El trío de Jorge Pardo, Melón Jiménez y Kike Terrón convoca a los duendes en la sala negra.
-Ya sé por qué se llama la sala negra, no se ve nada, dijo Jorge Pardo antes de empezar a soplar con el saxo tenor, ese es su estilo, su manera de enfrentarse a la música sin muchas preocupaciones por tener un guion que domine cada fase del espectáculo tal y como solemos ver en el baile y, también en la guitarra y el cante actuales.
Así que su manera de ofrecer un concierto coincide con la de los antiguos (los clásicos, si lo prefieren) el cantaor se sienta al lado del guitarrista, se ponen de acuerdo en el palo y el tono, se hacen una seña para ajustar la velocidad del compás y se encomiendan a la inspiración del momento.
Arrancó Melón con la guitarra al son de una guajira que es un cante que nos viene de Cuba y que parece indicado para entonarse un martes a la seis de la tarde, no es un palo muy habitual en Jorge cuya querencia por Brasil se ha hecho evidente en sus recientes giras y colaboraciones con Guinga, o las próximas con Morelembaum o Toninho Horta. De sus aventuras cariocas ha dado cuenta Chema García Martínez en unas crónicas tan brillantes como jocosas. Téngase en cuenta que ambos (Jorge y Chema) son devotos de los delirios musicales de don Hermeto Pascual. Empezar un concierto flamenco por Cuba tiene sentido si el que conduce es el recuerdo de Chano Lobato que añadía a la melodía un aire de “El Manisero” pregón entre los pregones que entonó Machín en Nueva York en los años treinta.
Del saxo tenor a la flauta y ahí Jorge confesó que aún conserva un eco de Camarón contándole cómo hay que hacer según que cantes y de qué manera y justo ahí empezó una pequeña aventura técnica. El micro para hablar y hacer sonar la flauta empezó a crear incomodidades, no importa si lo que falla es la pila, la posición del micro o el retorno, el caso es que el trío comenzó a interpretar “Soy gitano” por un lado de la canción, no por la melodía, ni por la letra. Afortunadamente Melón expuso el arreglo original, más original aún, jugando con el estribillo y sosteniéndonos a nosotros en la memoria que bailaba en la cuerda floja; de una de las veces que volvieron de los cerros de Úbeda del jazz, alcanzaron a cambiar de tema y por ahí escuchamos “Yo vivo enamorao”.
La técnica a esa hora de la tarde no ayudaba, Jorge intentó poner un parche al micro sin quitarse la diadema que sostiene el artefacto y siguió el concierto por una seguiriyas incluidas en su documental “Trance”, a partir de ahí los palos comenzaron a disolverse por el lado legítimo de las circunstancias que no era otra cosa que hacer que valiera la pena haber llegado hasta aquí. Por ese lado a un sector del público le sonó la taranta de Camarón, mientras en otros oídos se captaba un poco de samba y a ratos bossanova. No todo al mismo tiempo, una cosa después de la otra como si estuvieran jugando al gato y al ratón o buscando la sintonía adecuada.
Jorge apagó el artilugio que tenía colgado en la oreja, puso el micro (de los de toda la vida en posición) y agarró el “soy gitano” por la letra cantando con el saxo tenor arrebatado por las mismas huellas de Camarón. A la segunda vuelta entramos en el trance ese que hace que te rompas la camisa como si te sobrara la ropa y el ropero. Volvió a la flauta para rematar por bulerías y por ahí aparecieron un batallón de flamencos que eran aquellos que escuchaba Camarón para entretener al duende.
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