Cante: Remedios Amaya. Guitarra: Raúl ‘El Perla’. Vientos: Diego Villegas. Coros y palmas: Isidro Suárez, Samara Amaya, Manuel Vega, Joaquina Amaya Lugar: Festival Trocadero de Sotogrande. Fecha: Martes, 3 de agosto. Aforo: Casi lleno.
Es éste aún un agosto raro de variantes, repuntes, pasaportes, toques de queda y reacciones adversas que nos recuerdan en vacaciones que el mundo sigue sin ser lo que era. Unos tiempos difíciles de incertidumbres, rarezas y miedos varios. Pero éste es al mismo tiempo un verano esperanzador en el que miramos las estrellas que brillan de noche en el cielo de Sotogrande y nos rebosan las ganas de seguir vivos. Con la sensibilidad a flor de piel y una indisimulada necesidad de celebrar que estamos juntos buscamos ansiosos la experiencia que nos roza. Para recordarnos a nosotros mismos, como hizo Remedios Amaya en el recital que ofreció este martes en el Festival Flamenco de Trocadero, que cada segundo cuenta y que sin esa música que pelea al relente, esa voz quebrada que tiembla por la humedad y esas letras que nos trasladan a otras etapas felices la cosa sería más triste. “¿Qué haría yo sin cantar si el cante es mi alegría, mi pena y mi desahogo?”, se preguntó la trianera que remató entre risas cómplices el taranto al darse cuenta de que se había dejado la mascarilla en el brazo (un ejemplo perfecto de esta normalidad a medias).
Así, en este lugar de ensueño y en un ambiente de lujo, que es Cádiz pero no, la cantaora se proclamó canastera -“seré camaronera hasta que me muera”, dijo- y abanderó ese sonío flamenco suyo que es frágil, vehemente y magnético. Lo hizo con su repertorio habitual y sin sorpresas: una soleá, el mencionado taranto, la canastera y una rueda infinita de tangos y bulerías (con éxitos como el Dame Veneno o el Turu Turai) que paseaba a media voz por el escenario mirando a los espectadores de frente e intercalando alguna pataíta.
En este viaje la llevó en volandas la guitarra atenta, contundente, vigorosa y flamenca de El Perla, cuyo toque firme fue columna vertebral del espectáculo. También inspiradores fueron los vientos del entusiasta y enérgico Diego Villegas, que llenaron de brillo el recital y auparon a la artista. Y, al fin, el público aplaudiendo a la diva que se sobrepone de los fracasos (¡Quién maneja mi barca!) y mantiene intacto su poderío.
Fotografías: Lucía Jiménez
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