«Campo del Príncipe»,
es una plaza de Granada a la que tengo mucho cariño.
Alli me encuentro a Morente, a Marina Heredia, a todos
los flamencos. Es una plaza muy bonita.
Entrevista publicada en el nº 105/106 de la
Revista «El Olivo»
Son
las cinco, más o menos, de la tarde cuando me presento
en un bar humilde y bullicioso de Huerta Castañeda,
un barrio también bullicioso y castizo del sur de
Madrid. Allí me espera, porque vive cerca, Juan Habichuela,
ese genio de la guitarra flamenca. Aún no ha terminado
su partida de mus. Ni su hermano Pepe la de dominó,
en la mesa de al lado. En ese cuartito, donde pasan
sus tardes de partida los Habichuela, hay fotos de
Camarón, de José Tomás, de Vicente Calderón… y se
respira un humo denso de taberna y un olor a carajillo
de los casinos de antes.
¿Has traído la grabadora? Aquí
no nos vamos a entender muy bien. No, no te preocupes. En
estas cuartillas te tomo unas notas y luego yo lo
adorno a mi manera.
Pues vamos allá
Juan es un abuelo como Dios
manda, que tiende a hablar más de los suyos
que de sí mismo. Que se emociona más
cuando evoca sus quince años que al descifrarme
la gira que tendrá que hacer para presentar
su disco reciente. A Juan ya le cansan los premios,
los halagos, las entrevistas y los viajes, y sin embargo
evoca, con la sonrisa en los ojos, esas turnés
fatigosas con su amigo Valderrama. Juan es grande
y él lo sabe, porque se lo han dicho mil veces,
pero su modestia sincera le impide reconocerlo. Esa
es la grandeza de las personas cabales.
«Campo
del Príncipe». ¿Por qué
este titulo?
Es una plaza de Granada a la que tengo mucho cariño.
Con diez años yo bailaba en el Hotel Palace
y estaba deseando de acabar para bajarme a esta plaza
a jugar a la pelota. Esa plaza me conoce a mí
muy bien porque he pasado muy buenos ratos. Todavía
cuando voy me paso por allí, para tomarme unos
vinitos en unos bares preciosos que tiene. Allí
me encuentro a Morente, a Marina Heredia, a todos
los flamencos. Es muy bonita.
El primer tema del disco es una
zambra que dedicas a Juan Ovejilla, tu primer maestro.
Háblanos de él. Pues tu lo has dicho, fue el
primer maestro que tuve y de él aprendí
muchísimo. Tocaba muy bien, se adelantó
a la época. La zambra esta tiene unos arreglitos
míos, pero es suya. Era muy bueno, fíjate
que el Niño Ricardo iba a escucharle. Pero
no quería salir ni grabó nunca nada,
por eso no se le conoce.
En la farruca de Sabicas
se oye a un niño llorar. Cuéntanos la
historia de este detalle, que seguro que la tiene.
Si, es mi biznieta (aquí se le ríe el
alma). Se llama África y es la nieta de mi
Juan, el de Ketama. Mira, con cuarenta y cuatro años
y ya es abuelo. Un día la llevaron al estudio
y empezó a llorar y yo dije: eso lo tengo yo
que meter en algún sitio. Es un regalo que
yo le hago, nada más nacer, en mi último
disco.
De nueve temas que tiene el disco,
en siete hay cante. ¿Se puede decir que es
un disco de acompañamiento más que de
concierto de guitarra? Efectivamente. Igual que el
otro. Es un disco de cantaores amigos míos
a los que yo acompañao (aquí se vuelve
a ver la humildad del más grande guitarrista
al servicio del cante). Pero pon esto también:
me hubiera gustado tocar a todos los que no están
en estos discos. Que me perdonen muchos que me gustan
y que no están, pero ya no puede hacer más
discos.
Me viene al pelo una pregunta
que tenía para después. Se oye que te
retiras. ¿Por qué? Sí, y te voy a decir
la verdad. Ya no estoy bien físicamente. Hace
poco me dijeron que tenía un tumor en el oído.
