Pegaíto a la margen izquierda del río Guadalquivir, entre Sevilla y Cádiz, existe un pequeño territorio donde se fraguó el arte flamenco. Y han sido una serie de clanes familiares gitanos, asentados en esos pagos, los responsables de la transmisión oral de este arte. Hablamos de los Cagancho, los Pelaos, los Ortega, los Vargas, los Fernández o los Perrates. Gracias a estas dinastías gitanas, las formas primitivas del flamenco – tonás, martinetes, seguiriyas, soleares, romances o bulerías, construidas todas sobre un polirritmo que combina compases binarios y ternarios – han llegado hasta nuestros días.
Partiendo de un profundo conocimiento de los cantes antiguos, Tomás de Perrate y su compañero de aventuras Antonio Moya, guitarra flamenca comparten los estilos tradicionales con importantes innovaciones en la estética flamenca.
Junto a la guitarra sabia de Antonio Moya, seguidor de Diego del Gastor y discípulo preferido de Pedro Bacán, han estado un grupo de músicos instalados en el rock y el jazz, pero enamorados de la aventura flamenca: Manuel Nieto al bajo, Lolo Álvarez a la guitarra eléctrica, Álvaro Gandul a la armónica y los teclados y Ricardo Pachón Jr. a la batería.
En estos tiempos de preocupante sequía flamenca y de aburrimiento de tanguitos con el inevitable cajón (el instrumento que más daño ha hecho al flamenco) este trabajo nos devuelve la ilusión de un cantaor rancio que, después de dominar a los clásicos -no olvidemos que es nieto de Manuel Torre- se permite investigar e innovar sobre estos cantes respetando su carga de belleza y de verdad