En ‘21’ el artista reivindica la guitarra de acompañamiento explorando y ampliando desde su toque el universo de once voces flamencas claves del siglo XXI.
Entrevista: Sara Arguijo
Aunque pueda resultar paradójico, a veces el ser humano necesita situarse enfrente del otro para encontrarse, reconocerse y comprenderse a sí mismo. Primero porque entre cuatro paredes la perspectiva del mundo es mucho menos amplia y, luego, porque el diálogo nos obliga a revisar nuestras limitaciones y a explorar nuestros recursos. Más aún cuando el lenguaje es la música.
Esto, al menos, es lo que parece haber experimentado Dani de Morón en ‘21’, un álbum donde reivindica la guitarra de acompañamiento poniendo su toque al servicio de artistas como El Pele, Miguel Poveda, Estrella Morente, Arcángel, Rocío Márquez, Marina Heredia, Pitingo, Esperanza Fernández, Jesús Méndez, Duquende y Antonio Reyes, las voces flamencas claves del siglo XXI.
Un ejercicio que le ha obligado a poner en órbita aquellos sentidos que ya mostró en sus anteriores trabajos y que le ha permitido también desarrollar capacidades nuevas desde la escucha activa. Porque, además, este artista expansivo se pelea con su instrumento en la soledad de su cuarto pero es compartiendo sus anhelos con los demás cuando disfruta. Sus próximas citas con este espectáculo serán los días 13 y 20 de julio en Jerez e Itálica (Sevilla), respectivamente.
-Desde que empezó a rondar en su cabeza esta idea de ’21’ hasta ver materializado el disco, se podría haber sumado hasta algún número, ¿no?
-(Risas). Bueno, en realidad, he tardado en grabarlo incluso menos que los anteriores. Lo que pasa es que anunciamos la idea en la pasada Bienal, cuando hicimos el espectáculo, y parece que ha pasado mucho más tiempo, pero ha sido año y medio. En ese momento, de hecho, teníamos grabado casi a la mitad de los artistas… Claro que mi trabajo empezaba realmente a partir de ahí. Es decir, he ido haciendo los arreglos después de oír a cada uno de ellos, tratando de plasmar lo que me sugieren a mí sus cantes, intentando recoger el espíritu.
“Más que nunca pongo mi guitarra al servicio de los cantaores para plasmar lo que me sugieren, el universo de cada uno de ellos”
-En este sentido, ¿Dani de Morón pone sus manos al servicio de los cantaores o atrapa el cante en sus manos?
-Creo que más que nunca me pongo al servicio de ellos. Sobre todo, porque han sido tremendamente generosos al dejar su voz en mis manos. Como decía, ellos grabaron y no han escuchado el resultado hasta que no han tenido el disco. Me han dejado trabajar con absoluta libertad sobre sus cantes.
-Y después de su reivindicación de la guitarra de concierto en sus álbumes anteriores, ¿no ve arriesgado volver a situarse a la izquierda del cante?
-Arriesgado sí porque ‘21’ no es disco de colaboraciones en el que los cantaores pongan su sello en mis temas. Aquí he tenido que desdoblarme para dibujar el cante con mi guitarra sin perder mi personalidad. Como hicieron tantos otros guitarristas como Melchor, por ejemplo. Por eso, en ningún momento lo considero menos que lo anterior. Si soy sincero, ha sido bastante más complejo, también por la responsabilidad.
“La música se hace para ser compartida. No concibo el toque sino es dejándose contagiar por el otro. Reservarlo todo a una falseta es una pena”
-Porque, en general, ¿diría, como lamentan algunos, que cada vez hay menos artistas con ganas de escucharse los unos a otros?
-Bueno, si esto pasa es un error total. Uno puede estar muchas horas encerrado con su guitarra pero al final la música se hace para ser compartida. La guitarra, siempre lo he dicho, está concebida para acompañar, aunque tenga cualidades de sobra para brillar por sí sola. No concibo el toque sino es dejándote contagiarme por el otro. Si un guitarrista lo guarda todo para una falseta es una pena. Ahora vengo de ensayar con Patricia Guerrero el espectáculo ‘Distopía’ que va a estrenar en la Bienal y donde estoy haciendo la dirección musical y ese intercambio es un gustazo. El flamenco es eso, un diálogo en el que vamos buscando la belleza.
