Chocolate

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«Mis 70 años con el cante»

Antonio de La Santísima Trinidad Núñez Montoya nació en Jerez de la Frontera, el 4 de Mayo de 1930. Su padre, Manuel, era de Villamartín (Cádiz) y su madre, Antonia, de El Puerto de Santa María (Cádiz). Sus primeras vivencias flamencas se remontan a los albores de su vida. Muy niño se traslada a Sevilla donde residirá a partir de entonces. Sus aficones preferidas erán el fútbol y el cante flamenco, por este orden; el que se decantara por la segunda se debe a que fue la ue le proporcionó las primeras pesetas: en aaquellos años, más que vivir, se sobrevivía. Sus escenarios favoritos eran los aledaños de la «Puerta la Carne», donde cantaba sus Fandangos y luego pasaba la bandeja. Por esa época, finales de los años treinta, Sevilla era un gran caldo de cultivo del arte flamenco; tantoen Triana con su Cava, como La Alameda con sus bares y «reservados», acogían una gran pléyade de artistas y aficionados que malvivían, se divertían y discutían de Flamenco. El Chocolate frecuentaba esos lugares con el fin de escuchar y, de camino, conseguir algunos duros para comer: Los Pavones, Vallejo, El Pinto, La Moreno, El Sevillano, El Gloria, Caracol, y otros muchos, que ya forman parte de la historia del cante, eran los habituales en aquellas reuniones de los que Antonio Núñez aprendía y poco a poco iba conformando su personalidad cantaora.

Su primera salida como artista profesional fue en el Teatro Zorrilla de Melilla, contratado por cuatro noches, con una compañía de «variedades» en la que también participaba El Niño de Azuaga y La Niña Castro. Más tarde fue contratado por el Casino de la Exposición de Sevilla, con un sueldo fijo de 60 pesetas diarias. De aquí pasó al tablao madrileño «El Corrar de la Morería» donde cantaba por Siguiriyas al gran Farruco, su cuñado; pero aquello no era de su gusto y pronto volvió a Sevilla para enrolarse en diferentes compañías con las que recorrió Europa y América. Entre otras, la de Lola Flores o Manuel Morao; también ha isitado, más de una vez, Japón, donde es muy querido y respetado.

Ya, a comienzo de los años 60 y con la aparición de los festivales flamencos, El Chocolate prolifera sus actuaciones en solitario, dejando siempre constancia de su pureza cantaora.

Ganador de los concursos más importantes del espectro flamenco, entre los que destaca el II Giraldillo del Cante, y distinguido con los más importantes galardones a lo largo de toda la geografía española, Antonio Núñez posee, y esto es quizás lo más difícil de conseguir en el arte, una personalidad propia en el cante. Su eco es inconfundible y siempre aborda los cantes por derecho, sin concesiones a la galería ni a los recursos facilones.

En el flamenco existen cantaores que con su sola presencia o pronunciando su nombre, definen claramente la esencia más profunda del este arte. Es precisamente lo que ocurre con Antonio Núñez Montoya «El Chocolate». Su vida artística y personal ha tenido el desarrollo prototipo del artista que de la nada llega a las más altas cotas, a través de incontables vivencias llenas de sufrimientos y alegrias: conoce la calle desde niño y allí aprendió a subsistir con un don que le proporcionó la naturaleza y que él quiso y supo desarrollar hasta convertirlo en su «modus vivendi» y su única razón de ser: El Cante Flamenco.

El Chocolate vino al mundo en Jerez de la Frontera, pero su nacimiento artístico hay que datarlo en Sevilla porque es aquí donde nace para el arte, siendo la Alameda de Hércules su cuna y su escuela de cante: Los Pavones, Vallejo, El Sevillano, y otros muchos, fueron sus maestros y de ellos aprendió de viva voz los más profundos secretos de la música flamenca; eminentes catedráticos de la universidad sevillana del flamenco que impartieron sus clases magistrales a lo largo de la primera mitad del siglo XX. Eran años en los que se cantaba para aficionados cabales, para borrachos con dinero y ganas de «juerga», para gentes del pueblo que iban al teatro con ganas de divertirse y para otros artistas con los que se compartían momentos de pena y gozo. Y así con todo este badaje interior, Antonio Núñez va conformando su propia personalidad artística que lo hace particular y único; auténtico portador de las escuelas más clásicas, donde las verdades se exponían con toda crudeza y donde lo artificioso quedaba claramente al descubierto. El Chocolate no entiende las medias tintas en el flamenco, como no entienden de alivios y florituras; cuerpo y alma unidos para rebuscarse en las entrañas, encontrar los sentiemientos, desnudarlos y aflorarlos al exterior con el cante como vehículo expresivo. Como el mismo dice: el «duende» no viene, hay que ir a buscarlo.

Francisco Herrera.

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