Texto: Silvia Cruz Lapeña
Fotos: Amancio Guillén
El guitarrista presenta en el Festival Flamenco On Fire de Pamplona «Al-Andalus», una obra con orquesta dedicada a la memoria del tocaor de Algeciras, con quien trabajó diez años.
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Juan Manuel Cañizares nació en Sabadell (Barcelona) y vive en Madrid, pero su acento tiene un deje andaluz de ningún lado, es un aire de familia, un legado. Habla con pausa, elige las palabras, no es parco, pero huye del adjetivo innecesario. No da respuestas pautadas, escucha con atención a lo que se le inquiere e incurre varias veces en una comparación que delata sus placeres: equiparar las obras musicales a los textos literarios, como si cada composición fuera una novela, un relato o un ensayo.
“La literatura, como la música, me ha salvado”, dice e informa de que ahora está leyendo a Goethe. En la conversación sale también Mujer de rojo sobre fondo gris, de Miguel Delibes y los recuerdos de sus viajes adolescentes yendo del hogar al Conservatorio y del Conservatorio a casa con un ejemplar de El Quijote entre las manos. “Lo leía mientras esperaba el tren y durante el trayecto. Me gustaban sus personajes, me hacían reír”, cuenta replicando aquellas carcajadas. Explica que tiene, y se le nota, un lado lógico, frío, analítico que le ayuda a mantener la calma y a corregirse si siente que está equivocado. El tono de su voz, cálido, completa el autorretrato: es del color del timbre que le da a todas sus obras.
Cañizares tiene la agenda llena. No sabe decir dónde estará en cada fecha. “Mi cabeza está en la partitura”, dice un guitarrista con 13 discos en el mercado y otro en camino, esta vez de flamenco. El 22 de agosto aterriza en el Festival Flamenco On Fire de Pamplona para ofrecer Al-Andalus, concierto que estrenó en 2016 con la Orquesta Nacional. En la tierra de Sabicas lo tocará con la Sinfónica de Navarra y bajo la batuta del maestro José Antonio Montaño. El programa se completa con las suites del Sombrero de Tres Picos de Manuel de Falla, pero la parte de Cañizares será un recuerdo tejido con taranta, tanguillos, bulerías y como no, marcha fúnebre para recordar a quien fuera para él maestro, compañero y amigo: Paco de Lucía.
¿Cómo ha ido esta obra desde que la presentara el año pasado?
Ha generado muchas expectativas. De Navarra voy para Milán a interpretarla con la Orquesta Giusseppe Verdi. Allí la grabaré en directo para que todo el que quiera pueda disfrutarla. También tengo conciertos en Cuba, Alemania, Francia… No es habitual porque es raro que programen más de dos o tres veces una obra nueva.
Después de la Trilogía de Granados, las sonatas de Scarlatti… No parece que vaya a apartarse de los clásicos.
Esto lo veo como el que escribe: puedes hacerlo de un modo contemporáneo, pero tienes que nutrirte de obras de todos los tiempos. Yo no puedo obviar a esos compositores que pusieron su mirada en el flamenco, es algo que me alimenta.
Su aprendizaje es mitad casero, mitad de Conservatorio. ¿Qué ha prevalecido?
Mis principios fueron en el barrio de Can Oriac, en Sabadell, donde mi hermano me puso los dedos para que tocara la guitarra, mi padre cantaba… Un barrio de gente humilde donde aprendí la tradición. Pero con 9 ó 10 años entré en el Conservatorio y es algo que no puedo, ni quiero, separar de mi biografía.
Usando un término que usó usted en otra ocasión, ¿la academia ‘desflamenquiza’?
Para nada. Eso se decía antes, cada vez menos. A mí me enseñó a pensar en estructuras, no en notas. Ya no compongo pensando en falsetas, es imposible, tengo que pensar en el conjunto de la obra, en un todo que dura 20 minutos. Luego pulo las partes, pero mi tarea consiste en sobrevolar la obra entera, pensarla como un conjunto.
