Texto: Sonia Martínez Pariente
Fotos: Rafael Manjavacas
“Yo de por sí soy una bailaora pura y me gusta demostrar la pureza en el escenario” afirma Manuela Carrasco tajante cuando explica qué ha querido plasmar en su nuevo espectáculo, “Romalí”, que estrenó el pasado mes de febrero en Madrid dentro del marco del Festival Andalucía Flamenca. La bailaora sevillana, abanderada de la rama más ortodoxa del flamenco, indica que incorporar en este montaje la música y el baile hindú, no significa que haya fusión: “fusión no he hecho nunca, ni voy a hacer ahora” aclara Manuela. Simplemente ha querido mostrar que en la música de los hindúes se sitúan los orígenes del flamenco. “Nosotros los gitanos descendemos de la India y ellos hacen la música que nosotros hacíamos antiguamente”.
La idea de «Romalí» partió de una propuesta de Maha Akhtar, bailarina experta en el Khatak, que le mostró a Manuela Carrasco la conexión existente entre el baile hindú con el flamenco. La relación entre ambos para Manuela es clara “se ve cuando Maha y yo bailamos juntas una seguiriya, es exactamente igual” afirma. Además de esta seguiriya en «Romalí», que en calo, el lenguaje de los gitanos, significa danza gitana, se incluye bulería al golpe, soleá por bulería, alegrías y soleá para reflejar el viaje desde las raíces del flamenco hasta hoy en día.“Se ve la salida de los gitanos de Rajastán. Simulamos la salida de la India hasta que hacemos el campamento, y a través de allí vamos evolucionando hasta la música de hoy. Yo quería que esa raíz se viera y se refleja cuando vamos andando.Los cantaores van cantando la trilla con la música detrás al golpe que tocan los hindúes. Se ven nuestras formas, nuestras costumbres, que aunque estemos muy modernos, eso no se pierde, porque yo voy con un abrigo de piel y si me da la gana me siento en el suelo o me quedo descalza o me pongo una peina que me encuentro en la calle” relata la bailaora. “Esas costumbres son nuestras. Yo les digo a mis niñas que jamás las pierdan, porque son unas costumbres muy bonitas. Son nuestra forma de ser y de vivir” añade. Son esos detalles cotidianos los que le sirven de inspiración a Manuela Carrasco a la hora de hacer un montaje. “Me hago a la idea de cómo iban por el campo, porque es lo que queríamos demostrar, y los veo con esos colores de ropa, y me da un pellizco el estomago, porque digo: ‘¡mira!, así iría mi abuela, así iba mi padre y eso es lo que hace que me venga arriba”.
“Nosotros los gitanos descendemos de la India, y ellos hacen la música que nosotros hacíamos antiguamente”.
Manuela en este espectáculo va acompañada de su esposo Joaquín Amador a la guitarra, el Torombo al baile, su hija Samara y Enrique el Extremeño al cante, artistas que forman parte de su grupo de confianza. “Me gusta darle sitio a las personas que son grandes artistas, porque me gusta que cuando yo me voy a cambiar y no esté en el escenario,se esté potente, que no se note mi ausencia”, explica.
«Romalí» es la última incorporación a la prolífica carrera de Manuela tras montajes como “Un sorbito de lo sublime” o “ Tronío”. Después de más de cuarenta años de carrera, Manuela sigue al pie del cañón a la hora de crear nuevos montajes y subirse a los escenarios. “Creo que estoy en mi mejor momento, porque cuando empecé, tenía mucha fuerza, pero no tenía la seguridad ni la sabiduría que tengo hoy. Creo que ahora mismo estoy en mi mejor momento” señala la sevillana. Es de reconocer el mérito que tiene, mantener su propia compañía durante tantos años, y para ella sólo es cuestión de épocas, que en la actualidad sean numerosas las compañías de mujeres bailaoras que triunfan en los escenarios. “Eso va por tiempos. Cuando yo salí hace mucho tiempo, eran las mujeres, luego hubo una época que fueron los hombres y ahora parece ser que han vuelto otra vez las mujeres, bueno, pues que duren mucho las mujeres”, apunta riendo.
“Creo que estoy en mi mejor momento, porque cuando empecé tenía mucha fuerza, pero no tenía la seguridad, ni la sabiduría que tengo hoy”
Nacida en una familia de artistas, hija del bailaor José Carrasco “El Sordo”, Manuela tuvo claro que su vocación era el baile. Ha seguido una línea autodidacta desde que debutará a los once años en el tablao “La Cochera” de Sevilla. A los dieciocho años Juan de Dios Ramírez Heredia la denominó “La Diosa del baile flamenco”, y es que su esbelta figura, su fuerza y su estampa gitana le hicieron destacar entre el público. Hoy en día, es una de las grandes bailaoras gitanas, fiel a su personal estilo. “En el baile es importantísimo, no sólo el baile, es importante una mirada, como mueves la cabeza, como te coges el traje, como levantas los brazos en su momento, como te quedas parada, como mueves los pies en su momento. No es que yo me haya rebuscado, es que yo lo llevo dentro de mí. Creo que sé hacerlo, donde creo que debo hacerlo,¿Qué quieres que te destaque de mí?, pues creo que los pies que son potentes y los brazos, porque nunca me olvido de ellos. Intento no descomponer el cuerpo”.