Entrevista: Sara Arguijo
Foto portada: Victoria Hidalgo
«En el flamenco se habla desde la nostalgia de un tiempo ido»
El despacho de la academia de baile que tiene Andrés Marín en el barrio sevillano de la Alameda es una suerte de altar en el que sus pasiones se exponen ordenadas sobre una estantería de fondo blanco. Los cuadros de arte contemporáneo, los libros de Antonio El Bailarín o Vicente Escudero, las imágenes de bailarines como Kazuo Ohno o Nijinsky, algún objeto familiar y un sombrero de Pepe Marchena construyen sin pretenderlo una perfecta escenografía para una charla en la que las referencias a otras vanguardias culturales saltan con absoluta naturalidad.
Ciertamente nada parece casual en Marín. Proyectos como ‘Golgota’ que lleva a cabo junto a Bartabas, una de las primeras figuras en teatro ecuestre, o ‘Yatra’ junto al bailarín de hip hop Kader Attou con los que está girando por medio mundo vienen a confirmar esta ideología suya que entiende el flamenco como una energía “en la que lo que importa no es la forma sino el núcleo”. Por eso, bebe lo mismo del dadaísmo que del cine mudo de Charles Chaplin que del cante de José de la Tomasa o Juan Peña El Lebrijano.
Sin embargo, su independencia, la sobriedad de sus propuestas y su danza arquitectónica y feísta le ha costado cierta incomprensión en una ciudad que alardea de barroquismo. Menos mal, que siempre le quedará Francia…
-¿Qué encuentra en Francia que no tiene aquí?
-Para empezar dinero para la cultura. En Francia existe un nivel cultural alto, tienen muy buenos gestores culturales y apoyo institucional. Además el público es mucho más abierto y está muy bien formado. En danza contemporánea cuentan con algunos de los mejores festivales a nivel mundial y para mí es un honor que en estos circuitos den paso a nuestro flamenco, un flamenco más transgresor.
“Un artista tiene que ir con la época que le corresponde”
-¿Se ha sentido incomprendido en España?
-No sé, pero pasa que la gente cree que cuando ya reconoces, conoces, y no es así. Me parece que hay que tener más prudencia. En el flamenco todo el mundo habla desde la nostalgia de un tiempo ido, incluso jóvenes modernos que hasta hace dos días escuchaban rock, de repente descubren el flamenco y sentencian como si fuesen críticos. Por eso, lo mejor es enfocarte en tu carrera y hacer lo que quieras hacer. Si me hubiese tenido que guiar por las críticas o por lo que la gente me proponía no se hubiera fijado en mí Bartabas y no estaría en Francia.
– ¿Y su baile se comprende más entre los flamencos o entre los contemporáneos?
-Me encuentro más comprendido entre los flamencos, flamencos. El que conoce el flamenco me comprende. En cualquier caso, me da igual. Hago lo que siento, tengo mi camino y trato de guiarme por mi intuición, no por lo que el público demanda. Ni siquiera por lo que los programadores demandan. Hasta ahora me ha ido bien haciendo lo que quería hacer pero no pretendo gustar a todo el mundo y tampoco quedar de genio.
– Vale, no le preocupa gustar a todo el mundo pero… ¿busca provocar?
-La provocación gratuita no, pero es que mi danza provoca sola. Mi baile, incluso por la puesta en escena sobria y oscura, resulta sospechoso. Normalmente el público se pregunta qué es esto. Supongo que no es fácil entrar a verme a mí pero no porque yo busque esa provocación. Ahora, si quiero ponerme una gallina en la cabeza porque entiendo que va en el contexto artístico o bailar con un capirote, lo hago.
“Mi danza provoca sola, resulta sospechosa; no es fácil entrar a verme”
– Esto, claro, acarrea etiquetas. ¿Cuál le pesa más?
-Me molesta cuando la gente etiqueta lo que es flamenco y lo que no es. Sinceramente veo más interesante hablar de cuando un trabajo está bien o mal hecho o cuando es una horterada o no. Estamos viviendo una época de folclore absoluto, retrocediendo a los clichés populares. El arte es inevitablemente un reflejo de la sociedad y ésta es una época de asfixia colectiva, de miedos, que ha atacado a la cultura y mucha gente se ha ido al romanticismo nostálgico. Los muertos deben servir de inspiración pero no tiene sentido levantarlos porque sí, sin un conocimiento en paralelo. Un artista tiene que ir con la época que le corresponde, como lo hizo Picasso, Dalí o Van Gogh. Nos tienen anestesiados y me pregunto dónde está la creación, dónde está la pregunta… Afortunadamente estamos saliendo…
– Esta vuelta al romanticismo de la que habla, ¿se ve aún más en el flamenco?
-Quizás sí porque son los extranjeros los que se están apoderando del flamenco, los que llenan los teatros. Y el problema es que este público cuando llega lo que quiere es reconocer el flamenco popular, no la tradición, que es otra cosa. Yo tengo un estudio y la tradición les interesa a cuatro, la mayoría busca lo superficial.
-En este sentido, ahora que le han concedido el Premio Max de las Artes Escénicas a la Bienal de Sevilla y comparándola con otros festivales internacionales, ¿cómo es su valoración?
-Creo que la Bienal es un marco importante pero ésta última la he visto distinta a otras, en una línea más comedida. Apuesto por una Bienal en la que lo popular entre pero también tenga sitio la vanguardia. Además, es complicado porque muchos de los espectáculos que se presentan mueren ahí y no creo que la ciudad esté involucrada.
-¿Qué flamenco le interesa a Andrés Marín?
-Para mí el flamenco es un rezo personal, la única forma que encuentro de canalizar mi energía. En este sentido, me interesa todo lo que sea sugerente, la libertad de expresión y las propuestas que aportan. Como decía antes, de lo que rehúyo es del costumbrismo de obra de colegio. Que ni siquiera es real. Se pueden hacer muchas revisiones de las tradiciones desde la vanguardia sin perder la identidad. Ésa es siempre mi búsqueda. Hacer una nueva lectura.
“Mi búsqueda es revisar las tradiciones desde la vanguardia, sin perder la identidad pero huyendo del costumbrismo”
-En este sentido, ¿se considera un defensor del feísmo?
-Me interesa mucho porque entiendo que el flamenco son códigos que se pueden manejar de muchas maneras. Hay un baile expansivo, hacia fuera, que llega antes al público pero también hay otro contenido, más denso, en el que para mí hay mucha belleza, aunque sea oscura. Es verdad que Sevilla es muy barroca y gusta mucho el baile resultón. Yo, sin embargo, me quedo con la Sevilla sobria.
-Como profesor en su estudio, ¿qué mensaje le gustaría transmitir a los alumnos?
-Sobre todo los valores del flamenco, que deben estar por encima de nuestro ego personal, del nombre o de la marca. Es importante que quien venga conozca la tradición y respeten el legado de los mayores, porque si no lo que queda es muy superfluo y se pierde la profundidad.