El periodista de Onda Cero ha publicado ‘La maldición de la Casa Grande’, una novela que explica la historia de Tío Lobo y de la Sierra Minera de Cartagena de finales del XIX, donde abundaba el flamenco, la desigualdad y una explotación laboral que el madrileño ha narrado sin concesiones.
Silvia Cruz Lapeña
La maldición de la Casa Grande es una historia de crueldad: la que ejerció Miguel Zapata “Tío Lobo” en la Sierra Minera de Cartagena a finales del siglo XIX y principios del XX. Es obra del periodista Juan Ramón Lucas, que supo del personaje en una visita al Festival del Cante de las Minas. “Me habló de él el alcalde, Francisco Bernabé, y enseguida me fascinó el personaje, pero mucho más el contexto de pobreza y explotación laboral de una sociedad muy estratificada. También que se hablara tan poco sobre esos aspectos”.
El locutor de Onda Cero presentó la novela el pasado mes de junio en la Mina Agrupa Vicenta. En esa gruta, hoy atracción turística, un guía explica el modo en que empresarios como Tío Lobo obligaban a sus trabajadores a gastar lo que ganaban en comercios de su propiedad. Lucas habla en el libro de los préstamos que los amos hacían a sus obreros y de cómo el vasallaje era la única forma de relación posible entre empleador y empleado.
“Zapata explotó y abusó y parece que eso se haya olvidado. En el parque minero se cuenta algo pero con una mirada edulcorada cuando lo cierto es que hasta bien entrado el siglo XX morían niños trabajando ahí dentro”. Por todo eso, el madrileño dice que su novela también ha sido un intento de luchar contra el olvido.
Sin pleitesía
Para entender la intención del periodista no hay más que echar un vistazo a la prensa de la época en que vivió el empresario que se refiere a él como “un milagro de perspicacia, de habilidad, de tesón”. La hemeroteca de hoy es más prudente, pero muchos aún atribuyen el mal proceder de Zapata a una enfermedad que en el libro tiene mucha presencia: el fuego pénfigo, una dolencia que se manifiesta a través de ampollas muy dolorosas en la piel. El autor de La maldición de la Casa Grande, sin embargo, presta atención a ese mal que devoró a Zapata física y emocionalmente para humanizarlo pero no para excusarlo por su comportamiento.
Quizás porque mira como forastero, desde el futuro y con perspectiva, Lucas no practica ningún grado de pleitesía. Porque es cierto que Tío Lobo aportó a la industria avances tecnológicos y convirtió la región en una especie de California ibérica. “Pero lo hizo a costa de los derechos, la sangre y las vidas de muchos trabajadores”, dice el autor que asegura que siempre tuvo intención de desmitificar a ese y a otros personajes. Por eso le preocupaba cómo sentaría el libro a los habitantes de La Unión a los que pidió ayuda. “Pero todos me han dicho que les ha gustado mucho”.
Un libro muy flamenco
Una de esas personas es Paco Paredes para quien Lucas sólo tiene palabras de agradecimiento. Él lo ilustró en todo lo referente al flamenco, que aparece en los cantes que hacen los mineros de la novela, en la figura de una bailaora gitana inspirada en Carmencita Dauset o en la presencia de Emilia Benito, “La Satisfecha”. “Mi entrada en el flamenco fue muy fuerte: con un concierto de Agujetas y en La Unión. ¡Imagina cómo fue mi caída del caballo!”, dice riendo el periodista que recuerda que Paredes le contó que el cantaor Rojo El Alpargatero era proxeneta.
“Me dio datos sobre el café que regentaba, donde se cantaba y se bailaba y que en realidad era un prostíbulo”. También eso es desmitificador, porque a veces da la impresión de que esos antros eran lugares de ocio y arte sin más. Pero en su trastienda había más historias de sufrimiento: “En esa sociedad tan jerárquica, quienes peor lo pasaban no eran los mineros sino sus parejas. Cuando una mujer enviudaba le quedaban pocas opciones: volver con su familia, la mendicidad o la prostitución”.
Las mujeres
Si el libro resulta flamenco es por las referencia pero también porque está cargado de sentencias: “Dios podría perdonarte pero la tierra siempre se cobra sus deudas”, dice la narradora. “Esa mujer está inspirada en otro personaje real, María La Guapa, de la que sólo sé que cuidó a Zapata cuando estuvo enfermo y fue su amante”, dice Lucas, que ha convertido a la señora en una voz omnipresente que conoce el mundo minero, el de los ricos, el de los payos y el de los gitanos porque a todos tiene acceso.
“María Adra es una mujer que queda embarazada del hijo del amo pero que a la vez cree que las artistas son indecentes. Para crearla me inspiré mucho en cosas que recuerdo de mi abuela, una mujer inteligente pero no culta, que tenía dudas sobre el progreso y creía que una mujer nunca podría ser igual a un hombre”. María es el hilo y sus historias de amor con dos Zapata la manera en que Lucas quiere llevar al lector hasta ese momento histórico, pero en la novela aparecen muchas féminas: la madre, la señora, la señorita, la sirvienta, la gitana, la viuda, la puta….
Para Lucas, escribir La maldición de la Casa Grande ha sido una especie de psicoanálisis. Y no sólo porque él tiene familia minera en Asturias y recuerda perfectamente la impresión que le produjo la primera vez que entró en una mina: también porque se ha tenido que ponerse muchas horas en la piel de María. “Y porque por mucho que quiera entender a las mujeres, soy hombre y la educación que recibes te deja un tatuaje anímico y mental que no se borra sólo a fuerza de voluntad. Por eso digo que esta novela me ha hecho un poquito más feminista de lo que siempre he sido”.
Un libro sobre Dauset
Juan Ramón Lucas aún está de promoción con este libro, pero avanza a Deflamenco el tema de la siguiente novela que tiene entre manos y que espera poder acabar: “Sería la continuación de esta y me centraría en el personaje de Carmencita y sus andanzas como bailaora en los Estados Unidos”, dice en referencia al personaje femenino inspirado en Dauset que aparece en La maldición de la Casa Grande.
Sobre sus gustos flamencos, responde raudo: “Me gusta mucho Arcángel, que además es amigo, y me encanta Mayte Martín”. Cuenta que en La Unión ha disfrutado muchas noches de flamenco con Miguel Poveda y se atreve a augurar que parte del futuro del flamenco va a ir por derroteros que no gustan a los aficionados más ortodoxos. “Rosalía es magnífica. Me fascina lo que hace y lo que puede llegar a hacer con el flamenco. Es una pasada. Y sí, es flamenca”, dice el periodista sin ocultar su entusiasmo.
Foto portada: Desirée Rubio de Marzo