Hábleme de Juan Carlos Gómez, la segunda guitarra de ‘Al Andalus’.
Pues mira, nunca lo presento como segundo ni como segunda guitarra. Para mí es “la otra guitarra” porque considero que su trabajo es esencial. Tiene una facultades increíbles, sentido de la harmonía, es un músico. A nivel personal nos entendemos y eso se nota en el escenario. Piensa que hace casi dos décadas que nos conocemos, que fue alumno mío en la Escola Superior de Música de Cataluña (ESMUC) y que hay temporadas en que pasamos 22 horas juntos al día. Más que con la familia.
Al-Andalus es un concierto en recuerdo de Paco de Lucía. ¿Cree que su muerte ha afectado al mundo de la sonanta?
En mi caso, por ejemplo, ha cambiado en que cada día lo escucho más porque es una forma de estar espiritualmente con él. Y me centro en los primeros discos porque Paco creó tanto para la guitarra y aportó tanto al flamenco que me parece que es en esos trabajos donde debemos mirarnos todos los guitarristas cuando nos sintamos perdidos. Hay que beber de esa fuente. Pero en general, creo que su muerte no ha cambiado nada: él era una estela y sigue siéndolo.
¿Pesa su sombra?
Lo que no debe hacer nadie es obsesionarse. Hay que escucharlo, aprender de él, pero no olvidar que uno es quien es y debe darle a la música su impronta. ¡Eso es lo que él quería! Durante los diez años que convivimos y trabajamos, hablamos mucho y algo que siempre repetía es que cuando escuchaba a otro músico tocar algo suyo, esperaba que aportara algo.
¿Cómo resumiría esos diez años?
Fue como un sueño. Cuando era crío, era un maestro en la distancia. Luego, trabajando con él, compartiendo hoteles, charlas y el escenario puedo decirte que cada actuación con Paco de Lucía era como asistir a una clase magistral de flamenco.
¿Qué aprendió?
Acompañarlo exigía estar muy concentrado. Al tener que darle soporte rítmico y de bajo para que estuviera a gusto, aprendí mucho. Cuando preparamos la suite Iberia de Isaac Albéniz para el disco Concierto de Aranjuez, yo hice la transcripción y ensayamos hasta la extenuación… ese fue un álbum y un aprendizaje increíbles. Además, era muy perfeccionista, miraba y remiraba hasta el último detalle. Y en lo personal… yo tenía unos 22 años y muchas dudas, musicales y personales, y sobre todas esas cosas le preguntaba a él.
¿Qué le decía?
Siempre me daba consejos y me gustaba porque los razonaba y a mí me parecía una persona sabia. Yo atendía a lo que me decía porque era más mayor, pero también porque era mi amigo y respetaba su opinión.
¿Un recuerdo?
Noches enteras en su habitación con todo el grupo escuchando música: desde Camarón de la Isla hasta Bartók.
¿Cómo fue el concierto de Aranjuez de 1991? ¿Qué recuerdo tiene y cómo valora el trabajo de su maestro casi un cuarto de siglo después?
Como una joya pues fue la primera vez que yo y otros como yo escuchábamos el Concierto de Aranjuez con el ritmo propio de la obra, sobre todo el primer y tercer movimientos. Es ahí donde queda claro que la interpretación de Paco es personalísima, totalmente a su estilo, pero haciendo que se entendiera la estructura musical a pesar de que todo en esa pieza está rítmicamente bien trabado. Yo creo que le dio sentido rítmico a la obra.
Luego le tocó a usted abordar la misma composición con la Filarmónica de Berlín y bajo la batuta de un grande, Sir Simon Rattel. Cuente cómo surgió esa oportunidad.
Cuando me enteré de que me habían escogido, lo primero que hice fue llamar a Paco de Lucía. “Te sobran facultades”, me dijo, pero a mí me cogió cierto temor porque me dijeron que se retransmitiría para todo el mundo. ¡Para casi 500 millones de personas! Eso me dio respeto, porque en esas situaciones tú ya no eres Cañizares, tú estás representando al flamenco ante el mundo.