-Decía que su trabajo ha estado al servicio de las once voces que están el disco, ¿al final usted se reconoce?
-Creo que la personalidad está porque detrás hay detrás conocimiento. Al final, tienes los acordes originales tan asimilados que te puedes permitir dejarte llevar y que todo vaya fluyendo. No se trata de ir en busca de nada nuevo de manera pretendida ni de ser un rebelde… es primero estudio y luego buscarte tú.
“Para sorprender a los demás hay que vivir. Cuando te sientas en la silla el público lo percibe todo”
-Porque, ¿hasta qué punto influye en su forma de tocar un quejío?
-Más que por un quejío me inspiro en lo que percibo de cada artista, en el mundo que me sugiere. Por ejemplo, la musicalidad de Rocío Márquez me lleva a un dibujo melódico que hace que piense en percusiones o en guitarras dobladas. Sin embargo, El Pele es profundidad. Y a lo mejor por eso abordo su soleá en tono de rondeña. Por supuesto no quiere decir que sea la fórmula más acertada porque existen millones posibles pero sí es un reflejo de cómo yo los veo. La mayoría de los cantes que se hacen en el disco se grabaron cuando la guitarra aún era muy joven y no existían los recursos de hoy día.
-Desde que comenzó este proyecto tenía claro que artistas tenían que arroparles en esta propuesta… ¿alguno le ha sorprendido especialmente?
-Me ha sorprendido la predisposición total de todos ellos y que todos eligieron la misma hora para grabar, por la mañana. Nada que ver con esa idea que muchas veces se le atribuye al flamenco de que las cosas surgen de la inspiración y en nocturnidad. Aquí de milagro no hay nada, hay horas. La noche es el momento de la distensión, pero esto es algo serio.
-Cuando presentó este espectáculo Israel Galván dijo que usted le obligó a recordar los números… ¿echa de menos a veces algún sexto dedo?
-Risas. Más bien le quitaría a la guitarra dos cuerdas y a mí tres dedos para que fuera más fácil (bromea)… No sé, creo que precisamente por este motivo me gusta el estudio de grabación, porque me permite acercarme a los sonidos que tengo en mi cabeza y que de manera natural no siempre se pueden conseguir. No quiere decir que luego sobre un escenario estés más limitados porque puedes desarrollar otras cosas pero, sí, el estudio funciona como ese dedo que a veces echas en falta.
-Por sus cualidades rítmicas y melódicas, hay quien le sitúa más como un guitarrista del futuro ¿se reconoce en esta afirmación?
-Es un elogio enorme. De todas formas, creo que si mi toque se sostiene es porque vengo de un sitio muy flamenco. He tenido la suerte de nacer en un sitio que me ha permitido familiarizarme muy pronto con lo que a otro le costaría mucho aprender. En este sentido, he podido explorar antes mis obsesiones y sentirme más libre para componer, porque tengo una formación clásica de base, que es de donde nace lo demás.
“Preferiría perder un dedo antes que la capacidad de transmitir. Tocar muy bien no tiene sentido si no puedes contagiar nada”
-Cómo artista, ¿qué le preocuparía perder: la técnica, la creatividad o la ilusión?
-La ilusión, sin duda, es lo que hace que se mueva todo. Por supuesto que la técnica es muy importante y te preocupa que merme pero, al final, depende de las horas que le eches a la guitarra y también de que te cuides. Hoy día los guitarristas somos más conscientes de esto e incorporamos hábitos como ir al osteópata una vez al mes… Pero lo que importa es la ilusión. No podemos olvidarnos que para sorprender a los demás hay que vivir. Cuando te sientas en la silla el público lo percibe todo y si estás quemado o angustiado se te ve.
-¿Y esto le asusta?
-Bueno, cuando estoy nervioso o no me siento en mi mejor día siempre pienso que al final más que como toque importa cómo uno es. Al menos esto me sirve para no bajarme del escenario. Sin duda, aunque sea un poco bruto, preferiría perder un dedo antes que la capacidad de transmitir. Tocar muy bien no tiene sentido si no eres capaz de contagiar nada.