúa con un dedo solo”, en la cual Sabicas tocó todas las cuerdas con el pulgar. “Le enseñé cómo lo hacía” dijo Sabicas, “y quedó asombrado. ‘Hazlo otra vez’ dijo una y otra vez. ‘Hazlo otra vez’” Pero claro, una técnica no explica el genio de un artista. Y en cuanto a su genio, el mismo Sabicas no parecía conocer el secreto. “No sé de dónde vienen las ideas. Simplemente cojo la guitarra y empiezo a tocar. A veces sale bien, y a veces no”. Sabicas, que nunca aprendió a leer música, grababa sus sesiones de práctica. De esa manera, si salía alguna idea buena, no se le olvidaría. En cuanto al compás, las frases musicales tan especiales del flamenco, habló casi como un místico: “Es como un pequeño núcleo. Tienes que hacer que crezca, sin perder la esencia. Si rompes el núcleo, puede que salga música, pero no es flamenco”. Como muchos artistas, Sabicas insistió desde el principio en vivir “a mi manera”. Y como mucho de los artistas de éxito, sus padres le animaron en estos empeños. De niño, tenía privilegios especiales. Nunca ayudó a su padre, que era dueño de una tienda. En lugar de eso, se quedaba despierto la noche entera tocando la guitarra, y se le consintió dormir tarde por la mañana. “Mi primera guitarra me superaba tanto en tamaño, que no podía sujetarla” comentó cariñosamente. “Así que toqué todas las canciones en el mástil”. Veinte años más tarde, cuando llegó a Hollywood con Carmen Amaya. Sabicas todavía estaba tomando las cosas con mucha calma, haciendo todo a su aire y antojo. El primer día del rodaje de “Panama Hattie”, llegó tarde al plató. “En realidad, no llegué tarde” destacó al repetir la historia. “Nos habían convocado para las nueve de la mañana, y yo llegué a las siete. Fui a la cafetería, y disfruté tranquilamente de la comida, me fumé un cigarrillo, ‘a mi manera’. Luego, di un paseo por el hermoso estudio. Cuando llegué al plató, eran las nueve y veinte minutos, y todo el mundo se estaba preguntando ‘¿Dónde está Mr. Sabicas?’…así me llamaban”. A pesar de su tardanza, Sabicas cobró una suma generosa por su solo de guitarra de tres minutos. Se reía con el recuerdo. “Cuando la cámara sacó un primer plano de mis manos, parecían enormes, como dos grandes merluzas”. Pero no siempre le salían las cosas bien en Hollywood. Para una de las películas, estaba decidido a llevar un hermoso traje blanco. Pero el director no quería saber nada de esto. No le pareció suficientemente “gitano”. A Sabicas le obligó a llevar un traje corto campero, un enorme bigote negro y un pendiente de oro. Sabicas sugirió con ironía que podría llevar un parche en el ojo, pero al director no le hizo gracia el comentario. “De no haber sido por al Guerra Civil, hubiera estado en España hasta el día de hoy. Estoy seguro que nada, ni siquiera la Guardia Civil, hubiera podido obligarme a salir”. Quizás una explicación de las decisiones de Sabicas se encuentra en la historia del flamenco, un tema que posiblemente conocía tanto o más que cualquier otro. Hay dos hilos que se repiten: la pobreza y la muerte temprana. Incluso la historia reciente del flamenco está llena de tragedia. Manuel Torre, uno de los cantaores más grandes del siglo, es un ejemplo clásico. Sólo cantaba flamenco puro, y se murió joven, sin un duro. Sabicas se acordaba mucho de Torre. “Fue el mejor cantaor que había existido jamás, ¡y se murió frente a la pared!” La “pared”, se entiende, era la pared metafórica de la vida flamenca: la pared de la miseria. “Cuando se murió Manuel”, lamentaba, “nosotros los gitanos tuvimos que pagar el funeral”. Sabicas no tenía la menor intención de acabar como Torre. “Para cuando os llegue la vejez” nos advirtió, “debéis estar económicamente preparados”. Un consejo poco característico de un genio y gitano. Los gitanos, subrayó el Maestro, no son diferentes a los demás. “Algunos tienen dinero, algunos no” dijo. “Algunos van al