¿Pensó en rechazar la oferta?
No, recurrí a mi parte lógica y pensé: “Si yo sé que dos y dos son cuatro, lo sé ante cinco personas o ante 500 millones”. [Ríe] Es el modo que tengo de analizar las situaciones, usando el raciocinio. Luego, es cierto que lo psicológico juega un papel muy importante, pero tengo temple. Eso me ayudó. Eso y que me pasé cuatro meses leyendo y ensayando sin descanso el Concierto de Aranjuez.
También es profesor en la ESMUC. ¿Qué aprende enseñando a otros?
Me recuerda las dificultades por las que yo he pasado, el camino que he recorrido. Aprendo porque los alumnos hacen cosas que me sorprenden y no tengo empacho en preguntar cómo lo han hecho, pedirles que lo repitan. Entiendo el flamenco como algo social, pasa de unos a otros, se construye entre todos. Por eso también leo muchos libros de música, porque tengo que ser cristalino con ellos: no puedo confundir a mis alumnos, no puedo darles una indicación equivocada porque puedo equivocar sus vidas y sus carreras.
¿Cuáles son sus pilares como docente? ¿Qué les enseña?
Procuro dejar claro a los alumnos que la técnica no sólo es rapidez, que “virtuoso” viene de la palabra “virtud”, no de velocidad y que ese conocimiento debe integrarse en la expresión musical. También les digo que la idea musical pasa por tres lugares: manos, cabeza y corazón y deben armonizarse. Si no se tienen en cuenta esos aspectos, es como el que escribe obviando el contexto o el significado de las palabras.
Yendo a su contexto personal. ¿Aún celebra juergas con su familia? ¿Sigue aprendiendo de ellos?
Cada vez menos, es complicado. El tren de vida nos impide vernos tanto y el ritmo de trabajo que yo llevo me tiene siempre ensayando, componiendo, actuando o viajando.
Usted es catalán, ¿cómo de flamenca es su tierra?
Mucho. De niño, recuerdo que en la Via Laietana estaba la Casa de Andalucía, donde escuché mucho flamenco. En la radio había programas como el “Romero y su tocadiscos flamenco” , que yo escuchaba con mis cintas TDK listas para grabar. También estaban las peñas. Yo empecé con seis años a tocar y con ocho ya actuaba en tres peñas cada fin de semana: en Cerdanyola, Mataró, Sabadell… Con 14, fui a Los Tarantos, con Maruja Garrido. Y mira la cantidad de artistas buenos que salen de allí: Mayte Martín, Poveda, Duquende… A Duquende lo acompañé mucho en la peña de la Casa Andalucía de Can Rull en Sabadell, de donde somos los dos.
Ese ambiente ha cambiado mucho. ¿A qué cree que se debe?
No está, es cierto. Pero hay sitios como El Dorado, por ejemplo, que programa que da gusto. Y tablaos. Lo que pasa es que no está ya el hervidero de peñas que permitía que en una noche pudieras ir a cuatro o cinco y disfrutar del flamenco. Yo creo que empezó a desaparecer con el boom de las sevillanas, pues recuerdo que poco a poco iban saliendo menos cantaores y más grupos de baile de sevillanas.
¿Y qué en Pamplona? Aún hay gente que se extraña de que haya un festival de lo jondo en la capital navarra.
¡A mí no! Sería cómo preguntarse qué hace un tablao en Japón o una escuela de baile en Canadá. El flamenco, gracias a artistas como Sabicas, Mario Escudero, Carmen Amaya o Paco de Lucía se vive en los escenarios del mundo entero. A mí me parece un acierto celebrar un festival en Pamplona aunque sólo sea por homenajear al maestro Sabicas, el Pablo Sarasate de la guitarra flamenca.