El eco de Miguel Flores, «El Capullo de Jerez», encierra los secretos del flamenco más rancio. Es un artista a la vieja usanza, formado desde niño en la escuela de la vida y cantaor las veinticuatro horas del día. Un intérprete absolutamente personal, a quien se puede identificar, sin la más mínima duda, casi antes de que empiece a templarse. Posee el genuino soniquete de su tierra, pero aborda los cantes de una forma que le diferencia con claridad de todos sus paisanos. Como los grandes creadores, ha acuñado un sello propio. En el panorama flamenco de comienzos del siglo XXI, cada vez más monocorde, El Capullo resulta un personaje felizmente incatalogable.
Nació el 3 de abril de 1954, en la calle de Cantarería, en pleno corazón del barrio de Santiago, dentro de un patio de vecinos donde no pasaba una sola noche sin que se improvisara una fiesta colectiva. Allí se fraguaron sus primeros recuerdos musicales al lado de grandes como Terremoto, Tio Borrico o la Paquera. Asegura que sus letras y sus músicas salen de la vida.
Está completamente de acuerdo con El Sordera, venerable patriarca del cante jerezano, quien asegura que «para saber de esto, hay que trasnochar». Jerezano por los cuatro costados, se siente orgulloso de haber heredado en la sangre el particular ritmo que se imprime a la bulería en su tierra.
Pocos flamencos están tan pasados de compás como El Capullo y tienen esa capacidad natural de cuadrar siempre a la perfección los tercios. Y a la hora de bailar, tampoco hay que perderlo de vista. «Nuestro cante es distinto al de cualquier otro sitio», afirma. «Y con el baile pasa igual, aquí no sólo zapateamos, movemos las manos, el cuerpo…»
Después de casi tres décadas de rodaje profesional, adquiriendo poso en cientos de fiestas y reuniones, se encuentra en el mejor momento de su carrera. Sabe que ha llegado el momento de dar su gran salto profesional y está más centrado que nunca.
El mundo discográfico del flamenco se encuentra cada vez más dirigido por el diseño comercial, y este trabajo de El Capullo -que llevaba mucho tiempo sin encerrarse en un estudio- supone un sólido y refrescante aliento para el cante de raíz. Ha grabado lo que él quería y el resultado constituye una elocuente muestra del enorme talento que posee y de su extraordinaria dimensión artística. Los cantes de ritmo -su gran especialidad- son mayoría. Todos ellos, hasta los más pegadizos, poseen la solera del mejor flamenco. Estudiando discos en casa no se aprende a cantar así.
Alfredo Grimaldos