Texto & fotos: Tamara Marbán Gil
Podría cualquiera perderse buceando en sus ojos azules, pero la franqueza de su mirar sirve de amarre.
Pedro Garrido Fernández, Niño de la Fragua, presentó el 22 de junio en los Claustros de Santo Domingo de Jerez, Libertad Condicional, su primer trabajo discográfico.
Tendría apenas cuatro años y los recuerdos se difuminan con el humo del carbón, de la fragua encendida. El abuelo cantaba por martinete y decía ahora, respóndeme. Me lo decía como preguntando ¿has entendido? Yo entraba en una especie de trance, en un ritual. Él, dice, sonreía, sabía que el crío no le había dao al play sin más, sino que parecía conocer, por algún remoto procedimiento que no alcanzaba a comprender, la magnitud de la tragedia que atravesaba su garganta. La gitanería dice que el cante es sabiduría, fuente de conocimiento; de ahí la impronta esencial de los inicios: que Pedro aprendió a hablar aprendiendo a cantar.
Al Niño de la Fragua, como se le conoce en el ambiente flamenco, le brilla una luz adentro. Él dice que fue su abuelo, Tío Juane, profundo vínculo e influencia total, que falleció cuando él tenía once años, quien prendió la llama que lo ilumina, y a quien todavía se dirige; con su disco y con su posicionamiento ante la belleza, pero también ante el desamparo. Aunque cualquier cante es balsámico y terapéutico, suelo tirar por la siguiriya, que es un cante muy típico de mi familia, como la banda sonora de la casa, y que me conecta con mis orígenes. Ese hilo rojo y casi imperceptible que lo une a los aromas del Jerez de los años ochenta le regala una innegable base sobre la que construir. Mas no es óbice, antes al contrario, para querer cantar su mundo, sus verdades y sus mentiras, y no las que otros crearon. Está bien conocer los estilos de no sé quién, saber de las creaciones ajenas, porque demuestra que tienes afición y que has oído mucho, pero yo necesito decir quién soy, de dónde vengo, que estoy vivo y que tengo los cinco sentidos abiertos de par en par. Me llamo Pedro, me crié en una fragua y tengo mucho que contar.
Por eso el disco, que presentó en Jerez en junio, se llama Libertad Condicional: porque, por un lado, quiere defender la autonomía de su garganta de los vaivenes de la moda y de las tendencias. Para sentir que cada vez que canto, lo hago porque quiero, porque me apetece. Y, por otro lado, porque es imposible, hoy por hoy, sentir confort social, tal y como están las cosas: no me gusta lo que veo, me siento un poco desencantado y un poco triste, y uso el arte para curarme. Las dos orillas de un río con toda su fauna y su bullicio y su miseria: meandros, isla, trasvase, escasez, postureo, contaminación.
Pedro asegura que Libertad Condicional, trabajo discográfico en parte autofinanciado y en parte sufragado vía crowdfunding –mecenazgo de masas-, más que un disco, es una banda sonora flamenca: me parece una falta de respeto cantar las verdades de otros sin conocer las razones que estos tenían para cantar lo que cantaban y cómo las cantaban. Me siento con el compromiso de cantar mi vida, y mi disco es mi vida cantada. Destacan, siempre a gusto de una servidora, Corona de Rey (siguiriya profundamente reivindicativa con música popular), Esperaré (con el bandoneón de Jesús Lavilla) o Ministerio del Interior (con música de José Luis Montón). Participan también en el proyecto las guitarras de Diego del Morao, Manuel Parrilla, Manuel Valencia y Juan Diego Mateos, la flauta travesera de Diego Villegas, el violín de Bernardo Parrilla, la percusión de Luis (de Periquín) Carrasco, Carlos Merino y el Juan Peña ‘el Chispa’ y las palmas, jaleos y compás de Manuel Cantarote, Juan Diego Valencia, José Rubichi y el Bó Sordera.
Maestro de profesión, admira el sostén de la riqueza y la variedad en la transmisión oral jerezana. Me siento muy afortunado de haber nacido aquí. También soy consciente de que esto que me ha pasado a mí le ha pasado a otros compañeros y compañeras, y cada uno canaliza, asimila y digiere como puede. Cree que en medio de tanta información es fácil perder la brújula de las entrañas, que son guía y termómetro: si nos dedicamos a mantener y a conservar la tradición y que no se nos olvide el tan manido respeto al legado, te acabas olvidando de la conexión contigo mismo, te olvidas de quién eres y te conviertes en alguien que interpreta y reinterpreta lo que te han transmitido, pero tú, como tal, no estás contando nada.
Tampoco le teme a la diferencia: si usted se ufana en una rápida búsqueda interactiva encontrará a este hombre tranquilo en festivales, reuniones familiares, conciertos y zambombas moviéndose diligente por el entramado artístico correspondiente. Mas la novedad asoma en cuanto abre la boca. Fíjese bien, aunque elija el vídeo al azar: él siempre canta lo que podría dolernos a cualquiera hoy en día, lejos de lugares comunes aflamencados. Por eso una siempre tiene la sensación de que se repregunta el orden de las cosas de forma cotidiana. Matar el modelo, acabar con el arquetipo, le dicen.
Por eso rebuscarse deviene vital. O, bueno, él lo dice así: cuando alguien cierra los ojos, mira más padentro que pafuera, se rebusca y saca lo que siente, nos impresiona tanto que lo llamamos revolución, cuando debería ser cotidianidad. ¿Quién consigue hacer eso hoy?, pregunto, implorando respuesta. No titubea: Mayte Martín. Canta como vive, vive como piensa. Me inspira muchísimo y no por eso hago sus cantes, sino que me digo: si ella me inspira a mí, ¿qué le inspira a ella? Ese intento por comprender la búsqueda, el proceso; cómo alguien consigue despertar sus propias terminaciones nerviosas, algunas adormecidas por la inercia, por la costumbre, por el legado aquietador. Y agujerear el epicentro, a veces tan alejado de una, y transformarlo en algo que trascienda nuestro consentimiento, ese filtro íntimo que da (o no) luz verde antes del bautismo de fuego de la plaza pública.
No en vano, la procedencia celebra, algunas veces, las huellas. Las de la Plazuela, del jerezano barrio de San Miguel, son numerosas, aunque conforman un mismo imaginario: el del espacio engalanad que tira p’atrás los cantes y los sostiene con miles de cuerdas poderosas en un tira y afloja que hace de la garganta resistencia. Del cantá pa escuchá, pa rebuscarse, pa arañarse, y predisponerse a llorar. Allí se engrandecen las distancias cortas. Allí es donde olía bien ese jazmín, así que vuelve cuando quieras pero no te lo lleves, no lo mates por el camino.
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