Miguel
Acal, el decano de los periodistas de flamenco, decía
en una de las carpetas de un disco de Turronero: «Con
Turronero, nos encontramos ante una simbiosis de tradición
y creatividad. Y el resultado es apasionante. Desde
el cante de José de Paula a las Bulerías
del Chalao hay un largo camino de vivencias cantaoras.
Y todo ello bajo el denominador común de una
manera de sentir el cante».
Efectivamente, Turronero es un tipo sui generis
ante el arte y ante la vida misma. Como cantaor siempre
fue discutido, a pesar de que su aportación como
revulsivo y precursor de unas nuevas formas fue incuestionable.
Y como persona, siempre le cantó las cuarenta
al más pintao. Jamás se amedrentó
ni ante la adversidad ni ante los condicionamientos
sociales en los que advirtiera algún atisbo de
imposición.
Hijo de feriantes vendedores de turrón, tuvo
una infancia movida, con continuos traslados, por lo
que nació por azar en Vejer de la Frontera en
Agosto de 1946. Le bautizaron en Alcalá de los
Gazules y se hizo persona y artista en Utrera y en ese
ir y venir constante por mil pueblos y caminos andaluces;
de ahí seguramente, su conocimiento, rebeldía
y compromiso con los problemas sociales que siempre
azotaron al campo andaluz, a los jornaleros y a Andalucía,
compromiso que asumió a través de sus
cantes y en su actitud personal ante la vida.
Pero, siendo un cantaor con una larga trayectoria,
gestado en el cante atrás y crecido en los festivales
flamencos, controvertido para unos, revolucionario para
otros, rebelde en ocasiones, tierno a veces y temperamental
siempre, lo cierto es que hoy, con Turronero, poco podemos
hablar ni de cante, ni de flamenco, ni de casi nada que
no esté relacionado con su particular peripecia
personal, que lleva con resignación y dignidad,
pero que le ha anulado como artista durante los últimos
cuatro años. Una parálisis parcial le sentó
en una silla de ruedas y poco o casi nada hemos sabido
de él durante todo este tiempo, salvo que estaba
inmerso en un largo y oscuro túnel del que poco
a poco y con la sola ayuda de sus hermanas, Ana y Manuela,
parece que empieza a querer salir. Poco o nada han hecho
sus amigos y familiares flamencos. Ni insignes periodistas
amigos que le bailaron el agua durante tres lustros. Sólo
el mundo del toro, con las significativas ausencias de
sus amigos Curro Romero y José Mari Manzanares,
le ha echado una mano y ha contribuido seriamente ha recuperar
las ansias de vida de Turronero.
Hemos visitado su nueva casa en Utrera justo el
día en que, por primera vez dormía en
ella, y hemos departido con él y con sus hermanas
sobre su situación, su pasado, su presente y
su futuro.
– Explícanos Manuel,
¿Cómo empezó todo esto?
Esto empezó el 29 de Noviembre del 97. Yo no sabía
que era hipertenso. Tuve una subida muy importante de tensión
y me produjo una trombosis cerebral.
– ¿Y cuál es tu estado
físico y anímico en estos momentos?
Si no canto, me muero. Si no
voy a volver a cantar, que me lleve Dios.
Pues mira, hace un año no estaba como ahora. Sólo
tenía muchas ganas de llorar y muy pocas de vivir.
En estos momentos estoy mejor, veo más cariño
y gente que me apoya, como mi hermana Ana. Hace un año
convivía en una residencia con enfermos mentales, y
aunque siento un gran cariño y respeto por ellos, éste
no era sitio para mí, porque yo la cabeza la tengo
bien. Allí sólo podía hablar con alguno
de ellos, y reirme, para no llorar por todo lo que veía.
No obstante, ellos me respetaban y yo les respetaba a ellos.
Incluso he dejado algún amigo allí. El otro
día, antes de dejar la residencia, vi al Cabrero y
le llamé: «¡José!». Se volvió
y se puso a llorar. Le dije: «¿qué te pasa
José?», y me dijo: «que creía que
no me ibas a conocer».Y yo le conocí, porque la
chaveta la tengo bien.
– ¿Cuál era artísticamente
tu situación antes de que te ocurriera todo esto?
En esos momentos yo me salía. Estaba cogiendo un
camino que al principio no lo quería, pero ya con la
madurez me apetecía más cantar por Seguirilla,
por Soleá, por Taranto. Tenía una serie de fiestas
privadas y de compromisos artísticos a un nivel más
íntimo, pero en los que me sentía otro tipo
de cantaor: más largo, más completo, sin la
presión del público pidiéndote siempre
Bulerías. Estaba muy a gusto con esa etapa.