Por eso me hicieron el homenaje en Granda, que fue
demasiado. Pon esto, pon esto. El Ayuntamiento se
portó de maravilla, y los artistas y todos
los que colaboraron. No tengo palabras para agradecérselo.
Y para sacar veinte millones para ir a Houston a que
me operaran, aunque luego me recomendaron que no,
porque era una operación muy peligrosa. Yo
necesito descansar y no tocar, lo que pasa es que
si no toco la guitarra, me muero antes. La guitarra,
para mí, es una inyección de vida. La
tengo siempre a mi lado en el sofá y cada dos
por tres la cojo diez minutitos. Si puedo hacer colaboraciones
en algún disquito, pero en el escenario ya
no.
¿Te ha costado mucho
trabajo grabar este disco?
Pues sí, la verdad es que sí. Un día
estuve en el estudio desde las tres hasta las doce
de la noche, y nos fuimos sin grabar porque no me
salían las cosas. Y sin embargo a la mañana
siguiente salió perfecto y me hice tres o cuatro
temas de un tirón. Pero estoy muy contento,
sobre todo con las colaboraciones. Está Rancapino
y su hijo, que es una maravilla, Estrella Morente,
su padre, Poveda, Valderrama, todos. Hay cuatro generaciones
en el disco. Desde Valderrama, que tiene ochenta y
cinco años, hasta mi Africa, que tiene dos
meses.
Juan, tú has acompañado
a los más grandes: Caracol, Fosforito, Valderrama…
¿De quién aprendiste más? Mira yo he disfrutado con todos
y de cada uno he aprendido un poquito. Caracol era
extraordinario, yo iba a verle cada vez que podía,
y desde pequeñito soñaba con tocarle.
Tenía una forma de cantar tan suya, con tanta
personalidad… se paseaba como nadie por el escenario.
Luego estuve veinte días con él en «Torres
Bermejas» y era difícil seguirlo los tonos.
Fosforito era un clásico, siempre muy seguro,
justo y a compás. Estábamos tan adaptados
que, una vez, en Puente Genil, nos nombraron como
«la buena yunta». De Valderrama, qué
te voy a decir. Ha sido un cantaor muy bueno, lo conocía
todo. Ha sido un fenómeno y hemos pasado muchas
fatiguitas juntos. A Camarón lo descubrió
él, yo fui a buscarle la primera vez y me dijo
que quería mil pesetas, se lo dije a Valderrama
y éste le contrató por dos mil.
¿Qué te dio
Madrid que no te dio Granada?
A mí Madrid me ha dado todo. Salí de
Granada a triunfar, con diecisiete o dieciocho años,
y me coloqué en «El Duende» y casi
desde entonces a mí el público me aplaude
antes de empezar a tocar. Yo le tengo un cariño
especial.
¿Que tiene Granada
que no tenga Madrid?
Tiene la luz. El cariño del pueblo que se vuelca
conmigo en todo. Ese homenaje que me dieron fue apoteósico
y yo no lo podré olvidar en la vida.
Por último Juan,
-porque no quiero cansarte, aunque yo me tiraría
hablando contigo hasta mañana- qué le
dirías a todos los guitarristas jóvenes
que hoy acompañan a los cantaores.
Bueno, hay algunos que acompañan muy bien,
pero otros muchos van a lucirse y ni siquiera miran
al cantaor. Lo primero es que tocar para cantar te
tiene que gustar el cante, seguir al cantaor, estar
pendiente de él. Mira, para mí, la guitarra
es un diamante, es mi segunda mujer, no se le puede
pegar fuerte porque chasquea, llora, chilla. Hay que
tocar con dulzura. Dulzura de melocotón madura
derrama, generosamente, la guitarra de Juan Habichuela
en este disco imprescindible. Si alguien lo duda que
me llame, para recomendarle un otorrino que le cure
la sordera.
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