Texto: Sara Arguijo
La bailaora estrena «Los pasos perdidos» en el ciclo Septiembre es Flamenco de la Bienal de Sevilla.
“Los bailarines tenemos una pelea constante sobre si somos bailarines o bailaores”
Llega acelerada y pidiendo disculpas por el estrés con el que tenemos que hacer una entrevista que hubiera preferido mantener con un buen vino en vez de minutos antes de salir al Lope de Vega, donde participa en la Gala de los Giraldillos del ciclo Septiembre es flamenco que se celebra en Sevilla. Pero Ana Morales hace meses que no para combinando su trabajo en el Ballet Flamenco de Andalucía, con las giras en el extranjero junto a otros artistas y los ensayos del espectáculo Los pasos perdidos que estrena este domingo en la Torre Don Fadrique y del que se ha ocupado prácticamente de todo –“con la ayuda de David Coria que ha estado conmigo en el montaje de las coreografías, en la dirección artística y en todo lo que he necesitado”-, cuenta mientras bajamos las escaleras de los camerinos para la sesión de fotos.
Al fin y al cabo la bailaora catalana está acostumbrada a trabajar duro. Responde a ese perfil de artista meticulosa, exigente, inteligente y actual que necesita retarse constantemente y creer en lo que tiene que defender sobre las tablas. Por eso, se situó pronto entre los valores al alza dentro de la danza pero necesitó salirse por peteneras, como hizo en la pasada Bienal en el espectáculo De lo jondo y verdadero de Esperanza Fernández, para que la crítica y la afición viera en ella la profundidad que se le exige al flamenco. “Es paradójico pero a mí me dio suerte”, comenta sobre el malfario que se le atribuye a este palo.
“Tenía la necesidad de pararme y reflejar el momento de paso en el que me encuentro; entre una etapa que se cerró y algo que tiene que llegar”
A partir de ahí, y “con la confianza y a la seguridad que he ganado gracias a artistas como Rafaela Carrasco, Esperanza Fernández o Miguel Ángel Cortés que me han enseñado a valorarme”, Morales fue consciente del punto de inflexión que estaba viviendo en lo personal y en lo artístico y es eso precisamente lo que ha querido plasmar en esta propuesta que aún está en proceso de creación y que espera poder culminar pronto. “Tenía la necesidad de pararme y reflejar el momento de paso en el que me encuentro; entre una etapa que se cerró y algo que tiene que llegar”, sostiene. Así, en Los pasos perdidos, donde no hay más hilo argumental que la esencia de su baile, ha preferido prescindir de cualquier papel o historia que la ampare para “meterme en la mía propia, poniendo la música al servicio de mi libertad, siendo quien realmente soy”.
-Porque, ¿hubo un tiempo en el que se sintió encorsetada?, preguntamos.
–Claro, sobre todo, por las propias limitaciones que nos imponemos los artistas a nosotros mismos. Tanto técnicamente, como pensando en lo que la gente espera de ti o lo que está bien o mal. Aquí me desprendo de todo eso y hago lo que me apetece.
“Con las otras músicas puedo disfrutar, pero el flamenco es el arte que me permite expresarme”
-¿Estamos hablando también en la delgada línea entre la danza y el baile flamenco?
-Por supuesto, los bailarines tenemos esa pelea constante sobre si somos bailarines o bailaores. Yo me siento las dos cosas porque además he intentado llevar las dos carreras a la par. La diferencia es que el flamenco es el arte que me permite expresarme. Con las otras músicas puedo disfrutar pero para expresar necesito el flamenco. Mi energía es de bailaora.
Claro que defiende que nada de su pasado ha sido en balde y que probablemente todos los movimientos dados han sido necesarios para “poder dejar de pensar para empezar a sentir”. Ella, en cualquier caso, entiende su oficio como una pelea que le exige retarse y ponerse a prueba. “Lo único que me da vértigo es la expectación. Es cierto que es positivo que a la gente le interese lo que propongas, pero impone”, admite cuando sale el tema de que su espectáculo se presenta con las entradas agotadas.
Ahora toca esperar la respuesta de un público que “tiene tanta fuerza y tanto que decir sobre un espectáculo que es capaz de cambiarle el sentido”, apunta. “Me conformaría con que la gente pudiera sentir algo…”, reflexiona.
Ana Morales en el Teatro Lope de Vega al final de la Gala de Giraldillos (foto: Rafael Manjavacas)