– No obstante, tu época de explosión
fueron los años setenta y principio de los ochenta,
en los que no había un festival en el que tu nombre
no figurase en los carteles.
«Yo, lo que no tengo es
tiempo de perder el tiempo». Hace mucho que no escucho
cantar bien.
Pues sí, a nivel popular era tal como tú dices.
Pero luego, en soledad, a nivel particular, no tuve tiempo
de paladear el triunfo. No tenía tranquilidad, cantaba
y cantaba a todas horas. Incluso a veces llegué a pensar
que me tomarían por loco, porque terminaba un festival
y yendo por la carretera le decía al chófer
que parara el coche, y me ponía a repasar o perfeccionar
algún tercio. Todo esto en plena noche, al aire libre
y en el campo. Vivía muy deprisa, muy ficticiamente.
– ¿Y qué pasa con todo
ese dineral que se gana en esos momentos Manuel? ¿Cómo
es que luego vienen estas adversidades y no hay recursos?
Yo leí alguna vez no sé dónde, que
el dinero fácil, fácil se va. Y es así.
Cuando yo le pedí a Pulpón ochenta mil pesetas
por festival, me dijo que no podía ser, que eso no
lo ganaba ni Mairena ni Fosforito. Yo pasaba mucho miedo delante
del público, porque los críticos me daban mucha
leña y eso me llegó a comer el coco, me creó
mucha inseguridad porque era muy joven. Por tanto, le dije
a mi representante que yo quería cobrar ochenta mil
pesetas, que efectivamente era muchísimo dinero hace
veinticinco o treinta años. Yo, en los años
setenta me levantaba con veinte mil duros en el bolsillo y
por mucho que gastara, al acostarme volvía a tener
otros veinte mil. Eso no se llega a apreciar. Te piensas que
eres rico y que nunca se va a acabar.
– El pasado mes de Marzo, muchos toreros
y amigos del mundo de la tauromaquia, aglutinaron esfuerzos
y te rindieron un homenaje en la plaza de toros de La Algaba,
lo que ha permitido que puedas independizarte en ésta
tu nueva casa. ¿Cómo surgió ese homenaje
y quiénes fueron los principales impulsores?
Bueno, efectivamente, la compra de esta casa ha sido posible
gracias a ese homenaje, y también a la aportación
y al esfuerzo de mi hermana Ana. Ahí han luchado mucho
para organizar todo los hermanos Tornai, Morante de la Puebla,
mi compadre Guillermo «El Ecijano», Manolo Macías.
En fin, mucha gente.
– ¿Y Curro Romero?
Los dos toreros a los que yo más he cantado, Curro
y Manzanares, no han estado en ese homenaje. Ellos sabrán
porqué. Yo pienso que no habrá sido por olvido,
porque seguro que piensan en mí. No sé.
– Pero Curro había sido muy buen
amigo tuyo.
Bueno, digamos que visto lo visto, conocido y basta.
– ¿Y los flamencos Manuel? Toda
esa familia tuya que tiene tanto peso en el mundo del flamenco.
en soledad, a nivel particular,
no tuve tiempo de paladear el triunfo.
Pues nada. El único que venía a verme a la
residencia de vez en cuando era Chiquetete. Me sacaba de allí
y me llevaba a dar una vueltecita por Sevilla. A veces se
rebelaba contra esa soledad que yo padecía, pero yo
le decía: «Tranquilo, no pasa nada, lo que tenga
que venir ya vendrá». Cuando pase todo esto y
me recupere, sabré calibrar quiénes son mis
amigos y quiénes son los que van a estar a mi lado.
Por supuesto, va a estar mi familia, pero mi familia ésta,
la que ves aquí, mis hermanas, porque por lo demás
yo no tengo familia.
– ¿Y Paco Cepero, tantos años
como pareja artística inseparable?
Nada.
-¿Y tu primo Juan «El Lebrijano,
desde cuándo no lo ves?
No me acuerdo.
-¿Y los periodistas amigos tuyos?
Miguel Acal, Paco Herrera…
No sé nada de ellos. Creo que los flamencos y ellos
van montados en el mismo barco, el barco del olvido. Puede
que un día el viento cambie y las velas miren para
otro lado.
-¿Cuándo te hicieron la
última entrevista?
