“El flamenco tiene que dejar de ser la hermana pobre de otras músicas”
En su familia nadie estaba ligado al flamenco. Su madre, peluquera y su padre, albañil, habían emigrado a Alemania en busca de trabajo. Y allí nació la primera niña, Eva Mar ía Garrido García, Eva Yerbabuena, así bautizada por el guitarrista Francisco Manuel Diaz en honor al cantaor Frasquito Yerbabuena.
Hoy, Eva Yerbabuena, Premio Nacional de Danza en 2001, votada Mejor Bailaora por la crítica española de «Flamenco Hoy» y en la Bienal de Sevilla se encuentra en plena gira de España con su presentación “Eva”, uno de los espectáculos más representados de la historia de este arte.
Eva ¿qué fue lo que te hizo tomar la decisión de bailar flamenco y no otra cosa?
Creo que empiezas a preguntártelo después de haberlo hecho. Lo que empezó como un juego termina siendo tu profesión. Por el flamenco dejé todo. Recuerdo el día que me iba a matricular para estudiar Administrativo, mi padre me preguntó: «Eva, ¿tu crees que vas a poder hacer estudio y danza?». Y le contesté: «si pudiera dedicarme de lleno a la danza, pues lo haría. No me apetece compartir el tiempo con otras cosas». Mi sentimiento era como si necesitara recuperar los años perdidos. Y mi padre me dio el consentimiento.
“El flamenco tiene que dejar de ser la
hermana pobre de otras músicas”
¿Cómo fue tu inserción en el flamenco, especialmente por no pertenecer a una familia de tradición flamenca?
Actualmente hay mucha gente que está bailando o haciendo música y que no ha tenido ninguna influencia familiar. Hay quienes creen que eso es imprescindible y quienes piensan lo contrario. Nunca he sentido ninguna reacción en contra por no venir de una familia flamenca. Además, me siento enormemente orgullosa. El respeto de los propios compañeros es maravilloso.
También es cierto que tu trabajo es muy serio y muy respetuoso.
Siempre he dicho que el flamenco tiene que dejar de ser la hermana pobre de otras músicas. No es así, el flamenco tiene mucha seriedad y mucha profundidad y no hay por qué hacer un festín popular de eso. Desde que empecé siempre me molestó que se lo tomara como algo vulgar, y siempre me pareció una cultura muy profunda que puede tener su lugar en el mejor sitio del mundo.
Después de tanto tiempo de disputas entre los tradicionalistas y los partidarios de la fusión, ¿cómo está vista hoy esa disputa?
El flamenco es algo que de por sí ya viene muy fusionado. Es una mezcla de culturas y de músicas que se hace difícil pensar en la fusión. Debo reconocer que es una palabra que odio, no me gusta. No hay un flamenco nuevo, el flamenco ha sido siempre el flamenco y está ahí y seguirá siendo lo que es. Los que hacemos que el flamenco sea nuevo, bueno o malo, somos los que llegamos «de nueva», los «intrusos», como yo digo.
¿Por qué intrusos?
Porque somos la nueva generación que llega y cada uno entiende y recibe el flamenco a su manera. Y cuando te subes a un escenario desarrollas lo que has entendido, eso es lo realmente nuevo, pero no el flamenco. Cuando se dice fusión o flamenco nuevo es algo que no entiendo. Si es algo que quieres contar, que es de verdad y es una necesidad, vale. Si es hacer por hacer algo nuevo que nunca nadie haya hecho antes y sin un motivo ni una necesidad, al final se cae.
“Quiero que exista una diferencia muy grande y
muy clara entre lo que es el arte y el ‘artisteo'”
¿Qué debe tener un bailarín para ingresar en tu compañía?
Lo primero que necesito ver es que es una buena persona. Necesito ver una actitud que se traduce en una especie de amor incondicional a este trabajo. Lo más importante es poder ver a una persona que tenga respeto por sí mismo y por sus compañeros, que sea humilde. No puedo con la prepotencia, es algo que me gusta tener lejos. Un bailarín, para mí debe tener un enorme deseo de aprender, de compartir, de vivir de esto y para esto. Quiero que exista una diferencia muy grande y muy clara entre lo que es el arte y el «artisteo».
¿Qué es el artisteo?
Es lo que hay alrededor y que nunca llega a ser lo auténtico, el protagonismo, la fama. Creo que con un bailarín así, seríamos incompatibles. Dentro de la persona busco al artista, y eso no es fácil y siempre lo ves con cara al futuro. No me gusta un bailaor que ya esté hecho porque me gusta sacar lo que lleva dentro, lo que realmente puede dar, lo que está escondido.
Pero eso también implica que tarde o temprano ese bailarín se irá en busca de su propio rumbo.
Siempre… Es ley de vida. No es mi mira tener a una persona siempre conmigo. Desde luego, muchas veces se van cuando están en la mejor forma, y eso siempre cuesta y duele…Pero, de alguna manera, es lo mejor que te puede pasar. Es un orgullo, en cierta forma.
¿Alguna vez dijiste: no puedo más y aquí paro?
Muchas, muchas veces…
¿Y cuáles fueron las razones?
A veces porque necesitas apoyo económico y no lo tienes… De todas maneras, es muy importante tu entorno, que la gente que te rodea entienda por qué haces lo que haces. Hay gente que no lo llega a entender nunca, que por más que les expliques y les digas, no lo entiende. Hay gente que mira pero no ve, que escucha pero no oye. Y eso es lo que me rompe todos los esquemas. No puedo con la hipocresía, no puedo con la injusticia. Hay algo que he aprendido desde que empecé a bailar y es a tener paciencia. Creo que sigo en esto por la paciencia que tengo. Pero sí, hay momentos en que dices: No puedo más.
“El respeto de los propios compañeros es maravilloso”
¿De qué manera influyó el flamenco en tu vida?
Cuando era niña, tenía una timidez casi enfermiza. Lo pasaba fatal cuando iba a algún sitio con mis abuelos. No tenía comunicación con la gente y eso es algo que he añorado en toda mi infancia, siempre quise poder romper con esa timidez porque no tenía amigos, ni hablaba con nadie. Y la primera vez que fui a ese festival de flamenco, con mi padre fuimos al camarín y estuvimos con los artistas. Y todos ellos eran gente normal, como yo, o como mi padre…
¿Y cómo te los imaginabas?
Uno siempre se imagina a los artistas de otra forma, y resulta que son «normales». Cuando se suben al escenario son otra persona, hay una transformación impresionante en ellos. Y creo que en aquel festival, lo que debe de haber pasado por mi mente es que esa era la forma de poder pasar de ser percibida; como cuando eres pequeña y te disfrazas para los carnavales. La timidez desaparece porque eres otro personaje. Y tal vez esa posibilidad de comunicarme con la gente y ser otra persona, no Eva, creo que me ha ayudado muchísimo. El momento de subirme al escenario no me gustaría cambiarlo nunca por nada. Es un momento donde te sientes libre totalmente: cuentas lo que quieres, dices lo que sientes, aunque sea por un tiempo muy breve. Es el único momento donde he conocido lo que es ser libre.
Maritza Gueler, Editora general de Danzahoy en español