cole, otros hacen novillos. Yo, personalmente, siempre he sido un caballero de bien, un señorito” explicó con sonrisa de satisfacción. Pero a renglón seguido estaba presumiendo de poder detectar a un gitano en cualquier grupo de personas. “Nosotros los gitanos, siempre nos reconocemos mutuamente. Tenemos un aire diferente” dijo con orgullo. “Soy gitano de la cabeza a los pies. También Carmen lo fue. Gitana pura ella”. La primera vez que Sabicas vio a Carmen, ella estaba bailando en una taberna del puerto, Casa el Manquet, en Barcelona. Barcelona no es un lugar flamenco, pero tiene una población gitana bastante numerosa aglomerada en los barrios bajos. Carmen era de una familia flamenca de varias generaciones. Su padre le puso a trabajar bailando cuando apenas tenía cuatro años. “Un cantaor me había llevado a la taberna” contaba Sabicas. “Carmen estaba bailando con unos cuantos. Era muy joven. Eran asombrosos los ritmos que salían de sus manos y pies”. Después de la función, Sabicas conoció a Carmen y su padre, un guitarrista, y les insistió en que fueran a Madrid. Como no tenían dinero, se comprometió a ayudarles. “¿Qué opina de los nuevos flamencos, la generación joven?” le preguntamos. “Yo adoro a Paquito, el pequeño Paco de Lucía. Es mi auténtico discípulo”. Algún tiempo después, Sabicas estaba tocando en la sala Villa Rosa de Madrid. Una noche después del cierre, los flamencos estaban celebrando su propia fiesta cuando Carmen y sus padres llegaron a la puerta. Sabicas los invitó a entrar, los presentó a todo el mundo e hizo sitio en la mesa para ellos. “Después de algún tiempo” recordaba Sabicas, “me di cuenta de que aunque Carmen estaba sentada, estaba bailando – sus pies bailaban debajo de la mesa. Había tres o cuatro buenos bailaores en nuestro grupo, así que les pedí que vieran bailar a Carmen”. Según cuenta Sabicas, le pasó la guitarra al padre de Carmen, y había un silencio respetuoso. Entonces, con los primeros acordes de la guitarra, Carmen adoptó una postura. “Aquel solo movimiento era tan electrizante” contaba Sabicas, “que mi amigo echó la cabeza hacia atrás haciendo añicos un espejo”. El taconeo rítmico de Carmen iba en aumento hasta que los presentes se volvieron locos. ¡De pronto había platos y copas volando por el aire!” Sabicas concluyó su historia entusiasmado. “¿Fue esa la reacción habitual al baile de Carmen?” apostilló Encarna cortésmente. “¡Claro!” contestó Sabicas. “Después de aquella noche, la noticia de Carmen se difundió velozmente por todo Madrid, y fue un éxito muy grande”. En 1936 la Guerra Civil Española cambió todo. Bombardeos, ataques, a veces peleas cuerpo a cuerpo a nivel de calle desgarraron Madrid a trozos. De pronto, la población española se enfrentaba unos a otros. Sólo aquellos entregados a la causa republicana o a los rebeldes, o las personas sin medios para poder huir, se quedaron en Madrid. Los más prudentes como Sabicas y Carmen se marcharon a Argentina donde los bolsillos de los señoritos estaban llenos, y la vida nocturna todavía florecía. “De no haber sido por al Guerra Civil, hubiera estado en España hasta el día de hoy” reflexionó Sabicas. “Estoy seguro que nada, ni siquiera la Guardia Civil, hubiera podido obligarme a salir”. Cuando Sabicas se marchó de España, había estado acompañando a la cantante Estrellita Castro, que posteriormente se relacionó con el gobierno fascista de Madrid. “Estrellita fue una mujer estupenda” dijo Sabicas con firmeza. “No, yo nunca he tenido pensamientos políticos de ningún tipo. Los gitanos no somos de inclinaciones políticas. Sólo intentamos ganarnos la vida y tocar nuestras guitarras”. (Pensé en los miles de gitanos que se murieron durante la segunda guerra mundial trabajando para la resistencia, pero no interrumpí a Sabicas). “Cuando me marché de Madrid” siguió, “fui a Marsella donde cogí un barco para Buenos Aires. Estaba