Pues mira, el otro día me llamó una periodista
de la Cope y me hizo una entrevista en directo para la radio.
– ¿Piensas en volver a cantar,
Manuel?
Sí. Si no canto, me muero. Si no voy a volver a cantar,
que me lleve Dios. Tengo esperanzas, porque como sabes, yo
estaba en una silla de ruedas, imposibilitado, todo me lo
hacía encima. Mi hermana me tenía que limpiar.
Ahora me veo mucho mejor y de ahí mi esperanza. Lo
que pasa es que esto va para largo y yo siempre he sido un
hombre muy impaciente. Siempre que he querido algo, lo he
tenido al instante. Cualquier capricho, lo que fuera. Ahora
tengo que habituarme a que las cosas van más despacio.
-¿Cuántos discos tienes
en el mercado?
Veintiocho, de larga duración.
-¿Echas en falta el contacto con
el público?
Por supuesto. Y veo una guitarra, aunque sea de lejos, y
me da mucha alegría.
-¿Estás al tanto de lo
que se cuece en el mundo del flamenco, a través de
la radio, la prensa escrita o algún otro medio?
No. En estos momentos no. No me interesa. Quizás
porque muchos de mis cantaores ya no están: Mairena,
Perrate, Tomás, Juan Talega, mi compadre Camarón
cuando cantaba bien. Entonces yo digo como dijo Marchena una
vez: «Yo, lo que no tengo es tiempo de perder el tiempo».
Hace mucho que no escucho cantar bien. Algunas veces, estando
en la residencia escuchaba grabaciones de Tomás Pavón,
de Juan Talega o de mi primo Juan «El Lebrijano».
– Siempre has sido un enamorado del cante
de tu primo Juan.
Sí, totalmente. Juan es un cantaor muy importante
de esta época, más de lo que él se cree.
Juan es la voz más flamenca que tiene el cante de los
últimos tiempos. Me acuerdo en el año ochenta,
que yo salía a cantar en los festivales detrás
de él, y apretaba más que un dolor. Juan es
un fuera de serie.
– Pero tú siempre has sido un
hombre moderno o adelantado en el cante. Es extraño
que no te guste nada de lo que se hace hoy.
quiero decir desde aquí
a los flamencos que yo no me he muerto, que estoy vivo,
y que voy a intentar por todos los medios volver a cantar.
Hombre, no es que no me guste, es que yo, a pesar de mi heterodoxia,
siempre llevé dentro una gran afición por la
tradición. Prueba de ello, es que antes de la enfermedad
volví a las fuentes. Uno se acostumbra a lo comercial,
a lo fácil, y llega un momento en que te encuentras
sin nada, totalmente vacío. No sabes ni donde está
el norte ni donde está el sur.
– Últimamente, no sé si
ha sido Paco de Lucía o Manolo Sanlúcar, pero
uno de los dos ha dicho algo así como: «Los flamencos
tenemos que pararnos todos y volver atrás».
Claro. Eso lo suscribo yo. Pienso que el flamenco es como
un árbol de Navidad, que se puede adornar, pero que
si le cortas la raíz, te quedas en cueros. Hay que
tener primero la raíz, y de esa raíz partir.
La raíz te da el conocimiento para irte, volver y salir
y entrar cuando quieras. Sin la base no se es nada.
– ¿Qué significa el cante
para ti?
Creo que en pocas palabras ya te lo he dicho antes. Si no
puedo volver a cantar, prefiero que me lleve Dios.
-¿Cuál es tu cante?
La Soleá. Aunque mi palo fue siempre la Bulería
por Soleá. Incluso más que la Bulería.
-¿Cádiz o Sevilla?
Las dos. Y dentro de las dos, Utrera.
– Manuel, ¿quieres mandar algún
mensaje a alguien o decir alguna cosa en particular? Te veo
muy comedido, muy diplomático.
Bueno, es que no creo que yo esté en estos momentos
para muchas guerras, porque cualquiera, con un empujón
me tira al suelo. Además, en las guerras, ni el que
vence gana nada. Pienso que es mejor tener armonía.
Pero sí, quiero decir desde aquí a los flamencos
que yo no me he muerto, que estoy vivo, y que voy a intentar
por todos los medios volver a cantar. Por todos los medios
a mi alcance. Creo que todavía tengo que demostrar
algunas cosas. Y quiero decirte gracias a ti, por venir desde
tan lejos a recordarme que sigo siendo artista. Gracias, de
verdad.