Su nombre auténtico era Miguel Vargas Jiménez, pero siempre será recordado como Bambino, un apodo artístico que le fue impuesto por el público el mismo día de su presentación. Era el año 1961 cuando el joven cantante abandonó la peluquería en la que trabajaba y comenzó a actuar en la Venta Real de Antequera. Allí cantaba una versión gitana y flamenca del Bambino que había popularizado el inefable Renato Carosone, y el éxito de aquella interpretación, que cada noche tenía que repetir varias veces, marcó para siempre su trayectoria artística. En aquel mismo instante, Miguel pasaría a ser una persona anónima, y Bambino comenzaría a conocer las mieles del éxito. Pero no tuvo una carrera fácil, nunca fue un artista de multitudes, entre otras cosas porque él se crecía como artista en los pequeños tablaos, lugares con duende y s9lera en los que podía sentir el calor de un público entregado a su original arte. Bambino se adelantó a su tiempo. Tal vez el país, que despertaba a los ritmos yé-yé, no estaba preparado para escuchar aquellas desgarradas canciones de amores canallas, como tampoco admitió en su momento los discos de La Lupe, aunque cantase a Augusto Algueró. La de Bambino es una obra incomprendida que hoy, más vale tarde que nunca, está siendo reivindicada por la nueva generación de músicos. El mismísimo Enrique Bunbury, ha confesado en más de una ocasión su admiración por el cantante sevillano.
Bambino nació en Utrera, provincia de Sevilla, el 12 de febrero de 1943, y murió en su ciudad natal cuando todavía no había cumplido los 57 años. El 5 de mayo de 1999 se apagaba, tras una dura y larga lucha contra una enfermedad que le había dejado prácticamente mudo, la vida de un gitano que rompió normas y llevó la copla hacía la exageración, hacia el drama más desolado. Eran canciones de amores oscuros y prohibidos que brillaban en su voz trasnochada. Un artista que tenía el don de transcribir cualquier melodía a ritmo flamenco, da igual que fuese un bolero (Adoro), una copla (Mi amigo) o la más tierna canción de desamor firmada por el mismísimo Manuel Alegrando (Procuro olvidarte). Fue un precursor en la fusión del flamenco, pero además con el encanto de que ese mestizaje salía de su garganta de una manera espointánea, absolutamente natural. De ahí que hoy sus grabaciones mantenga viva toda la fuerza y magia con que fueron concebidas en su momento.