con quince personas más, quince flamencos”. Carmen ya estaba en Argentina, y se reunirían más adelante. De Argentina viajaron a los Estados Unidos donde ganaron sumas impresionantes. Sabicas se acordó de todos los números, fue capaz de recitar lo que había ganado en cada sitio, cifras desorbitadas para todos sus conciertos más grandes. Recordaba el importe del alquiler semanal de su casa en Hollywood. Dijo Sabicas que cuando Carmen llegó a Estado Unidos, también ganó muchísimo dinero. “Hubiera sido una mujer rica, de no haber sido por el hecho de que…” Sabicas intentó decirlo de forma delicada: ya que su padre era su manager, Carmen rara vez veía la nómina. Había llegado a estas orillas con su padre, madre, hermano y hermanas. A veces tíos y tías, primos y otros familiares diversos harían acto de presencia. Y todos vivían del baile de Carmen. “¡Pobrecica!” lamentó Sabicas. “Nunca sabía cuánto había ganado!” Después de nueve años juntos, él y Carmen se separaron en 1945. “A pesar de lo que puedes pensar” dijo, “no estaba enamorado de ella. Yo amo a todas las mujeres en general. Amo a cada una. Y estaba enamorada del genio de Carmen. Pero no amaba a Carmen. Quería casarse conmigo. Pero yo no tenía intención de hacerlo. Y además, ya no soportaba a aquella familia. ¿Amaba Carmen a Sabicas? “Sí, creo que sí…¡vaya vida!” Se sumió en un silencio lleno de dolor. Sabicas tenía contratos en México. Carmen volvió a Europa con su familia. Más tarde se casaría con un hombre con buen sentido para los negocios. Sabicas, por su parte, se casó con una mexicana. “¿Qué opina de los nuevos flamencos, la generación joven?” le preguntamos. “Hay demasiados que son buenos” suspiró, “pero yo adoro a Paquito, el pequeño Paco de Lucía. Es mi auténtico discípulo”. “Daría todo lo que tengo si pudiera tener siquiera la mitad de la popularidad que entonces gozaba. Antes de la guerra, hasta las piedras sabían mi nombre”. “¿Estudió con usted?” preguntamos. “No. Pero estudió mis grabaciones” declaró Sabicas con orgullo. “Vino a Nueva York más joven, de gira con José Greco. Y me vino a ver. Me dijo que había escuchado todas mis grabaciones. Y me tocó la guitarra. Le observé las manos, cómo movía los dedos, y fue entonces que me di cuenta de lo que llegaría a ser”. En 1965 Sabicas regresó a España por primera vez después de casi treinta años. En todos los sitios fue recibido como el Odiseo perdido. “Cuando llegué a Madrid” dijo, “empecé a llorar allí mismo en medio de la calle”. En Sevilla, quería visitar sus lugares habituales de antes – la plaza de toros y los bares flamencos, pero no pudo ir a ningún sitio porque le acosaron los admiradores. Sabicas había soñado con volver a vivir en España algún día. Pero por el momento, tenía intención de quedarse en Nueva York. “A los artistas nos gusta estar donde hay dinero” explicó. La sombra de Manuel Torre parecía proyectarse sobre la mesa cuando el camarero llegó con otra ronda. No obstante, Sabicas concedió que el dinero no lo es todo. Hablando nuevamente de sus días con Carmen Amaya, dijo Sabicas con tristeza, “daría todo lo que tengo si pudiera tener siquiera la mitad de la popularidad que entonces gozaba. Antes de la guerra, hasta las piedras sabían mi nombre”. Sabicas siempre había sabido que de alguna manera llegaría a ser “alguien”. “Si no me hubiera dedicado a la guitarra, hubiera sido torero” dijo distraídamente. Nos dijo que algún día le gustaría volver a Madrid. Acabaría sus días en una casa grande, justo al lado de la plaza de toros, y cada tarde se compraría una entrada para la corrida. Había una mirada distante en su rostro, y fantaseé que sonaba una malagueña en su cabeza. ¿Soñaba música? me pregunté. Pero nuestra encuentro estaba llegando a su final, y nunca tuve oportunidad de preguntárselo. _________________________
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